¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

Putinópata

El psicópata no tiene empatía ni remordimientos por las consecuencias de sus actos. Una de cada 100 personas es psicópata. Esa cifra se sextuplica en el ámbito de la política. El peligro del psicópata en función pública es que sus decisiones afectan indeterminadamente a muchas personas. Putin invade un país vecino y pone al mundo a las puertas de una guerra nuclear, sin que, al parecer, tenga exacta noción 
de su locura guerrera.

Miércoles, 16 de marzo de 2022 a las 01:55

“Si hay un destino humano complejo, es el de Vladimir Putin. Veo en su gesto la tragedia de un hombre desesperado y desesperante… vive en un estado de rabia impotente que lo conduce a los peores excesos”.

Alexander Adler,  historiador,muy cercano a Putin

n El presidente ruso es un hijo de Putin, de Vladimir Spiridónovich Putin y de María Ivanovna Pútina.
De un día para el otro, ordenó la invasión a su vecina Ucrania. Miles de soldados, aviones, tanques, helicópteros, armamento convencional, misiles, cohetes, bombas de racimo y bombas termobáricas (prohibidas por la Convención de Ginebra), y la amenaza de una explosión nuclear.
Muerte por doquier, de soldados y de civiles, huida masiva de personas de la zona de guerra, destrucción de objetivos militares, pero también de viviendas y de hospitales. En suma, la devastación del territorio y la muerte de personas que ya se cuentan por miles.
Esa es la guerra; mejor dicho, es la invasión de Rusia a su vecina Ucrania, o tanto mejor debería decir la invasión decretada por Vladimir Vladímirovich Putin a Ucrania.
¿Los argumentos de la invasión? Todavía se trata de descifrarlos, es objeto de debate de los analistas en el mundo, parecen estar solo en la cabeza de Putin. En todo caso, la argumentación explicitada es la de terminar con los “neonazis” del gobierno ucraniano o, también, imponerle un estatus a dicho país que asegure su no integración a la Otan.
En suma, los argumentos putinescos quizás no sirvan ni para iniciar una guerra de almohadas entre niños; son inadmisibles, infantilescos, de una prepotencia malsana, sin ninguna lógica medianamente aceptable. Pareciera ser que, analizado con el diario del lunes, sus fundamentos anidan en su temperamento psicópata que desatan sueños de expansionismo, de rescate del imperio ruso, zarista o comunista, da lo mismo.
No se me escapa que EE.UU. ha hecho lo propio con la invasión a Irak, alegando la existencia de armas nucleares que los hechos desmintieron. Es que a las grandes potencias les alcanza con su propia decisión, más allá del derecho internacional y de los organismos globales, que la ven pasar.
Pero la cuestión adquiere contornos muy peligrosos cuando, al margen de la visión estratégica de las potencias involucradas, al mando de la guerra esté una personalidad psicopática.
La política es un buen refugio para los psicópatas. Ello no significa que todos los políticos sean psicópatas ni que todos los psicópatas se dediquen a la política, pero cierto es que con el traje de político el psicópata se siente cómodo, se mimetiza con el ambiente, es el camuflaje ideal para su condición patológica, en el campo de la política está su zona de confort.
La psicopatía es un trastorno caracterizado por la falta de empatía con el sufrimiento ajeno y la egolatría. Sus rasgos suelen ser el comportamiento antisocial y sádico, falta de remordimientos, narcicismo, egoísmo y una visión exagerada de su propia valía, son mentirosos y superficiales, tienen habilidad para manipular a otras personas.
Obviamente, la patología tiene grados de profundidad y una variada gama de comportamientos. En los niveles más bajos se encuentran los que tiran basura a la vía pública o estacionan en un lugar para discapacitados; en los más altos, los asesinos en serie.
