Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Y uno va teniendo amigos, muchos amigos, nombres que se van quedando, que hacen señales contra el silencio o son el silencio cuando la noche va cediendo sus venenos y la madrugada apura sus licores con otras transparencias. Un nombre, pongamos Apollinaire, es el compendio de muchas voces, de muchos ecos ciertos e inciertos o alucinados. Decimos Gelman y una fanfarria de dolor nos atropella y también se entrega al “gotan”, a una quebrada sensual o de ternura. Y uno, en el goce del descubrir al otro, a aquel que ha realizado un acto de amor por la palabra, un juramento secreto de inmolarse en cada sílaba, en cada liberación de la sustancia del lenguaje o en la única cópula posible de la fiesta impía de los significados, se entrega al entusiasmo de los que le precedieron. Sucede entonces que para acercarnos a la personalidad de nuestra asaltante de hoy celebramos primero su “entusiasmo” incombustible (por algo la palabra nos remite etimológicamente a “estar endiosado”) para estar en movimiento: largos años de docencia universitaria, de investigación literaria y filosófica; extensa obra ensayística y producción poética; fundación de revistas y grupos de investigación.
Tras el entusiasmo viene el rigor, el estudio, la honestidad, la voluntad de ir más allá. Y Graciela Maturo lo hace con creces, poniendo a nuestra disposición una amplia obra cuyas coordenadas generales explica ella misma: “Trabajo desde la ‘razón poética’, que se relaciona con la cultura de nuestros pueblos y sugiere una renovación de los estudios literarios. Me ubico pues entre quienes buscan una revisión de los conceptos vigentes sobre el hombre, el lenguaje y la cultura. América Latina es el gran escenario para esa búsqueda. Creo que los poetas son los anunciadores de esa renovación”.
Antes de dar paso a su poesía, nos acercamos a la mirada de Oscar Grandov sobre la voz de Maturo: “El dolor llega a transfigurarse en alegría que proviene de la certidumbre de ser, que otorga plenitud a los despojos del existir (…) la desterrada nos adelanta señales de una alta asistencia que la purifica e ilumina a la vez que le abre un acceso a la belleza y a la verdad. El amor triunfa sobre las limitaciones de la humana fragilidad, y revela la plenitud del todo, la presencia de Dios”.
¡Salud, poesía y libaciones!
MUESTRARIO MÍNIMO
La nueva estación
Apollinaire
Con una dulce hiedra de amor
crecerán nuestras palabras
como el río impetuoso que en vano hemos querido contener
y surge y se derrama poderoso sobre la tierra
sobre la nieve sobre las rosas sobre el trigo
sobre el cemento sobre el cieno
Las palabras
creciendo como brazos de hermanos que se buscan
en un aire radiante de palomas.
La luz se mueve ahora hacia nosotros
mientras marchamos, discurrimos,
traficamos.
La luz quiere nacer en la palabra del que agoniza y vela,
en la palabra de carne y hueso, con el amor.
Cantando
haremos reverdecer las duras
piedras que el desprecio ha secado
y hundiremos el rostro en los helechos
y el agua endurecida de la granada saciará nuestra lengua
En el aire giran los signos de la nueva estación.
Una bandada de pájaros se posa
sobre el desierto de los escribas
De “El mar que en mí resuena” (1965)
Las plegarias
Las plegarias del mundo
suben del pecho de los hombres, de las mujeres
y forman un gran árbol invisible
El árbol crece
sostiene el mundo hacia lo alto
Es la fuerza de gravedad del aire
el amor que nos llama
hacia las altas ruedas del espacio
hacia la noche sin aurora
en que todos los días resplandecen
De “Habita entre nosotros” (1968)
Joan Báez canta
Fray Luis de León
Joan Báez canta, canta.
Su voz es una lanza de amor que horada el aire
y abre un estuario de oro con lirios y amarantos.
Allí mi amor se pierde
se pierde en el amor.
Joan Báez canta la balada
del amante que aún no ha regresado
del perdido en la noche
de la dulce, pálida enamorada
que espera entre lo algodonales de Virginia.
Canta Joan Báez los cantos de los pueblos
su hermandad de naufragio.
Canta un canto de piel oscura y suave
canta un canto de miel
y llora un canto
que habla de que un hombre va a morir
y es un sollozo
de amor, una gota de fuego que vibra y resplandece.
Las lágrimas son zarzas de dolor, pero ahora
son perlas satinadas que ruedan
por lo oscuro del alma.
Joan Báez canta, canta.
De “Habita entre nosotros” (1968)
Escribes porque sí
Escribes porque sí,
Trazas señales de humo
Siguiendo a Mallarmé leíste todos los libros
Y sabes ya que es triste la niebla de los cuerpos.
Sólo quieres ahora leer tus propias manos,
El enigma de tu garganta, de tu vida.
Andas a pura noche, en el grotesco
Excipiente de tu carne
Enterrando las muertes cotidianas
En la maceta del balcón,
guardando los ensueños entre vestidos lacios.
Mira ese rostro extraño en el espejo.
Hay que alisarse el pelo una sonrisa
Ponerle al alma unas pestañas
Y partir con el falso mediodía
Las uñas tintas en sangre diurna
Los párpados de oro
Para ocultar este animal de lodo
Ese perro que aúlla en la oscuridad.
De “Los tiempos del despojo” (1969)
**
He vuelto de las pálidas orillas
con el canto del pájaro en mi oído.
Atravesé las puertas de marfil
que dan acceso a mundos invisibles.
Puedo morir ahora
cantando un salmo de alegría.
Estoy viva entre ruinas que relumbran.
Mi memoria ha guardado
el follaje verdeazul de álamos amados.
Mi frente ha sido coronada de perlas
mis manos guardan biznas de los frutos de oro
De “Memoria del trasmundo” (1994)
**
Desnudos, despojados, desvalidos
mendigos de la luz
cuidadores del fuego.
Nos diste el mundo desde tu palabra.
Eres el árbol del que me alimento.
yo también soy el árbol.
Tu rostro se esconde en el follaje.
Corona, inteligencia, sabiduría
por la Belleza avanzo hacia el Reino.
No me abandones, geometría de amor.
Después del sexto día comerán juntos el lobo y el cordero
**
Pequeñas victorias sobre la muerte diurna.
Oscura certidumbre
de yacer en la palma de una mano
De “Navegación de altura” (2004)
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