Del aula a la literatura y del siglo XIX al presente, en la historia del sistema educativo argentino han habido escritoras y escritores que ejercieron la docencia en nivel inicial y primario como se plasma en la figura de Juana Manso o Domingo Faustino Sarmiento, a quien rinde homenaje el Día del Maestro y la Maestra, pero también hay casos de los que menos se sabe como Alfonsina Storni y otras que, por el contrario, reconocen en esa labor una perspectiva que trasladaron a sus textos, como Dolores Reyes, Hebe Uhart o Laura Devetach.
Si bien se trata de una de las ramas profesionales más feminizadas, la celebración que les rinde homenaje se conmemora el día de muerte del “padre del aula”: Político, escritor y pedagogo de ideas progresistas en el campo educativo, Sarmiento creó escuelas, hizo traer docentes extranjeras para impartir nuevos métodos de enseñanza y fue precursor de la formación de maestros y maestras; sin embargo, también es cierto que sus ideas plasmadas en libros como Facundo o civilización y barbarie y ejecutadas desde su gestión política le fueron caras al imaginario cultural y político argentino, que se fundó a tracción entre la dicotomía y la mirada evolucionista que rechazó la identidad originaria idealizando el modelo del europeo blanco.
Otros escritores que ejercieron la docencia en estos niveles fueron el detenido desaparecido Haroldo Conti que fue maestro rural, y Julio Cortázar, quien antes de consagrarse de lleno a la labor literaria y de fijar residencia en París, dedicó algunos años a la docencia, una faceta que según recordaría más tarde fue decisiva para su formación intelectual y su producción literaria. “Empecé a estudiar la carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires, pero las dificultades económicas hicieron que dejara la carrera y empezara a trabajar de maestro para ayudar a mi mamá. Fui maestro rural en Bolívar, Saladillo y Chivilcoy. Esos fueron años de mucha soledad y a veces de aburrimiento que me sirvieron para leer mucho: ¡Hasta llegué a leer las obras completas de Sigmund Freud!”, evocó en una entrevista.
En 1939, el escritor publicó Esencia y misión del Maestro en la Revista Argentina, un artículo en el que deja en claro su visión de la docencia. “Ser maestro significa estar en posesión de los medios conducentes a la transmisión de una civilización y una cultura; significa construir, en el espíritu y la inteligencia del niño, el panorama cultural necesario para capacitar su ser en el nivel social contemporáneo y, a la vez, estimular todo lo que en el alma infantil haya de bello, de bueno, de aspiración a la total realización. Doble tarea, pues: la de instruir, educar, y la de dar alas a los anhelos que existen, embrionarios, en toda conciencia naciente”, plantea en el texto.
Alfonsina Storni (1892-1938) es recordada como símbolo de identidad cultural e institucional y muchas escuelas del país llevan su nombre. La poeta de “alma desnuda” -como dicen uno de sus versos-, la más importante de Argentina, estudió magisterio y ejerció la docencia por varios años en Santa Fe y en Buenos Aires, a tal punto que un crítico y amigo de la época, Roberto Giusti, la llamó “maestrita cordial” para referirse a esa impresión -hoy un tanto despectiva- que le causó cuando la conoció en sus primeros pasos en la escena literaria.
Antes de convertirse en una de las escritoras clave y precursora de la literatura infantil de nuestro país, la poeta y narradora Laura Devetach (Reconquista, 1936) estuvo al frente de las aulas en el nivel inicial y primario, como lo recuerda en una autobiografía que publicó en Imaginaria: “Me recibí de maestra con guardapolvos de tablas impecables y buenas notas. En 1956 fui a trabajar a un pueblo del norte de Santa Fe. Tenía un segundo grado con 56 alumnos que oscilaban entre los siete y los diecisiete años. Daba clases, según el día, en la sala de música, en ritmo de Febo asoma, o en una iglesia vieja que se había convertido en palomar”.
En papelitos anotaba los cuentos que se le ocurrían y le contaba a sus alumnos de forma oral, hasta que un día juntó todos esos textos y se presentó a un concurso que organizaba la escuela José Martí. Devetach ganó ese certamen y desde allí el impulso como escritora: su obra fue clave en la literatura para infancias de la década del 60, disruptiva e icónica, que compartió con autores de una vigencia enorme como María Elena Walsh.
También ejerció la docencia en profesorados donde abrió lugar al género infantil, legitimando el derecho a la literatura de calidad en esa etapa vital, algo que haría luego en su rol de escritora y promotora de lectura participando en charlas y visitando escuelas. La autora de La torre de cubos sigue defendiendo el derecho a la literatura profunda y sin etiquetas. Hace tiempo se viene ocupando de ordenar los escritos de su marido, Gustavo Roldán, y de seguir escribiendo sin pensar a quién se dirige.