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Hace 8 años Salvador Miqueri se hacía inmortal

Por El Litoral

Viernes, 20 de agosto de 2021 a las 01:01

Por Jose Miguel Bonet
Desde Mburucuya

Salvador, por esas cosas raras, reunía en su persona cualidades de poeta, músico, compositor, comerciante y profesor de geografía; fue un polemista filoso, capaz de decir más en serio que en broma que todos los males argentinos se deben a que “este país se ha amariconado y no se puede ser traidor con el sexo”, y decir esto en estos momentos sería un hereje. Heredero de las tradiciones del medio oriente y sus costumbres ancestrales, una de ellas la música, heredó la costumbre de silbarle a los pajaros para que le siguieran. Salvador era un enamorado del chamamé, pero también de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como “definitivo”.
Salvador, en fin, muchas veces  con la música de Tránsito, la música de Corrientes, la universal, les debe chamamé rasguidos dobles y valses  inolvidables en las que habitan el amor, la tragedia, la miseria y la ternura.
Defensor a ultranza de la cultura popular y de su sujeto y objeto, este místico irónico y dulcemente perdulario que reía con sus propias mentiras-chistes y sobresaltaba con sus risotadas, padecía de una capacidad de pintar el paisaje y de mostrar con su melodía la idea de Dios.
Salvador estaba en el cielo y decidió volver para ver a su pueblo, venía con nuevas experiencias, el lugar al que viajó estaba “lleno de nubes y había seres brillantes que surcaban el espacio... eran diferentes a todo lo que haya visto por acá. Seres superiores”, apunta. Pero sus relatos no terminan ahí: “Todo estaba inundado por una música gloriosa que descendía desde las alturas”, y es por eso que le costó venir.
Nos contó que por allí no tanto se evalúan las grandes hazañas, fortunas o logros humanos, sino la gran pregunta es: ¿cuánto amaste, cuánta bondad pudiste ejercer en tu caminar en la Tierra, cuánto construiste? Y ahí nos contó que aunque tuvo algunas culpas pudo superar esta evaluación, que cuando llegó, entró en un inmenso vacío, completamente oscuro, de tamaño infinito, pero al mismo tiempo infinitamente reconfortante. Negro como la boca de un lobo, pero también rebosante de luz… Era Dios, el Creador, la fuente responsable de generar el universo y todo lo que contiene… la voz de aquel Ser era cálida y personal… Om me reveló que no hay un solo universo, sino muchos —más, de hecho, de los que yo podría llegar a concebir—, pero que el amor reside en el centro de todos ellos, me dijo vos sos músico y creador, por eso vas a tener un lugar especial, también te daré la dispensa que puedas volver en forma temporaria a tu Mburucuyá Poty a visitar tu pueblo.
Y volvió a Mburucuyá, y se encontró que la entrada del pueblo hoy lleva su nombre, le parecía un homenaje merecido pero él ya era inmortal; siguió por la plaza, entró a la iglesia a saludarlo al san Antonio inmortal y terrenal con quien ya había departido en el cielo, pasó por lo de David y lo  recibió una Ernestina, a quien no conocía, pasó por el palacio municipal y se lamentó de que el mural no tenga la temática de su padrino Marincho Fernández, que fue ese el lugar donde él tomó la comisaría, contó que Pepe montó un kiosco en el cielo con revistas inmateriales, la plaza estaba igual, llena de naranjas jai y con más luces, pasó  por el viejo almacén de Solís, donde tantos recuerdos le asistían de los primeros festivales; regresó a la vieja esquina, lo encontró a Mario, sentado en el sillón de siempre y aguardando su regreso, le preguntó cómo andaba él y este le dijo que lo extrañaba mucho, que le hacía falta ese ladero, el eco de sus comentarios y que también no tenía muchas veces a nadie a quien retar. Mario le contó que cerró el negocio, Salvador le dijo “querido hermano, en el cielo las ropas no tienen bolsillo” y siguieron conversando de la fiesta de santa Librado, enfrente en lo de Nadin había perdido su colorido y esencia, todo estaba cambiado, el viejo club que supo ser sede del club Unión también, siguió hasta el club Obrero, no encontró a los viejos contertulios y se enteró de que le debía impuestos al municipio; les contó al pasar que Totón andaba muy bien y que había cambiado sus gustos del cigarrillo y el whisky por el de la contemplación de lugar maravilloso que es el cielo, los incitó a que sigan practicando eso tan humano de juntarse y compartir, ya que había visto que en otros lugares estaban en franca desaparición; pasó por lo de Tito y se acordó de los hermosos momentos vividos, aunque ellos por ahí allá arriba también hacen lo mismo, de los sábados árabes, de esa proverbial capacidad que tenía Tito de hacerte sentir bien; llegó a lo de Juan Carlitos y le contó a Clarita que estaba muy bien, que por ahí extrañaba su viejo reloj Rolex que le era innecesario porque allá era atemporal, que seguía siendo poetas pero ahora exclusivo de Dios, en El Campeón se deleitó con unas pizzas, pasó por su vieja escuela y pidió que prevalezcan por sobre todo los principios de la ética y la moral, inclusive por encima del conocimiento; llegó a la casa donde nació, nos contó que Yolanda fue muy bien recibida y que intentó sembrar jazmines en el cielo y Dios la llenó de olores de esa flor mágica para que no añorara tanto la tierra, y luego fue a su casa, se lamentó que las flores que él tanto cultivó estén marchitas, preguntó por Fausto y le dijeron que ya había ido a su encuentro pero que perdió su collar, miró la mesa de los músicos en la plaza y a su estatua le faltaba el teléfono móvil, recordó que esa fue una idea que surgió en el Tortoni, a semejanza de la mesa de Borges y Alfonsina Storni; pasó por el banco y dijo “cuántas cosas hay que no necesito” y siguió de largo recordando que “el apego a las riquezas es una idolatría”, y se lamentó por algunos episodios de codicia en la vida, llegó al club, estaban las mesas, estaba el ambiente y faltaban algunos parroquianos, les  contaron que lo extrañaban a Juan Carlitos, ya que habitualmente se solían juntar con José Miguel en las mesas de la terraza y que adentrada la noche y después de filosofar baratijas y cosas serias y con algunos vinos ya deleitados, siempre, y piden que les pongan Vera Lucero, recordó que se encontró con Titico, que desde lejos le dijo “¡mi presidente!” y Juan Manuel, que no tenía ni esquina ni mesa donde pasar la noche, y están intentando crear el centro de celestial de mburucuyanos en el cielo, y por último, antes  de partir, recordó todo lo feliz que había en ese lugar, que se siga trabajando con solidaridad y compromiso, que sean como los barriletes que cuando más viento en contra hay más vuelan, y pidió por su querido festival, ahora que no está Juan Carlitos, que lo sigan apuntalando con lo auténtico y tradicional, que no permitan que la fusión del chamamé se convierta en confusión y que se puede ser innovador pero no transgresor, dijo que había hecho fuerzas en el cielo para  que el chamamé fuera patrimonio inmaterial de la humanidad, se quejó de la agresión auditiva por la política, dijo muy poco pero mucho a la vez, prometió regresar en cualquier momento, y como nueva ilusión, volvió a la inmortalidad.

 

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