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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Francisco y el síndrome Pilatos

“Y viendo Pilatos que no conseguía nada, sino que más bien se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: ‘Soy inocente de la sangre de este justo”  Mateo 27:24

*El cinismo del gobierno de Putin, al negar las atrocidades que comete su ejército en Ucrania, se extiende a países como China, y a unos pocos líderes mundiales que relativizan los crímenes de guerra. Lo que difícilmente resulte digerible para los cristianos, es que nuestro máximo pastor haya estado callado tantos días y luego se pronunciara con una actitud propia de Poncio Pilatos.

**El polvo de los edificios derrumbados, el olor a cadáver que flota en el aire, son el testimonio crudo de la masacre del pueblo ucraniano.

***Poco debe esperar la humanidad si su máxima autoridad espiritual en la tierra es incapaz de diferenciar el bien del mal.

                         Imágenes de los cadáveres de civiles en la ciudad de Bucha. Más de cuatrocientos, algunos con las manos atadas y balas en la cabeza. Horroroso testimonio de los crímenes de guerra que las fuerzas de Putin llevan a cabo en Ucrania.

                               La retirada rusa de las inmediaciones de Kiev está dejando al descubierto la masacre. La contundencia de las fotos satelitales de los primeros días de marzo, echaron por tierra las mentiras del gobierno moscovita acerca de que se trataba de un montaje.

                               No sólo en Bucha, también en Borodyanka, ciudades cercanas a Kiev, dónde vuela el polvo y el ambiente huele a cadáver. Despojos de edificios, cuerpos sepultados bajo los escombros.

                               Las matanzas estuvieron a cargo del “carnicero de Bucha”, el Lieutenant Coronel Omurekov Azatbek Asanbekovich, cabeza de la brigada 64 de fusileros motorizados del ejército del “carnicero de Ucrania”, Vladimir Putin. Una lista de 87 páginas fue difundida con los nombres de los asesinos identificados.

                               La condena mundial fue casi unánime, “casi”. La cínica posición de China, que califica los horrendos asesinatos como un “incidente”, el silencio cómplice de un puñado de países, demuestran que las autocracias ejercitan su autodefensa con ciega negación o hipócrita desentendimiento, aunque los hechos constituyan un genocidio.

                               La organización mundial de derechos humanos Human Rights Watch, produjo un informe dónde se documentan decenas de casos de ejecuciones sumarias de civiles, violaciones y otras instancias de violencia que podrían constituir “crímenes de guerra”.

                               Mientras tanto, los católicos y personas de buena voluntad de todo el mundo, esperábamos las palabras del Papa Francisco, extrañamente callado por más de un mes desde la invasión.

                               El 4 de abril pasado concluyó su mutismo. A través del Twiter del Vaticano dijo: “Que el señor tenga piedad de nosotros, de todos nosotros. ¡Todos somos culpables!”. Inmediatamente, una ola de indignación inundó las redes sociales.

                               ¿Qué nos querría decir el Papa con aquello de que “todos somos culpables”? Decir todos es decir nadie. Putin no es responsable, tampoco los altos mandos rusos, menos aun los que asesinan civiles desarmados. Somos todos, Ud., yo, el vecino, es decir nadie. Esa fue la sentencia del mayor pastor de almas, luego de que transcurrieran más de treinta días de destrucción y muerte.

                               Quienes siguen de cerca las posiciones vaticanas en los conflictos, no se extrañaron por el mensaje. “Somos todos culpables” se acerca más a la posición “pilatesca” que no es nueva en el universo papal de estos tiempos.

                               En 1806 y 1807, fueron los ingleses los que invadieron, los criollos se defendieron. No es lo mismo invasor que invadido, agresor que agredido, ofensor que defensor, homicida que víctima. No llamar las cosas por su nombre es, por lo menos, cinismo, por lo más, encubrimiento.

                               Así, Poncio Pilatos, un prefecto de Judea se desentendía de la decisión popular de crucificar a Jesús. “Lavarse las manos”, “Lavi inter innocentes manus meas” pasó a integrar la liturgia de la misa. En la célebre tragedia de Shakespeare, la criminal lady Macbeth dice: “todos los perfumes de la Arabia no bastarían a lavar y purificar esta mano mía”.

