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A mal tiempo, buena cara

Eran “almitas” de vaticinios que a través de sus artículos, acciones, expresiones o pronósticos “traían” agua cuando podían, si la suerte de sus predicciones eran certeras.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Siempre el mal tiempo acompañó a este país, pero amainó y volvió a salir el sol. Me pregunto metafóricamente, cuándo volverá a salir el sol para salir a contrapelo de la historia. Esa novela de políticos que se quedaron en el tiempo, con todo lo malo que significa y que aún bregan en beneficio propio, adoptando el autoritarismo, demagogia, consignas e imagen, y no hechos que forman y consolidan hombres tenaces, capaces, eficientes, honestos, que respetan plazos verdaderos de permanencia frente al estado nacional, provincial o municipal, conforme explícitamente lo establece la Constitución, y no el aberrante mandato indefinido más allá de los límites naturales que algunos ostentan felices.

El tiempo siempre preocupó, por eso aquello de: siempre que llovió, paró. La radio como medio natural junto con la gráfica, en años pasados, hizo famosos “héroes nacionales” del pronóstico del tiempo. Uno de los fenómenos, fue Martín Gil, polifacético el hombre: abogado, político, escritor, astrónomo, meteorólogo, nacido en Córdoba. Allí se desempeñó como Ministro de Obras Públicas, asimismo estuvo a cargo del Observatorio Astronómico. Fue profesor del Colegio Nacional Buenos Aires, como así también se hizo cargo del Servicio Nacional de Meteorología. Asimismo, es autor de libros: “Modos de ver”, “Agua mansa”, “Milenios, planetas y petróleo”, etc. Escribió para Diario “La Nación”. José Martínez Carrera, comenta en 1930: “El Señor Martín Gil, ha hecho simpática y atrayente a una ciencia que los sabios con sus desmedida afición al símbolo matemático han hecho intolerable aún para muchos que no permitirían ser colocados entre los del vulgo a secas.” Sus pronósticos esperados del tiempo por vastas zonas, especialmente aquellas donde cundía la seca, sus aseveraciones se hicieron populares, urgentes y necesarias. Había un competidor muy cercano, tal vez mucho más popular, por sus temerarios pronósticos: el Ingeniero Juan Baigorri Velar, nacido en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Él, según la prensa de entonces, había inventado “la máquina de hacer llover”, con tal motivo cada sentencia suya, era ley, más aún cuando el vaticinio por coincidencia o naturalidad, se cumplía. Por supuesto, que la fama siempre engendra competidores no esperados, portadores de la no tan equivocada experiencia que era más la imaginación que el peliagudo cálculo matemático. El titular de la Dirección de Meteorología, Alfredo Galmarini calificó al invento de simple parodia. Sin embargo, por toda respuesta, Baigorri, le envío un paraguas de regalo, según lo documentaron los diarios: “Crítica”, y “Noticias Gráficas”. Finalmente el 1° de enero de 1939 se nubló y a la 5 de la mañana del día 2, como lo había anticipado, cayó un fortísimo chaparrón dirimiendo la puja. Algo similar ocurrió en Carhué, que experimentaba hace tiempo una prolongada sequía, tal que había consumido la superficie de agua del lago Epecuén. Entre el 7 y el 8 de febrero de 1939, como lo había vaticinado, simultáneamente con tormentas eléctricas se largó una tupida lluvia que hizo desbordar el lago citado. El paso de los años, más el descreimiento que produjo la crítica adversa, sin embargo aciertos promovidos por la prensa, hicieron del olvido un recuerdo del famoso Juan Baigorri Velar. Esas voces populares acertadas o no, que siempre surgen hubo en todos los tiempos, cuya realidad promueve opiniones pocas transparentes, tal vez por la no comprobación fidedigna de los hechos, o quizá más por la búsqueda de fama que por el auténtico contenido inconsistente de coherencia comprobable. En todos los sentidos se trataron más de expresiones  de deseos que realidades firmes y concretas. Hubo muchos nombres que hicieron su aporte, como por ejemplo un comunicador, periodista y escritor argentino, nacido en Concordia, Entre Ríos, que se inició en Radio Stentor de Buenos Aires para pasar definitivamente a LR3 Radio Belgrano, que terminaba con: “¡Arriba los corazones!”, o “¡Pasó mi cuarto de hora!”. Se trata de Juan José de Soiza Reilly, quien hizo corresponsalía para “Caras y Caretas” en la ciudad de París, cubrió la primera Guerra Mundial por encargo del Diario “La Nación”. Tenía una forma de escribir, informativa pero donde opinaba críticamente en idioma coloquial, común, que lo distinguía del resto. El mismo opinó de su estilo tan personal: “Mi literatura podrá ser mala, amorfa, inútil, hueca, pretenciosa, pensante..sí..pero no podrá parecerse a las demás literaturas…”. Lo cual lo pinta de cuerpo entero, más aún en radio donde se convirtió un ídolo con voz propia y amiga.

