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Una sociedad enferma de polarización

Por Enrique Zuleta Puceiro

Publicado en El Cronista

 

La cautela con la que las dos grandes coaliciones predominantes en la política argentina han inaugurado el nuevo año político sugiere la posibilidad de que las estrategias de polarización, que les permitieron monopolizar la agenda política entre los años 2015 y 2021, hayan perdido su potencial inicial, con el riesgo de desencadenar reacciones sociales adversas, cada vez más difíciles de administrar. 

Los debates sobre el Presupuesto 2022 y la reforma de bienes personales concluyeron, en efecto, en victorias pírricas, sin ganadores ni perdedores. Solo sirvieron para evidenciar la indigencia estratégica, la falta de ideas y la ausencia de liderazgos ordenadoras que parece aquejar tanto al oficialismo como a la oposición. Las primeras encuestas del año demuestran ya hasta qué punto se ha profundizado la brecha entre la sociedad y la política, en un contexto de desconfianza creciente hacia las instituciones.

La polarización política vuelve así a mostrar una de sus peores facetas: su incidencia en el fenómeno general de la apatía política, con sus secuelas de perdida de compromiso ciudadano y desinterés tanto en lo político como en dimensiones acaso más importantes en aspectos muy diversos de la vida colectiva. Una técnica de estímulo de la competencia electoral termina así deteriorando el nivel de capital social, la confianza en el funcionamiento de las instituciones y, sobre todo, la capacidad de los ciudadanos para sobrellevar las dificultades y cooperar en la búsqueda de soluciones a problemas complejos que están, casi por definición, fuera del alcance de la política.

Una extensa literatura viene estudiando este crecimiento de la polarización desde hace décadas. Para algunos las tendencias a la polarización nacen de los impulsos de una guerra cultural. La pérdida de valores, la inexistencia de propósitos comunes abre un vacío cultural que es ocupado por quienes buscan monopolizar las agendas de la política con contenidos que dividen y estimulan el conflicto. Para otros, las sociedades tienden naturalmente a la cooperación y la polarización es más bien un efecto de estrategias de dominación ensayadas desde la política y estimuladas por las formas modernas de la información y la comunicación. 

Desde esta óptica, la polarización no tendría raíces culturales sino más bien políticas. Para unos, se trata de un fenómeno cultural profundo que aflora en ocasión de la confrontación propia de la política electoral; para otros sería un fenómeno más bien político, fruto de las estrategias de dominación y de la explotación de ciertos temas de agenda que fragmentan y enfrentan de modo recurrente a una sociedad aún en formación como la argentina.

Una ya larga experiencia de vida en democracia enseña en efecto, que la sociedad argentina es plural, heterogénea y dinámica en la que cuesta encontrar comunes denominadores que estimulen estrategias de concertación.

Aun así, está muy claro que no es una sociedad dividida por fracturas profundas. Podría decirse que, a diferencia de las sociedades europeas, en las que la acción política de élites esclarecidas ha sido capaz de articular estrategias de unidad nacional por sobre diferencias muy profundas de tipo histórico, social, cultural, económico o ideológico, en el caso argentino la situación es más bien la opuesta.

En la Argentina, el dato central es el de una sociedad básicamente convergente en su base social que, a diferencia de las europeas, sufre desde siempre el efecto disolvente de las luchas intestinas, los conflictos y las diferencias infranqueables entre sus élites dirigenciales.

La polarización política no es un rasgo estructural de la sociedad, como si lo es de hecho en otras sociedades. Entre nosotros, es una estrategia deliberada, cultivada y perfeccionada desde siempre por las dirigencias. No es que no existan diferencias intelectuales, políticas y aun afectivas, capaces incluso de disparar reflejos condicionados.

De lo que se trata es de que esas diferencias, cualquiera sea su grado de profundidad, atraviesan horizontalmente a la sociedad. Se expresan por igual en todas las fuerzas políticas. La intolerancia, por ejemplo, no es patrimonio de ninguna cultura política en especial. Se manifiesta por igual en todas las fuerzas políticas, cualquiera sea su signo ideológico o la naturaleza del tópico que ocasionalmente pueda dividir y enfrentar.

Las elecciones de noviembre mostraron que este ciclo de polarización -de características exacerbadas sobre todo a partir de la gran crisis del 2001-2002- ha comenzado a mutar. 

La sociedad toma una distancia creciente de la política. Identifica nuevos canales de participación, nuevos liderazgos y nuevos valores orientadores. Es una revolución en marcha, que se expresa desde la demanda y que impone condiciones cada vez mas exigentes a la política tradicional. 

La estrategia de la crispación está en cuestión. Es acaso el núcleo central de lo que se discute.

 

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