Hay un test desarrollado por un psicólogo canadiense, que demuestra que casi todo el mundo tiene algún pequeño rasgo. La prueba puntúa entre cero y cuarenta; si consigues más de treinta, eres oficialmente un psicópata.
Afortunadamente los verdaderos psicópatas son pocos —una de cada cien personas—, lo grave es que estas cifras aumentan seis veces en el ámbito de la política, precisamente en el campo donde se toman decisiones que afectan a un conjunto social.
Ello no es de extrañar, porque algunas de las características de los psicópatas son útiles para la política y la gestión de los asuntos de estado. Pueden tomar decisiones difíciles sin verse afectados emocionalmente, asumen más riesgos, son mejores manipulando y convenciendo, y tienen algo llamado “resistencia al caos”, lo que significa que mantienen la cabeza fría y disfrutan en las situaciones más estresantes y caóticas, porque en realidad las consecuencias le dan lo mismo.
El riesgo del protagonismo derivado de la personalidad del líder muchas veces puede ser contrapesado con el equilibrio de poderes, pero se incrementa geométricamente en los regímenes dictatoriales, en las autocracias como es el caso de Rusia, en la que una sola persona toma las decisiones.
Dice Stephen Kotkin, biógrafo de Stalin, que “hoy en Rusia hay un autócrata en el poder que toma las decisiones completamente solo”, agregando que el jefe del Kremlin recibe de sus colaboradores lo que quiere oír, incrementando su narcisismo y su creencia de ser superior a todos y el más inteligente. El patético “reto” que Putin le dio a su jefe de inteligencia, difundido ampliamente por los medios, es una muestra acabada de lo expuesto.
Es el mismo Kotkin el que introduce un elemento más a tomar en cuenta: “Mucho antes de que existiera la Otan, en el siglo XIX, Rusia tenía un autócrata, tenía represión, tenía militarismo, tenía sospecha de los extranjeros y de Occidente”, por lo que la psicopatía del nacido en Leningrado solo es un refuerzo extraordinariamente peligroso al patrón histórico del comportamiento de Rusia.
Chamberlain cayó en las manipulaciones de Hitler; a los líderes occidentales le sucedió lo propio con Putin. Por ello es por lo que a Biden, a Macron, al propio Erdogan, les ha costado mantener una charla normal con el presidente ruso, no solo por sus continuos embustes sino por su falta absoluta de conciencia de las terribles consecuencias de sus actos.
 A decir verdad, los verdaderos dramas de la humanidad fueron causados principalmente, más que por la ideología o la tipología de un régimen, por la condición patológica de sus líderes, de allí es la identidad de comportamiento entre Hitler y Putin.
Hace un par de años, en una escuela le preguntaron a Putin dónde termina la frontera rusa. Él respondió: “No termina en ningún lado”.
El concepto cultural y geográfico del Russky Mir, está basado en la concepción del panculturalismo ruso cuya geografía se extiende por todo el territorio del antiguo imperio zarista de Catalina la Grande o, da lo mismo en la mente de Putin, de la Urss.
Por ello, si le va bien al presidente ruso en su aventura ucraniana, sin dudas que avanzará sobre nuevas fronteras y su ambición expansionista no se detendrá, como no detuvo a Hitler.
Pero el mundo ya no es el mismo, hasta ahora el presidente ruso está obteniendo una respuesta heroica del pueblo ucraniano, que está dispuesto a entregar la vida antes que ser el pato de la boda de las ambiciones psicopáticas de Putin. Y, por si ello fuera poco, ha unificado a casi todo el mundo en contra de su agresión armada, aunque la vista esté puesta ahora en China.
Todos rogamos para que la lluvia de fuego y metralla termine cuanto antes, ojalá así sea. Salvo la opción del botón nuclear en el pulgar de un psicópata, saldremos fortalecidos en el aprecio por la paz.

 

Por Jorge Eduardo Simonetti 
jorgesimonetti.com
Especial para El Litoral

Últimas noticias

PUBLICIDAD