Tenemos mucho de qué hablar cuando decimos Corrientes, gente brava que a toda prueba lo demuestra con el paso de los tiempos, no hubo entrevero en que los correntinos en defensa de la Constitución soñada no se metiera, de puro macho nomás, los demás hermanos pobladores de otros ranchos pobres, trece para ser más exacto, nunca acudieron en su ayuda, es cierto que dejamos fantasmas a lo largo y ancho de la Patria, espectros correntinos de pura cepa como el Tamborcito de Tacuarí Ríos y el sargento Cabral, por citar algunos.
Cantores, guitarreros, pobres pero galantes y enamoradizos, eso sí, cuando de polleras se trata no hay freno chamigo decía un paisano, mientras disparaba en su pingo con las pilchas en la mano, desnudo, el marido había llegado temprano al rancho de la guaina que visitó, detrás de él sonaba el trabuco naranjero, piedras, huesos, plomos venían impulsados por la pólvora del presunto dueño de la dama, le dolía la cabeza, decían en el pueblo correntino.
Uno de los personajes más renombrados fue Toledo el Bravo, lo he citado en otro relato, no será el último ya veréis.
Este personaje del siglo XIX allá por la segunda parte de ese tiempo, a pesar de ser casado, no era castrado como afirman en lenguaje común y silvestre, de los que no se visten o disfrazan de caballeros, porque para serlo hay que tener coraje y valentía, muchos sólo la tienen con las mujeres, nunca estuvieron en una encrucijada ni balacera, allá ellos, no saben lo que se pierden, las mujeres lo demuestran mejor que los hombres, ellas son las que llevan el mayor peso de los sacrificios, parir hijos, criarlos, enfrentar todo, realmente nos superan ampliamente y algunos estólidos se creen superiores, están equivocados de cabo a rabo.
El personaje bravo andaba en deslices amorosos por los arrabales, casóse con la hija natural de un Díaz Colodrero, doña Manuela Sosa, espero que no me salten parientes a morderme los talones, hasta ahí pueden llegar los arrebatos de los estólidos.
Fuerte físicamente, mentalmente bastante inestable, el hombre era temido por propios y extraños, mas había otros iguales, machos a carta cabal, a los que no les mellaba el coraje las mentas de don Toledo.
Una cierta dama no se decidía si aceptar a don Toledo o a un militar de apellido Solís, el balcón de la dama recibía serenatas y versos, los enamorados se disputaban el afecto o los favores, como venga la mano, sin resultado.
Al no poder obtener su recompensa se produjo el desafío a duelo sin padrinos ni ceremonias, sin autorización de los inquisidores morales de la sociedad patriarcal y atrasada de la época.
El escenario, un lugar muy conocido, pero en esa época fuera del ejido de la ciudad, pasando la calle Ancha, por el acceso a Corrientes, lo que hoy es Maipú, frente a lo que quedaba un conocido almacén de Ramos Generales de la familia Belcastro, protegido de rejas como era de uso. El sitio a la noche se caracterizaba por la soledad absoluta, varios árboles poblaban el lugar, destacándose una espina corona. Bajo su sombra se hacían negocios lícitos e ilícitos, cancha de cuadreras, tabas, bochas, trucos y otras yerbas, pero de noche sólo los fantasmas poblaban el lugar, los habitantes, muy pocos, ni se arrimaban a las ventanas, sólo tomaban sus armas para esperar un ataque furtivo.
Sin casacas ni camisas, sable en mano Toledo y Solís,caída la noche comenzaron un duelo interminable, intercambiaban insultos e injurias de todo tipo, su sangre regaba el suelo a raudales, ninguno cedía, la noche se hizo profunda y de pronto reinó el silencio.
Al amanecer los primeros marchantes, cargados de productos los encontraron tirados, casi desangrados, moribundos, diciendo incoherencias, sobrevivieron, ninguno
habló nunca de lo sucedido, explicaban que fueron asaltados mientras conversaban y les robaron sus pilchas.
Quién se quedó con la dama, imposible saberlo, porque el pasado consumió la respuesta en el arcano del tiempo.
Los que actualmente viven en la zona, incluyendo los del barrio Berón de Astrada, cuando empezaba la década de 1950 certifican que en noches de luna llena, en el lugar de la espina corona regada con la sangre de los dos valientes, ven sombras gritar y brillan aceros como una danza macabra de figuras iridiscentes que asustan a los caminantes y automovilistas que transitan por el sitio, Toledo y Solís dejaron parte de este mundo, parte de su alma permaneció prendida en el terruño, como las raíces de los árboles testigos del encuentro.
Eran dos seres humanos valerosos a no dudarlo, no sé si podían retarse a duelo demostrando jeí hidalguía.
Mientras luchaban, la muerte extendiendo su capa bailaba su ronda, esperando su presa a plena risa, haciendo relucir su guadaña al compás de sablazos que sacaban chispas en cada mandoble.
Si observas esa escena sácate el sombrero, son dos espíritus de corajudos correntinos que hicieron historia.
Por cuál de los dos habría llorado la desconocida fémina, o quizá por ninguno.