Argentina atraviesa, cada vez con más intensidad, una campaña electoral que retoma la vieja tradición de contrastar valores. Y uno de los que comenzó a ser usado con más insistencia en los discursos es el de la liberad, apropiado casi al 100% por una sola fuerza y un personaje devenido candidato.
Se cumplió ayer un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, esa gesta heróica y cívica que no hubiera sido posible sin un ansia generalizada: la de la libertad.
Pero qué es hoy la libertad, si se la considera en la retrospectiva obligatoria de la historia del país. Para explicarlo de modo claro, el historiador Ricardo de Titto publicó ayer una columna en el diario Clarín.
Y vale la pena conocer sus argumentos.
“Tengo un sueño, un solo sueño, seguir soñando. Soñar con la libertad, soñar con la justicia, soñar con la igualdad y ojalá ya no tuviera necesidad de soñarlas. Cien años después del fin de la esclavitud, Martin Luther King alzó su voz para morir asesinado, pero los afrodescendientes conquistaron sus derechos civiles.
Un siglo y medio antes, entre los hombres de Mayo latían sueños parecidos: el concepto de libertad se asociaba con los de soberanía del pueblo, autogobierno, independencia y constitución del Estado.
En esa pelea fueron taxativos: la conquista de la libertad implicaba una “guerra a muerte”. “La vida es nada si la libertad se pierde”, dice Belgrano; Moreno quiere “más una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila” y enfatiza “sobre la libertad de escribir”; San Martín acuña aquello de “seamos libres y lo demás no importa nada”.
En tiempos de organización constitucional Alberdi precisa: “no hay libertad para el hombre donde su seguridad, su vida y sus bienes están a merced del capricho de un mandatario”. “La democracia –dice– es la libertad constituida pues el verdadero gobierno no es más ni menos que la libertad organizada”; sus enemigos, por tanto, “los Estados omnipotentes y los gobiernos omnímodos”.
Concluye: “hay que combatir el hambre y la ignorancia porque el hambre se vende y la ignorancia se equivoca”. Sarmiento pulsa su melodía en diapasón con la filosofía griega: comulgar el logro de la libertad y la virtud con el de una república de ciudadanos. Con Epícteto, cree que “solo el hombre culto es libre”; la tarea decisiva es civilizar, educación es sinónimo de libertad.
El amor por la verdad como vía hacia la felicidad, identificará a estoicos como a cristianos; San Agustín lo subraya: “En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad”. Esa premisa denigra a los sofistas cuyos argumentos se acomodan a las necesidades y el auditorio enunciando ideas sin rigor ni concatenación lógica. Por enfrentar a los sofistas modernos Sarmiento es tildado de jacobino con algo de razón; el propio Robespierre remarcó que “el secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes”.
No lejos está Víctor Hugo: “la libertad comienza allí donde acaba la ignorancia”. Educar al soberano implica, como seres gregarios, alertará Bernard Shaw, aprender a vivir asociados: “la libertad significa responsabilidad: por eso la mayoría de los hombres le tiene tanto miedo”. La libertad… ¿es entonces social o individual? ¿puede una sostenerse sin la otra? La observación de Camus resulta apropiada: “Cada vez que un hombre en el mundo es encadenado, nosotros estamos encadenados a él. La libertad debe ser para todos o es para nadie”.
Libertad, una abstracción, es, tal vez, una de las más antiguas obsesiones humanas. A la vez compleja y nítida, de alto sentido unívoco, ha sido sin embargo bastardeada dando lugar a múltiples equívocos dolosos.
Esgrimiéndola como bandera se han cometido todo tipo de iniquidades: las dictaduras se enseñorearon como libertadoras con proscripciones y exilios; para “defenderla”, la cercenaron; arguyendo la “responsabilidad” se censuró la opinión y el arte; el recurso del miedo devino en arma persecutoria, la prevención en control y la discrecionalidad institucional –las oligarquías de familia, las mafias jurídico-políticas, el negocio especulador y el cesarismo autoritario–, sostenidos para “proteger” al pueblo tratado como incapaz.
(...) En este nuevo 25 de mayo, tan teñido de amaños políticos (...) esa Libertad (o esa República que debiera expresarla), se permite mirar con crudeza a la Argentina, recordando a aquellos próceres”.
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