                         Dos mil años después, es el Sumo Pontífice del Vaticano el desentendido, porque no es el pueblo ruso el que reclamó el genocidio del pueblo ucraniano, es Vladimir Putin el que lo ordenó, en conjunto con su corte de cómplices, tal como lo fueron Caifás y los sumos sacerdotes en la Judea de los tiempos romanos.

                         “Lavarse las manos”, “quedar bien con dios y con el diablo”, “derramar lágrimas de cocodrilo”, parecen expresiones que le caben al sayo papal y que mucho mal le hacen a la cristiandad y a la humanidad en general.

                         De la iglesia no esperamos que solucione la catástrofe humanitaria, lo que suponemos de ella es la verdad de la palabra, la diferenciación entre el bien y el mal, la identificación de los responsables. ¿De qué le serviría la religión al hombre si no le permite diferenciar el bien del mal?

                         Si para el Papa, la invasión de Putin a Ucrania, la muerte de miles de personas, ciudades convertidas en escombros, millones de personas emigrantes, es responsabilidad de todos, lo único que hace es exculpar a los verdaderos responsables. La verdad se relativiza, caen los fundamentos morales de las conductas, se fulminan los parámetros éticos, se disuelven todos los principios y desaparecen los ejes diferenciadores entre los criminales y los inocentes.

                         Cuando uno de los bandos en pugna coincide con su sesgo ideológico, porque lo tiene, el Santo Padre es incapaz de distinguir entre agresores y agredidos, entre asesinos y asesinados, entre dictadores y sometidos, entre criminales de guerra y víctimas. “Somos todos culpables” es el facilismo relativista con el que intenta quedar bien con dios y con el diablo. Aunque, a decir verdad, sólo el diablo queda contento.

                         Pietro Parolin, cardenal secretario de estado del Vaticano, en oportunidad de la crisis venezolana, con el gobierno de Maduro reprimiendo, matando, encarcelando, expresó que la actitud de la Santa Sede es de “neutralidad positiva” (¿?), algo así como la política de Poncio Pilatos.

                         La iglesia venezolana, en ese entonces, actuó de manera diferente a la autoridad vaticana. La Conferencia Episcopal del país caribeño, distribuyó un documento que planteó la validez de la desobediencia civil y de las marchas pacíficas contra el régimen.

                               Dimitri Medvédev, ex presidente de la Federación Rusa y hombre de Putín, lo dijo con todas las letras: uno de los objetivos de Putin es “construir una Eurasia abierta, desde Lisboa a Vladivostok. La invasión a Ucrania es el primer paso”.

                               Un panegirista del presidente ruso, el periodista Timofei Segeitsev, escribió en un medio estatal que a Ucrania hay que “desnazificarla”, dado que la mayoría de los ucranianos son “nazipasivos”. Pidió castigos ejemplares y la construcción de una “nueva Ucrania”.

                               Los ciudadanos rusos también están en problemas. El Kremlin habilitó una línea telefónica directa y un sitio web, para que la gente formule denuncias contra aquéllos que se oponen a la invasión. De inmediato, viene a la mente el fomento de la “delación” en tiempos de Stalin, en el que millones de ciudadanos fueron enviados al Gulag, delatados por sus propios vecinos.

                               Estoy convencido que nadie que no esté marcado por el sesgo autoritario puede culpar a la víctima. Es lo que hace Putin y su corte de aduladores, mientras algunos miran para otro lado por razones geopolíticas (como China) o porque funcionan como idiotas útiles a los propósitos expansionistas del nuevo zar.

                               ¿Que esperábamos de Bergoglio? Poco, sólo la identificación con nombre y apellido de los malos y un pedido de oración por los agredidos, humillados, muertos, destrozados, emigrados.  Lo que no esperábamos de él, eso sí, es la distorsión de los hechos, la relativización de una verdad que duele en el alma.

                         Señor Mario Bergoglio: no todos somos culpables.

Por Jorge Eduardo Simonetti 

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

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