Mucho más acá del tiempo de estos ilustres, que se ganaron el corazón de todos, hubo uno, nacido en Salto, Uruguay: Arthur García Núñez, más conocido por Wimpy, que fue uno de los programas radiales más escuchados: “Ventana a la calle”. Como lo dice su título, era una mirada de alguien que conocía mucho de la vida, observando como desde un dron a las personas que pululan por las calles, exaltándolos, marcando sus caracteres, tendiendo un puente de reflexión y análisis. Comenzó en Radio Carve de Montevideo, como así hizo trabajo de guionista de humor en la revista “Peloduro”, como en los Diarios “El Plata” y “El Imparcial”. Su descubridor fue Juan Carlos Mareco “Pinocho”. En Argentina trabajó en “Noticias Gráficas”, “Diario Clarín” y LR1 Radio El Mundo de Buenos Aires. Es autor, de títulos conocidos: “Viaje alrededor del sofá”, “Los cuentos del viejo Varela”, “El gusano loco”, “La taza de tilo”, etc. Lo que quiero significar con sus menciones es que ellos hicieron realidad el refrán popular: “A mal tiempo, buena cara”. Porque escucharlos o leerlos, mucho más allá de su estricta calificación, se ganaron el afecto del escucha o lector, siempre esperanzado en poder resolver sus problemas, percibir un futuro mejor, para vivirlo y disfrutarlo. Soiza Reilly, amén de ser criticado por sus detractores, de que sus textos no eran una destacada literatura, cerraba su respuesta contragolpeando: “Es mía, en mí. Mis frases acaban en puntos suspensivos. No son como dijo algún crítico estéril, caprichos de la tipografía. Terminan así, evaporándose, porque yo quiero terminar así, como el humo…” Auténticas, pero sin tanto barullo. Reconociéndose sinceramente. Sin embargo, conociendo las popularidades de estos célebres personajes, lograban el sentido inverso, es decir la aceptación, que cualquier cosa dicha o escrita tomaban rápidamente estado público. Pronosticadores de la vida, de sus climas, de los regímenes de lluvias. Barómetros del clima social que siempre hace implosión porque nunca es tanto para nadie. Pero como impera en ellos la esperanza, “A mal tiempo, buena cara”, nos encomendamos a ver si este estado general del tiempo enrarecido, cobra menos nubarrones, se disipa, y ganamos más sol. Diría, para ser específico, que amanezcan con más sentido común quienes nos gobiernan o nos desgobiernan, porque las negaciones se suceden inexplicablemente luego de una afirmación, lo que contradice y contraría.  Que el tiempo mejore, se divise, vuelva a su estado normal. Que la república retome su estado natural, sin nubarrones ni miedos. Es decir, más apto, lógico y concreto para todos. Porque no se trata de expresiones de deseos, sino de urgencias reales que no esperan porque son la esencia de la vida misma.

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