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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El soldado de la libertad peruana

Por Darío Andrés Núñez*

Especial para El Litoral

Conocer la integridad del general don José de San Martín resulta importante,  su vida política y pública nos sirven de ejemplo para fortificar el modelo de ciudadanos que debemos ser. Sin dudas, las enseñanzas que nos legó son un significativo aporte en la formación moral. En este sentido y en alusión a los 201 años de la proclamación de la Independencia del querido país hermano del Perú, que se cumplieron el jueves último, rememoramos las férreas convicciones que San Martín demostró. 

En primer lugar, debemos destacar que en la historia universal, el término “libertador” tiene como exponente máximo y único a San Martín, debido a su ímpetu y desinterés de poder, riquezas y glorias; puesto que su principal fin fue conseguir la libertad, la independencia y la autodeterminación de los pueblos. Fue también por eso que al conseguirla, se retiró.

En segundo lugar, debemos revalorizar su compromiso en cada una de las gestas libertarias, y no fue menor con la campaña en Perú. 

En 1820, las condiciones eran hostiles porque los españoles aún mantenían su poderío, la división política en Chile era preocupante y todo esto se sumaba a la caída del Directorio y posterior guerra civil en las Provincias Unidas. Pero aquel desfavorable contexto no mermó su espíritu libertario, y  embarcó hacia el Perú. 

Ahora bien, tras declarar la Independencia, aceptó el cargo de “Protector de la Libertad del Perú”. Pero, más que nada, lo hizo por el clamor popular y por el peligro latente de los realistas. San Martín entendió que, para completar la emancipación, era necesaria su presencia. Sin embargo, él, fiel a sus ideales, estipuló que su permanencia en el cargo sería transitoria. 

San Martín ya había demostrado ser un brillante gobernante en Cuyo y, en Perú, no sería la excepción. Continuó con las mismas ideas libertarias e ilustradas que lo caracterizan. Entre varias medidas, podemos mencionar: las aboliciones de la Inquisición, de los castigos corporales, de la servidumbre y del tributo indígena, además, la liberación de los hijos de esclavos nacidos desde la proclamación de la Independencia.  Asimismo, dio un lugar especial a la educación, un papel preponderante, ya que sería la base para sostener la libertad. Esto quiere decir, que era indispensable instruir con valores, cultura y conocimientos patrióticos,  que demostraran autonomía nacional. Fomentó la formación en todos los niveles, creó bibliotecas, estableció la libertad de imprenta y opinión. Asimismo, protegió el teatro y el patrimonio arqueológico e histórico. 

Por otra parte, el principal motor de su campaña fue su convicción de libertad. Por ese motivo, el día 26 de julio de 1822 en Guayaquil, se entrevistó con Simón Bolívar, otro gran protagonista de la independencia americana. El propósito del encuentro fue para coordinar los esfuerzos de guerra, sin embargo, el general advirtió  las intenciones de su par, de alejarlo de escena. Esto, sumado al poco apoyo de Buenos Aires y Chile, lo obligó a apartarse de tan primorosa campaña. Además, quiso evitar un enfrentamiento innecesario que solo provocaría que se dispersaran las fuerzas emancipadoras. Únicamente con su retiro cumpliría con su anhelado objetivo. 

Al ceder su lugar, profesó las siguientes palabras: “Desearle únicamente sea usted quien tenga la gloria de terminar la guerra de la independencia de América del Sud”.

Su renunciamiento al cargo de protector se dio con la condición de establecer el Congreso General Constituyente en la ciudad de Lima. Finalmente, esto se concretó el 20 de septiembre del mismo año. Con ello, sintió que cumplía con su palabra. En relación a este significativo desprendimiento, brindó un sentido discurso: “El placer de un triunfo para un guerrero que pelea por la felicidad de los pueblos, sólo lo produce la persuasión de ser un medio para que gocen de sus derechos; más hasta afirmar la libertad del país. (…) Mi gloria es colmada, cuando veo instalado el congreso constituyente: en él dimito el mando supremo que la absoluta necesidad me hizo tomar contra de los sentimientos de mi corazón”.

El Congreso le agradeció los grandes servicios prestados a la independencia del país y le concedió el título de “Generalísimo del Ejército”, pero él resignó el alto puesto. Sin embargo, prometió que “si algún día se viese avanzada la libertad de los peruanos, disputaré la gloria de acompañarles para defenderla como un ciudadano”. 

En fin, el padre de la Patria mostró siempre desapego por su predominio personal y por títulos u honores en agradecimiento. En las tres naciones de su empresa libertadora, su espada sirvió siempre a los principios libertarios y jamás a la intención de ser soberano.

Para finalizar, compartimos un fragmento del poema de Antonio J. Pérez Amuchástegui, publicado el 5 de junio de 1949:

“Si a San Martín imitas en tu renunciamiento

y a la Gloria desechas cuando a tu puerta llame,

realizando en silencio tu sacrificio incruento

sin permitir que nadie tu heroísmo proclame”.

* Profesor, vicepresidente de la Asociación Cultural Sanmartiniana de Goya. 

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