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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El incansable oficio de abrir grietas

Si hacen falta definiciones, qué mejor que decir que se trata de pronunciar contradicciones en forma tan sólida como su apariencia de verdad absoluta. De eso se trata la apertura de la grieta, cada vez más ancha entre los argentinos.

El presidente de la Nación dio un nuevo paso hacia la demolición de las instituciones, al tiempo que confirmó con nuevos ejemplos que su palabra está desde hace mucho tiempo en los márgenes de la valoración. Al inaugurar el período de sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, no solo ofreció un falso relato acerca de un supuesto presente de gloria para los argentinos, con un mensaje pródigo en datos fríos, sino que lanzó un furibundo ataque al Poder Judicial delante de las dos máximas autoridades de la Corte Suprema de Justicia.

Como en otras oportunidades, y en sintonía con los falaces argumentos que habitualmente esgrime Cristina Kirchner, Alberto Fernández trazó una suerte de eje del mal, en el que estarían los jueces y los medios de comunicación que no aceptan dócilmente la impunidad de la vicepresidenta de la Nación. Pero no conforme con ello, abrió una nueva grieta entre los argentinos, al afirmar que los porteños no merecen los fondos de la coparticipación federal por formar parte de una de las ciudades “más opulentas” del país.

Tras acusar a los medios periodísticos por no reflejar “los logros” de su gestión gubernamental, enumeró una larga serie de presuntas conquistas que, en no pocos casos, resultan falsas y en otros, discutibles.

Su defensa de las políticas de salud durante la pandemia de coronavirus obvió que en la Argentina murieron más de 130 mil personas –es el 14° país con más fallecidos por covid–, y que muchas de esas muertes pudieron haberse evitado si las autoridades nacionales hubiesen acordado con mucha más anticipación el envío de vacunas de la empresa Pfizer.

El Presidente subestimó, en cambio, la inteligencia de los argentinos cuando volvió a afirmar que nuestro país fue el que más creció después de China en el último año. Un dato que las estadísticas internacionales desmienten claramente. También informó que la industria nacional encadenó 15 meses de subas continuas, cuando, según el índice de producción que elabora el Indec, en 7 de los últimos 15 meses disponibles la actividad industrial registró un descenso respecto del mes anterior.

Más indignante aún es que el jefe del Estado mienta al referirse a los haberes jubilatorios, tratándose de uno de los sectores más sensibles y desprotegidos del país. Insistió en que las jubilaciones mínimas crecieron 12 puntos por encima de la inflación en forma interanual, cuando fue exactamente al revés, al tiempo que volvió a achatarse la pirámide, perjudicándose a los jubilados con haberes superiores al mínimo. Lo más preocupante en materia económica fue que no hubo en el mensaje presidencial mención explícita alguna a una política antiinflacionaria, pese a que el flagelo de la inflación ya se ubica en el 100% anual, el mayor registro de los últimos 31 años.

La demagogia y el populismo quedaron en evidencia con la novedosa exposición de “historias de carne y hueso” de personas, presentes en el recinto de la Asamblea Legislativa, cuyas vidas habrían experimentado mejoras, una estrategia de marketing político ya utilizada por Cristina Kirchner en actos electorales.

Claro que para tratar de complacer a la vicepresidenta, Alberto Fernández lanzó una dura ofensiva contra los miembros de la Corte por el fallo que restituyó a la ciudad de Buenos Aires los fondos de coparticipación que el gobierno nacional le recortó para beneficiar al distrito bonaerense y por la sentencia sobre la composición del Consejo de la Magistratura. Además, buscó deslegitimar la condena a seis años de prisión impuesta a Cristina Kirchner por corrupción. Y, finalmente, dijo que hay una estructura de medios, jueces y políticos opositores que actúan de manera coordinada, apuntalada por servicios de inteligencia, obviando que él mismo basó un mensaje por la cadena nacional en chats obtenidos de manera ilegal.

Aunque terminó a los gritos, de manera contradictoria, invitó a “mirar hacia adelante” y razonó que con “barullo político” solo “pierde la gente”, sin advertir que el barullo lo aportó él, tratando de imponer una agenda a medida de la impunidad de Cristina Kirchner, que ni siquiera se detuvo a reconocer esa gentileza.

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