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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Presidente, guitarrero y cantor

“Gobierna peor de lo que canta”. Carlos Ruckauf

 

Creo que a pesar de tanta melancolía, tanta pena y tanta ira, solo se trata de vivir”, lari laraaa.  Un 25 de mayo, desde el escenario del Movimiento Evita, Alberto Fernández trataba de consolar a los argentinos balbuceando la canción de Lito Nebbia.

Lo bueno del Presidente es que no le hace asco a nada. En 2019 no dudó en hacer una pirueta copernicana para terminar siendo el candidato de una Cristina que hasta hace pocos días denostaba.

Y si entonces no eludió tamaño desafío, con el riesgo cierto de hacer el ridículo, no se iba a achicar ante la invitación de rascar la bordona y desentonar algunas estrofas.

Es que la política —pensó Fernández— se trata de empatía. Y en parte tiene razón, pero solo en parte, porque la misma es un poquitito de empatía, pero mucho de liderazgo, coherencia, capacidad moral e intelectual, que son los grandes déficits presidenciales.

Una cosa es el guitarreo en un escenario folclórico, aunque se rasguen torpemente las cuerdas. Un artista malo, un público escaso, la risa y el abucheo que sirve para descargar la desafortunada actuación. Otra muy distinta es guitarrear desde los escenarios del poder, porque los daños son palpables, las víctimas se multiplican, y las estrofas mal entonadas son las erróneas decisiones que se adoptan.

Entre otras tantas realidades, la vida está llena de gestos y de palabras, y, aunque dicen que un gesto vale más que mil palabras, está científicamente demostrado que el pensamiento se construye con ellas. Como en la vida, así es en la política.

Cuando los gestos o las palabras son sutiles, debemos saber interpretarlos. Y en la interpretación, los sesgos y los mecanismos racionales de cada quien ofrecen mil respuestas.

En cambio, cuando son claros, expuestos, groseros, manifiestos, las posibilidades de interpretación se reducen al mínimo, casi diría a uno. Se gestualiza con crudeza, se habla sin eufemismos.

En los tiempos políticos que transcurren en la Argentina, ya no existe la sutileza en el lenguaje, casi tampoco la gestualidad sugerente. Todo está en carne viva, la realidad y su traducción en palabras y gestos.

Dos señas fueron destacables días pasados y poca tela para cortar trajeron para los inadvertidos, la ironía no dejó casi margen para la imaginación. Dos regalos: un libro y una lapicera.

El regalo de cumpleaños de la vicepresidenta al Presidente, un libro, fue una puñalada certera a la autoestima presidencial, si es que la tiene. El “Diario de una temporada en el cuarto piso”, que relata la trastienda del proceso hiperinflacionario que culminó con el abandono anticipado de Alfonsín a la presidencia, no tiene otra exégesis posible más que el preanuncio del fracaso de Alberto y, eventualmente, de su retiro del poder antes de tiempo. Directo al corazón, sin medias tintas.

Días después, Gerardo Martínez, el sindicalista amigo de la Uocra, le obsequió en público una lapicera. ¿Para qué? Obvio, para que la use en su gestión y no se deje atropellar por su vicepresidenta. Simple, sin dobles interpretaciones. 

Poder que no se ejerce, es poder que se pierde en beneficio de otro. Las frustraciones se acumulan, no el poder.

Ambos gestos, lamentablemente, demuestran realidades incompatibles con un tiempo virtuoso para la Argentina: un presidente que nos lleva aceleradamente al fracaso y un fracaso que pivotea en su falta de ejercicio del poder.

Por si ello fuera poco, no solo los gestos lo pusieron en evidencia. También las palabras, la mayor parte desde su propio espacio político.

El ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, trayendo a colación sus tiempos campestres, expresó sin filtro que “el que trajo al borracho, que se lo lleve”. Se refería a Cristina, que colocó en el puesto a Fernández.

Carlos Ruckauf fue también irónico pero a la vez el más directo. Además de apelar a una cruel humorada (“gobierna peor de lo que canta”), reclamó directamente el adelantamiento de las elecciones.

“Tenemos un sistema presidencialista con un presidente que no ejerce el presidencialismo, entonces estamos ante una situación muy complicada, donde los propios integrantes del oficialismo están enfrentados. ¿A qué vamos a someter a los argentinos en medio de tantas discrepancias por 18 meses más? Es una pesadilla”, expresó el ex vicepresidente.

El fuego de trinchera propia es el más dañoso, porque viene por la espalda. Los obsequios y las palabras no fueron elusivos, sino explícitos mensajes de tropa amiga.

“Con esos amigos, para qué quiero enemigos”, debería pensar Fernández. Pero su porfiada vocación de poner la mira en lugar equivocado hizo que le dedicara a Macri una andanada de improperios, cuando sabe que el cambiemita es el menor de sus problemas.

A su —a esta altura— proverbial incapacidad de manejar las situaciones, le agrega los graves problemas en su propio frente político, con una Cristina dispuesta a no seguir bancando a un gobierno que, considera, está yendo directo a embestir al iceberg.

Sin apoyo de los propios, con graves problemas de gobernabilidad, la inflación y la pobreza que no dejan de crecer, una oposición que está encontrando su lugar de confort en esta crisis, Fernández no parece disponer de instrumento alguno para cambiar el rumbo.

Para colmo de males, su obsesión de quedar bien con personajes de su sesgo ideológico, nos ha llevado en el plano internacional a sufrir una y otra vez la desagradable sensación de la vergüenza ajena. La contracumbre que intentó montar, en protesta por la no invitación de Venezuela, Nicaragua y Cuba a la reunión de Los Ángeles, terminó en una vergonzante marcha atrás.

Está claro que Fernández es esto, lo que ha mostrado durante estos poco más de dos años y medio, no tiene más ni tampoco capacidad de rectificación. Y así transcurrirán estos dieciocho meses que restan, cayendo de a una las hojas del almanaque, que se escucharán contra el piso en el marco de un silencio sepulcral que rodea la dramática situación nacional.

Mientras tanto, en medio de tanto fracaso, el descreimiento hace presa del ánimo de muchos ciudadanos, la política deja de cumplir el rol de operadora de la democracia y en lugar de la solución pasa a ser parte del problema.

En el ánimo social se confunden el sistema con sus operadores, todo parece ser lo mismo, el “que se vayan todos” comienza a tomar forma para canalizar nuestras frustraciones, y dejamos de pensar criteriosamente para internarnos en los caminos de la magia.

El daño principal que los políticos en general y el Gobierno en particular le están produciendo a la sociedad, no es ya el del desgobierno y la corrupción, sino el del desaliento que siembran en el ánimo público.

Eso nos pasó en 2001, creímos en los magos del sur y así estamos. Hoy la magia, los manosantas, parecen vestir los trajes pseudo liberales, porque repiten, en temperamento y mensaje, todo aquello contra lo que debemos luchar siempre: el ideario hegemónico, la verdad absoluta, la intolerancia a la pluralidad.

Por Jorge Eduardo Simonetti 

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

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