Tony Zalazar: el viajero de la sangre inquieta
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
En la nota número veinticuatro de nuestro camino de asaltante nos acercábamos así a la palabra y resonancias vivas del poeta de las dos orillas: “Tony el poeta albañil, el poeta panadero que amasa panes de silencio y de tarde y de agua, que amasa con barro de estrellas, que amasa con harina de esperanza.
Tony el poeta panadero que amasa con pólvora los abrazos, la mirada encharcada, la lagrimita tímida y los volcanes, ¿De qué está hecho este chaqueño, este correntino que corre entre aguas subterráneas y aéreas, de qué su sangre inquieta y viajera, su ánimo: axis mundi”.
Y ahora, mientras redacto, acomodo como puedo estas piedras golpeando no solo sobre mi corazón sino sobre todos sus amigos, todos aquellos que nos vimos bendecidos por su presencia, intento asirme a la sentencia de Enrique Molina que alguna vez le oí decir a Francisco Madariaga: “los poetas no mueren, quedan encantados”. Y pienso en la verdad y alcance de esta frase, pero también no paro de preguntarme: ¿por qué te fuiste Tony? si a fin de cuenta vos ya eras un “ser encantado”, un ser luz. ¿Quién si no, podría escribir revelaciones como estas?: “En aquel baldío/ enterré mi tesoro/ brotó un mendigo” (Infanticidio haiku).
Tras su muerte, los navegantes las redes sociales (que a veces dejan de ser un estercolero), no dejaron de expresar su dolor. Me permito a continuación unas palabras escritas para el amigo:
La lámpara, una lámpara Tony, un tónyco para la sangre, para que la belleza se alumbre y nos alumbre donde quiere. La lámpara Tony, una lámpara de sangre enamorada en tus manos, desde tu ombligo, desde tu centro en las periferias de las tristezas, en el más puro centro del hombre de Vitruvio, todas las proporciones del universo que cabían y se movían en tu lámpara Tony, la lámpara tónyca de adelgazar las hambres y de empequeñecer las sombras.
Una vez, muchas veces nos dejamos empurpurar por el vino, heroicos nos emponchamos y liberamos zorzales que llevaban en el pico, ¿te acordás?, pequeñas fechas de luz para recodarnos allá arriba que todo estaba por hacerse, allá arriba, mientras abajo hablábamos y nos empurpurábamos y las espadas de nuestros sueños se trenzaban en duelo espartano, y sentíamos la batalla hermosa en nuestras carnes y huesos y la poesía preñaba el aire de rastros de colibríes y cuando el púrpura empezaba a ceder, venía otro aún más hermoso que nos punzaba las costillas y nos despedíamos, y la lámpara, una lámpara Tony, ¿te acordás?, ya estaba encendida para siempre.
¡Salud, poesía y libaciones!
Muestrario mínimo
Sus tratos
En el sustrato de estos ojos
está intacto el jardín de mamá,
están sus manos como raíces
hundiéndose en la tierra
y están sus dedos
que disuelven terrones,
que desentrañan cizaña
y extirpan los bulbitos
que sólo dan maleza.
Está mamá con las manos sucias
limpiando la tierra
ablandando la sequedad
y dándole a los surcos
el agua y la bosta
que inciten el despertar
de la semilla
que reanimen a los gajitos
arrancados
como al descuido por ahí.
Ahí está ella en cuclillas
poniendo el lomo de su mano
ante el golpe del agua
que deja caer de la jarra.
Antepone su mano siempre
y la agita con ternura
para que el peso del agua no aplaste
al brote
no ahogue a la semilla
ni desentierre nada que no deba.
Así florece el jardín entre
[sus manos
raíces, regadera, escudo
manos que esparcen
el perfume del querer
entre insectos que lo celebran.
En el sustrato de estos ojos
está intacto el jardín de mamá,
si algo florece lindo en mi mirada
sólo es por el sustrato que
[lo impulsa
por lo bonito de esta vida
[que nos riega,
y nada más.
Me gusta Lali en la litera
con mi linterna interna
[entre sus piernas
con su cálida alita de luz
aliterando mi lengua
lengüeteando tierna mi interior
me gusta Lali y su interna
[alteración
su aliteración y su hálito
su hábito de suavizar mi aleteo
de deletrear mi deleite
y de gozarme entero en la litera
Lali la alígera me gusta, la entera
y certera partera de mi ser.
El soneto
Amiga estate atenta a los acentos
que como lluvia caen en los versos
algunos caen raudos, otros tersos,
pero siempre acentúan
[tus momentos.
Tampoco olvides mantener la rima
abierta como labios consonantes
como beso en la oreja del amante,
que a la memoria su erotismo
[arrima.
Tomale el pulso al corazón dolido
a ver si marca el ritmo del amor
y si sostiene altivos tus latidos.
Lluvia de labios la poesía en boca
de los que están atentos al prodigio
de encontrarle medidas a las cosas.
Autotomía III
En una orilla la muerte;
en otra la vida.
Aquí la desesperación,
allí la esperanza.
Wislawa Szymborska
El pueta ante los tantos tarascones
[de la muerte
suelta astuto versitos de esperanza,
se los arranca como lagartija
que deja en garras de los gatos
un pedazo de sí.
Una cola que queda serpenteando
fEsTiiivA,
DiSuaSoooRia
y dOlOrooosa
(la poesía)
en las timadas manos de la muerte.
Esto que dura en danza el artificio
debiera persistir en cosquilleos
un buen poema entre las manos.
Engañifa que sufre y goza el lector
mientras reptante
la cabeza del pueta,
rescata acelerado el corazón.
Jinete del poema
El ritmo del poema es un caballo
que prueba la destreza de la imagen.
Martín Pucheta
Si algún día leés a su lado
agachá la cabeza
no por pudor ni falsa modestia
agachá la cabeza para ver
bajo la mesa que les toque
el poder de sus zapatos.
Uno de ellos, el diestro
se va a montar de a poco
al ritmo potro del poema,
el zapato opaco al principio
entre corcovos suaves
va a subirse al tono de tu voz
y en subibaja sabio
va a ir asintiendo el pulso
insumiso de la poesía,
lo vas a sentir latiendo
en cada ascenso y descenso
de tu decir.
Un caballito puede ser la poesía
a su lado, un caballito para irse
a recorrer los campos frescos
del sentido.
Y en ese ir vas a ver brotarle en talón
una espuela de luz,
una estrella va a brotar de su zapato
y deliciosa va a posarse
en los ijares de tu voz,
vas a sentir cómo apura lentamente
el escandido trote del poema.
Y él, que tantas palabras como soles
soltó sobre paisajes generosos
del interior, él
va a soltar las riendas de tu decir
y solito el poema los va a llevar
hasta el labio húmedo del río,
a abrevar en su sed el brillo
resbaloso de la vida.
Y cuando el poema hunda
en boca del Paraná
su lengua ya en sosiego
ahí recién alzá la cabeza
y en el ojo tordillo del poeta
capaz que veas desbocado
al destino que viene hacia a vos.
La gente los verá galopar en la poesía
y ante el galope elegante del poema
caerán una, dos, tres gotitas
gotas de aplausos líquidos
y de pronto un chaparrón
sobre el lomo erizado del río.
En esa lluvia de aplausos el poeta
te pondrá su alma de piloto
y con un sapucai de henchido
[relincho
le abrirá caminos a la dicha.
a Cacho González Vedoya
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