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Roberto Firpo

A Roberto Firpo sus estudios le dieron la autoridad para ejercer, desde el piano, la dirección y los arreglos que lo caracterizaron. Fijando para siempre el piano como fuerza vital para el tango.

n El tango tiene “arrastre.” Gente que lo sigue. Que memora. Que ensaya unas estrofas. Y, uno se pregunta cómo fue el traslado  del gusto por este género musical entre abuelos, padres e hijos. 

Solamente si lo vivió es posible. Sin embargo, me sucede que no bailo ni canto, pero me llega por mi afición a la radio.

Por las lecturas. Por escucharlos en búsqueda de material. Hay un fin, aprender todo lo propio.

Pero más allá de mí, tengo anécdotas que me llevan a afirmar que a pesar de todo lo perdido, el tango sigue su curso, tal vez no como antes, pero se sigue proyectando.

Un día, en el que me estaba por vacunar con la quinta dosis contra el Covid, alguien frenó mi salida del vacunatorio, quien a boca de jarro me dijo: 

“¿Por qué no dedica su programa de Radio Corrientes enteramente al tango?”

Me sorprendió, y me animó porque lo decía con tanta pasión y conocimiento, no obstante ser joven. 

Tomando café, un conocido al pasar por mi mesa me sugirió: “¿Por qué no escribís en el diario sobre Roberto Firpo?”

Pues bien, escribamos sobre tango contando quién fue Roberto Firpo. Pertenece a los músicos que retomaron la posta después de la Guardia Vieja, esa primera oleada de intérpretes improvisados o no, que como pioneros le dieron un buen empellón inicial.

Roberto Firpo nació en Las Flores, Provincia de Buenos Aires, un 10 de mayo de 1884, llegó a la Capital Federal muy joven, e hizo de todo para dedicarse en sus horas de descanso al estudio del piano.

Él fue quien imprimió la importancia del piano en el tango, tanto en lo rítmico como en lo melódico, estableciendo la titularidad del teclado en esa gesta a la cual pertenecía por mérito propio, a esa corriente de evolucionistas con arreglos hasta entonces no utilizados.

Hay que tener en cuenta la preponderancia que tuvieron al principio la flauta y la guitarra, hasta el propio Firpo las siguió utilizando. Hasta que se vino la andanada de piano, bandoneones y violines.

En 1913, forma su primera orquesta: Roberto Firpo, dirección, arreglos y piano; Francisco Postiglioni, violín; Juan Carlos Bazán, clarinete.

En  1916 tiene lugar el gran lanzamiento de la orquesta estable y numerosa: Roberto Firpo, piano; José Martínez como pianista alternativo con Firpo, quien dirigía al frente de la agrupación. 

Eduardo Arolas, Osvaldo Fresedo, Pedro Polito, Minotto Di Cico, Juan Bautista Deambroggio, bandoneones. Francisco Canaro, Cayetano Puglisi, Agesilao Ferrazzano, Julio Doutry, Alejandro Scotty, violines. Juan Carlos Bazán, clarinete. Alejandro Wichetti, flauta. Leopoldo Thompson, contrabajo.

Ese mismo año, actuando en “La Giralda” de Montevideo, estrenó “La cumparsita” de Mattos Rodríguez con arreglos del propio Roberto Firpo.

Según datos de esos años, Firpo fue uno de los artistas que más discos grabó para el sello Odeón. 

Con Roberto Firpo se vino lo nuevo que lucía como un joven con barba incipiente.

En el año 1930 abandonó la música por la ganadería, habida cuenta lo mucho que había ganado grabando, pero la creciente del Río Paraná lo fundió y tuvo que volver a la fuente que lo había encumbrado: el tango.

Muchas son las piezas compuestas por Firpo, que lo parangonan y hablan de la diversidad de temas musicalizados por él:

“Argañaraz”, “Sentimiento criollo”, “De pura cepa”, “Marejada”, “El compinche”, “Fuegos artificiales” con Eduardo Arolas, “El ahorcado”, “Didi”, “El bisturí”, “El amanecer”, “El gallito”, “El rápido”, “Vea vea”, “El apronte”, “Montevideo”, “La carcajada”, “El llorón”, “Atardecer campero”, “La Chola”, “La gaucha Manuela”,

Y, su tango estrella: “Alma de bohemio”, compuesto con letra de Juan Andrés Caruso, y estrenado en 1914. 

Su hermosa melodía da cabida a una letra cantada por muchos, especialmente el pueblo que lo seguía y veneraba.

“Peregrino y soñador, / cantar quiere mi fantasía / y la loca poesía / que hay en mi corazón, / y lleno de amor y de alegría / volcaré mi canción. / Siempre sentí la dulce ilusión / de estar viviendo mi pasión…/ Si es que no vivo lo que sueño, / yo sueño todo lo que canto, / por eso mi encanto / es el amor. /  Mi pobre alma de bohemio / quiere acariciar / y como una flor, / perfumar. / En mis noches de dolor / a hablar me voy con las estrellas / y las cosas más bellas / despierto sé soñar, / porque les confío a ellas / toda mi sed de amar. / Siempre sentí la dulce ilusión / de estar viviendo mi pasión. / Yo busco en dos ojos celestes / y renegridas cabelleras / pasiones sinceras, / dulce emoción. / Y en mi triste vida errante / llena de ilusión. / Y en mi triste vida errante / llena de ilusión, / quiero dar todo / mi corazón.” 

Junto con los Hermanos De Caro, Roberto Firpo significó la evolución  que ya se pronunciaba diferenciándose de la Guardia Vieja, con el piano como escudo. Instrumento vital que le dio cuerpo y lugar.

En “Argañaraz” de 1913, Enríque Cadícamo le pone letra a la música de Roberto Firpo recordando el tiempo que se fue: “Tiempos viejos y compadres / de mi vida cadenera / que ya no volverán / mis años a gozar. / ¡Qué habrá sido de esa barra / bravucona y trencillera / que tanto dio que hablar / por su guapear?”.

Con Roberto Firpo se vino lo nuevo que lucía como un joven con barba incipiente.

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LA FRASE:

Eran los evolucionistas tomando la posta iniciada por la Guardia Vieja.