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Alfonso Sola González o “un corazón caliente, manchado por la noche”

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

En 1949 el poeta correntino David Martínez (Caá Catí 1921-Buenos Aires 1993) publica “Poesía Argentina 1940-1949”, que se erigió como la primera antología de la llamada Generación del 40 en la Argentina. Este grupo de poetas, entre los cuales se hallaban nombres tan significativos como Enrique Molina, Olga Orozco, Alberto Girri, Rodolfo Wilcock, desarrolló lo que en el país se denominó el “neorromanticismo” que, posteriormente, ya entrado en los años cincuenta, derivó en al menos dos direcciones: “invencionismo” y “surrealismo”.

Nuestro asaltante de hoy figura en la antología de Martínez, perteneció a esa generación de poetas de hondas resonancias románticas muy afines a los alemanes del diecinueve, pero también a Rilke, Milosz, Claudel, St. John Perse, etc.

La voz de Sola González, de vocación elegíaca, resalta las fulguraciones de lo perdido, el viaje remoto de una imagen que sigue en movimiento: “La vi vestida de aconteceres pretéritos / Más allá del desierto que devora / las lámparas y el rostro de los sueños”. Acertadamente se refería así León Benarós sobre el poeta entrerriano: “Nutren la poesía de A. S. G. el prestigio de la antigüedad, la belleza de los otoños dorados, la majestad de las ruinas antiguas, las estatuas trabajadas por el musgo, la muerte trocada en lejanía, y dulcemente la amistad y el amor. Poesía de alta dignidad, de continuo decoro, participa de una cierta exaltación vigilada, de una tesitura clásica que entona y purifica el ímpetu de sus impulsos románticos”.

¡Salud, poesía y libaciones!

Muestrario mínimo

Cantos a la noche

I

Erraba yo por la ciudad oscura,

por calles y por rostros caídos 

    [a esa sombra

desde la vida o desde las estrellas;

erraba, viejo soñador, castigado

por la belleza que el amor del 

    [hombre no alcanza

a conocer

y sabiendo

que el ensueño es vano y alejado         [como una música

detrás de una puerta que nadie         [abrirá nunca;

sabiendo

que antes que yo y los sueños 

    [de mi vida

rieron las hermosas muchachas

y por entonces amaron

y cantaba el ruiseñor y yo no era 

    [el amante;

sabiendo

que cuando yo no esté

otros muchachos buscarán mi 

    [rostro en el río de los

sueños

que Eurídice volverá de otros 

    [infiernos

con los ojos cubiertos por las         [aguas y la sombra

para escuchar la vieja melodía 

    [de Orfeo

y yo no seré nadie en esa música;

sabiendo

que amar es estar perdido

siempre, siempre, siempre 

    [desterrado

en un lento palacio.

Y así erraba yo y alcé los ojos, 

    [¡noche!

para mirar tu gran viento quemado,

oh noche, madre inmensa

tendida en los callados arenales 

    [de ébano,

y sentí que la tristeza de amar 

    [en este mundo

sólo una fuente,

sólo el canto de un pájaro, 

    [sólo una gota de sangre,

no descendía de tu imperio 

    [ni de tu gran piedad

sino que aquí crecía,

en el jardín terrestre

donde los hombres y la luz 

    [combaten

entre ramas de mármol 

    [y pantanos.

Y así pensé en los dioses

que tú nutriste con tus ubres 

    [consteladas,

desdichadas criaturas hermosas en su fuego de piedra,

con sus coronas de carbón celeste,

con sus cabelleras de agua 

    [dulcemente tejida

para las abejas enloquecidas 

    [de amor;

pensé en los dioses de vellosos 

    [ijares ardientes

prisioneros de una garza del aire,

de una mejilla pastoral;

los bellos dioses que resplandecieron

    [en la vastedad

y en la arena que flota sobre el         [mar, y en el viento

que sopla en los cóncavos espacios;

los dioses anteriores

que crearon la alabanza y la tragedia

y los himnos que azotan la tierra 

    [y la devastan

con sus carros de hierro.

Pensé en los dioses hijos de tu         [amor, oh noche,

de tus majestuosos racimos 

    [genitales.

Pensé en los dioses

y no pude llorar por su insigne desgracia.

Perdidos en tu reino

se extinguieron como leños 

    [sagrados,

como ricas cenizas en el vasto

calor de la rosa lejana.

Pero nosotros

pálidas criaturas,

pájaros de pelo delgado y frío,

animales de fina calavera

delicada como pétalos de nácar;

nosotros

herederos de la gran soledad, 

    [escombros del espacio

enterrado en tu gran vientre 

    [solemne,

nosotros, soñadores, 

    [hijos de la mujer,

engendrados en su luna caída,

nutrimos nuestros sueños 

    [con infieles palabras

que el diluvio arrastró como 

    [un bosque de arpas

y quisimos poblar la antigua 

    [soledad donde arde

la médula brillante del vacío

donde alimentas, vieja loba nevada!

la vasta creación.

IV

A Luis Soler Cañas

Oh, nocturna ciudad, corazón 

    [de los hermanos en la

noche.

Tu pan de inclemencia has partido para sus bocas miedosas,

maldiciendo en la noche.

Oh nodriza de calcinados pechos, madre salvaje y ciega!

Oh, inmensa pesadumbre!

Ellos allí estarán roídos por la 

    [vida tenaz,

por la tristeza

de las noches que lamen 

    [lentamente sus briznas de

esplendor,

sus rostros, otra vez, en los 

cristales fríos de la ciudad

nocturna

repetirán esos cansados ojos que         [el amor ha comido,

esos ojos de espera que no se 

    [duermen nunca

mirando los andrajos de una vida,

la mano abierta y ciega de los años

en el desierto de las almas 

    [inmortales.

Ellos allí estarán, lentos

    [en la noche.

Yo fui su hermano y su sed 

fue la mía.

Sus castigadas manos me guiaron con ternura impaciente

porque era débil y para el débil está hecho el hombro del hermano.

Yo fui entre todos ellos el más 

    [pobre y herido

y mi vida se colmó con los bienes de su piedad terrible.

Más allá de la estéril soledad 

    [de sus noches

la indiferencia abría magníficas espigas.

Yo vi cómo sus dientes 

    [miserables roían

la materia tremenda de la ciudad, sus raíces de espanto.

Yo vi cómo sus lenguas incesantes gastaban las estatuas de oro

hasta lamer un corazón caliente, manchado por la noche.

Yo conocí también su mesa y sobre su mesa el pan del desamparo

y sus oscuras manos ofreciendo la pobreza y el frío.

¡Ah, su canto en la noche! 

    [Cómo se oscurecía

la diadema insensata de mi frente     [de orgullo,

mi vanidosa cueva de culebras 

    [brillantes!

Sus dedos se extendieron temblando     [en las tinieblas

y tocaron el ciego corazón de las         [piedras mortales.

Y vi el torrente de la vida y más     allá unas colinas doradas

y vi las otras criaturas apacibles         [de la música

y las que no podré nombrar con mi     [pesada lengua.

Ellos, ellos cantan en la noche

en la ciudad terrible sus canciones     [malditas

entre los despiadados mendigos 

    [de la luna.

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