El proyecto original propuesto por el gobierno nacional ha reactivado una polémica que Argentina viene evitando desde hace décadas. Más allá de las consignas, la resistencia a modernizar el mundo del trabajo tiene raíces profundas, que van desde las políticas, a las económicas y hasta las culturales.
Recorrer cada uno de esos factores es clave para comprender los motivos por los cuales ciertos sectores se oponen con tanta vehemencia a lo que emerge como una chance de avanzar en la inclusión tantas veces anhelada. Entender la naturaleza de esas críticas puede ayudar a identificar los intereses detrás de esos comentarios.
La organización sindical es uno de los pilares más potentes del repudio metódico. Muchos gremios consideran que cualquier flexibilización atenta contra su gestión de control. Está muy claro que la normativa imperante les garantiza un rol central en la negociación colectiva, la certificación de delegados, el manejo de las obras sociales y la administración de conflictos.
Si los cambios propuestos reducen la litigiosidad, promocionan la contratación más ágil o habilitan regímenes evolucionados esa dinámica impactará directamente sobre su poder de fuego, minimizando y acotando entonces su capacidad de maniobra. Por eso impugnan todo no solo desde lo ideológico, sino que se apalancan fundamentalmente en lo corporativo.
“A quienes temen precarización, habrá que recordarles que eso es lo que ya sucede ahora mismo con la modalidad actual: salarios bajos, informalidad crónica y empresas que no contratan por pánico a los juicios laborales interminables. La seguridad no se construye con prohibiciones, sino con crecimiento económico y empleo genuino. Y eso exige reglas modernas y no la batería de variantes arcaicas que hoy rigen por doquier”.
El segundo factor mencionado hasta el cansancio es el miedo a la supuesta pérdida de derechos adquiridos. Aunque la evidencia internacional muestra que las reformas laborales exitosas combinan flexibilidad con protección efectiva, una parte de la sociedad sigue desconfiando de un giro que alimente la precarización.
Esa narrativa según la cual “flexibilizar es retroceder” está fuertemente arraigada desde los años 90 y se repite cada vez con más fuerza, incluso ante este contexto global y tecnológico completamente distinto. Para muchos opositores, esta posibilidad no pretende modificar la cuestión de fondo, sino que constituye un intento de debilitar al trabajador.
Ese análisis tan superficial como inconsistente omite lo esencial. El esquema reinante ha fracasado dejando afuera a casi la mitad de los que buscan empleo, los precariza y los desgasta a diario. Es paradójico que el rechazo a los proyectos defienda el modelo vigente, ese mismo que ha demostrado su más absoluta ineficacia con resultados que son una vergüenza.
"Argentina enfrenta ahora una decisión histórica: sostener un formato anclado en el pasado, o modernizar su mercado laboral para permitir que más personas puedan trabajar, emprender y progresar. El empresariado no es el enemigo, sino el principal aliado. Sin empresas o emprendimientos no existe legislación laboral que pueda darle paso a la prosperidad."
El tercer elemento es la incertidumbre económica. En un país con períodos de inestabilidad, se suele preferir lo rígido ya que brinda previsibilidad jurídica, aun cuando eso reduzca la probabilidad de acceder a un empleo formal. La defensa de lo actual, aun con sus limitaciones, surge de una lógica defensiva: “más vale malo conocido”. La negativa, en este caso, no es ideológica sino emocional.
Se trata de un argumento de una pobreza intelectual inadmisible, que además de promover un “status quo” de bajísima calidad invita a la resignación condenando a una porción significativa de la comunidad a aceptar condiciones deplorables, solo para defender a los que gozan de beneficios.
El cuarto factor es la politización del debate. Parte de la oposición utiliza esta discusión como herramienta para castigar al gobierno. En lugar de dialogar sobre los contenidos, se parte del rechazo automático: si Milei lo propone, debe ser mala idea. Esto convierte a este hito en un símbolo más que en una política pública.
Habrá que ser más honesto para evaluar en serio el asunto. El sistema argentino no protege al trabajador, sino al empleo formal ya existente. En un mercado donde la mitad de los trabajadores está en la informalidad, hablar de “derechos adquiridos” tiene poco sentido para quienes directamente no acceden a esos derechos. La rigidez no genera más puestos, sino que expulsa a millones hacia la fragilidad permanente. Por eso, desde el sentido común, esta oportunidad no es un ataque a los que ya se esfuerzan, sino un intento de “democratizar el empleo”, permitiendo que más personas accedan a un trabajo registrado.
“Hay que sacarse las telarañas pronto y dar el debate como corresponde. Es hora de admitir que lo de ahora no funciona, que es imprescindible un nuevo marco y que eso debe ocurrir intercambiando ideas positivas para que el país avance de una manera determinada y a gran velocidad. Metas ambiciosas requieren de planes a la altura de las circunstancias.”
A quienes temen precarización, habrá que recordarles que eso es lo que ya sucede ahora mismo con la modalidad actual: salarios bajos, informalidad crónica y empresas que no contratan por pánico a los juicios laborales interminables. La seguridad no se construye con prohibiciones, sino con crecimiento económico y empleo genuino. Y eso exige reglas modernas y no la batería de variantes arcaicas que hoy rigen por doquier.
Argentina enfrenta ahora una decisión histórica: sostener un formato anclado en el pasado, o modernizar su mercado laboral para permitir que más personas puedan trabajar, emprender y progresar. El empresariado no es el enemigo, sino el principal aliado. Sin empresas o emprendimientos no existe legislación laboral que pueda darle paso a la prosperidad.
Hay que sacarse las telarañas pronto y dar el debate como corresponde. Es hora de admitir que lo de ahora no funciona, que es imprescindible un nuevo marco y que eso debe ocurrir intercambiando ideas positivas para que el país avance de una manera determinada y a gran velocidad. Metas ambiciosas requieren de planes a la altura de las circunstancias.