Una de las costumbres muy antiguas de la ciudad de Corrientes y otras del interior se refieren a los Ángeles Somos, niños y niñas en su inocencia golpeando las puertas de vecinos y otros, pidiendo caramelos u otros obsequios, premiando a los generosos y castigando con cánticos ofensivos a los mezquinos.
Son prácticas antiguas de nuestra ciudad y del interior, como las grandes romerías en los cementerios, -ya hablamos de ello en otros relatos-, en el San Juan Bautista o en lavieja Cruz de los Milagros con los panteones patricios.
Los actos en sí mismos representan el misterio del milagro, la inmortalidad del alma o la posible reencarnación de las que por su inocencia, menores, no están sometidos al juicio de Dios. El asunto es que en todos los lugares se preparaban los niños y niñas para que recorran calles del centro y la periferia, marchaban con una pequeña bolsa que pendía de su cuello, una campana o la que hubiere siempre que repique anunciando su presencia ante las casas. Dice un historiador sabio que los niños visitantes representaban los ángeles del cielo, a los niños fallecidos en gracia de Dios (me pregunto quiénes serían los niños no fallecidos sin esa gracia) pues ellos representaban en la vida a los menores difuntos, pues en el día de los difuntos fieles, los infieles abstenerse, descendían privilegiadamente a saludar a sus deudos, los demás abstenerse supongo. Al canto de las campanas o cencerros se presentaban cantando. “Ángeles somos, bajamos del cielo, pedimos limosna, colación, colación para estos pobres dobladores”… si recibían regalos recitaban “esta casa es de rosa donde viven las hermosas” si no recibían nada o no los atendían, otro era el recitado “esta casa es de tacurú, donde vive tobá-curú”.
Será tan así me pregunto, son todos los niños que forman el cortejo, inocentes o se infiltran otros espíritus no tan inocentes, en la fecha tan peculiar, el 31 de octubre en que se abren los portales del más allá, día de brujas y otras yerbas. He visto esto en San Miguel y General Paz, para citar algunos lugares.
La tradición, como siempre, fue perdiendo fuerzas del centro hacia la periferia, los barrios aledaños al espacio antiguo histórico continuaron, mantuvieron la costumbre, luego hace poco tiempo los colegios de creencias católicas retomaron la posta, para evitar el festejo de Halloween, calabazas con luces, disfraces no acordes con el cristianismo, brujos y brujas por doquier, muy en boga en países nórdicos.
Así volvieron a la escena los ángeles somos, vestidos blancos, alitas de plumas, coronitas etc., nadie pues imagina que entre tales niñas y niños pueda colarse alguno que otro espíritu del otro barrio, el inframundo, lo sobrenatural.
Un conocido colegio religioso católico ubicado por la calle 25 de Mayo entre La Rioja y San Juan, apostó fuerte a la lucha contra las calabazas, grupos importantes de sus alumnos venían con sus vestimentas angelicales, procedían a recorrer zonas de la ciudad, generalmente casas previamente advertidas de la visita, preparadas para la recepción de las delegaciones celestiales, caminaban en orden bajo la estricta mirada y control de los docentes, por la calle Rioja hacia el Sur, tocaban el timbre o la aldaba, cantaban sus estribillos y cancioncillas recibiendo el obsequio en caramelos, bombones, frutas y otros obsequios, para continuar el derrotero.
Llegaron ante una casa ubicada sobre la calle Rioja, que según dicen perteneció a una congregación religiosa o la ocuparon. Sin advertir que el lugar no figuraba en el listado hicieron sonar el viejo llamador, una mano de bronce.
La puerta se abrió rezongando sobre sus goznes herrumbrados, una mujer entrada en años atendió a la delegación bulliciosa, tenía cara de asombro y sorpresa, no estaba en sus planes la visita, no obstante, lentamente se dirigió hacia el interior de la vivienda y volvió con golosinas varias, mientras las repartía en las bolsas que los niños exhibían.
De pronto la mujer pegó un grito que se escuchó en la cuadra, rebotada en la calle y paredes. Las maestras corrieron en su auxilio, la mujer se había arrodillado implorando a Dios, gemía y temblaba, le dieron un vaso con agua que al efecto llevaba el grupo. Poco a poco la anciana recuperaba el color, balbuceaba, está mi hija, está mi hija, por favor, está mi hija. Las maestras no entendían nada, los niños se pusieron nerviosos, unos lloriqueaban, otros se aferraban a las maestras.
La mujer un poco recompuesta expresó con grave voz:
-Uno de los ángeles era mi hija, fue la que acarició mi mano, la besó.
Las docentes vieron la escena, afirmaron que sí, que ellas fueron testigos del cariño prodigado, claro la duda era cómo una mujer anciana podía tener una hija de esa edad entre seis y siete años o un poco más. No tardó en develarse el misterio al hablar la anciana, quien señaló:
-Ella falleció hace muchos años, allá por el año 1950 cuando la poliomielitis, anoche soñé con ella quien me anticipó su visita, jamás creí verla de nuevo, está enterrada en el cementerio San Juan Bautista-.
Esa respuesta produjo un efecto catastrófico en los visitantes, especialmente en los docentes. Los niños comenzaron a hablar atropelladamente, es una niña nueva expresó una, otra, tenía los ojos verdes, así se iban sumando acotaciones que cavaban un pozo de angustia profundo en los mayores.
-Dónde está-, inquirieron.
Se armó un bullicio y desorden, nadie encontraba a la nueva como afirmaron los párvulos, se había esfumado. Con las disculpas del caso se retiró el cortejo de Ángeles Somos de la casa de la anciana, volvieron a su lugar de origen, terminó el recorrido, con el control de asistencia llamaron a los padres para que pasaran a retirar a sus hijos, quienes extrañados preguntaron por qué terminaron tan pronto. La docente más antigua que era la que llevaba la voz cantante por instrucciones superiores explicó el hecho, sin dar más explicaciones.
Varios de los tutores fueron con sus hijos en días posteriores a visitar el lugar donde se produjo el caso denominado raro. La casa estaba desocupada hacía años como indicaron los vecinos, la puerta no mostraba signos de haber sido abierta en años, no existía la mujer a la que aludían los chicos, aunque sí conocieron el nombre de la propietaria del fundo.
Los más interesados se dirigieron y averiguaron sobre el lugar de su enterratorio, una tumba que no llegaba a ser un panteón, en el cementerio San Juan Bautista, con lápida de mármol blanco exhibía el nombre de una niña fallecida en la niñez, una anciana, cuya fotografía reconoció una de las maestras, exhibía las fechas de nacimiento y defunción de ambas, sin dudas existían otras placas en el sepulcro.
Ah, me olvidaba, sobre el mármol frío como la muerte misma, lucía radiante un traje de angelito idéntico al usado por los alumnos del colegio.
Un padre y la docente antigua dedicaron misas desde entonces a las almas yacentes, que al abrirse el portal lo atravesaron en su correría por el mundo de los vivos.