El asaltante nos trae voces vivas de la poesía argentina. Cada poeta nos acerca, además de poemas, su visión de la poesía.
Poética
Escribo poesía para agradecer lo que la poesía hizo en mí. Y lo que sigue haciendo. Lamento decepcionarlos, pero... No fui el niño más lector de mi curso ni escribí mi primer poema a los seis años. Sin embargo, se me dio la poesía. Se me dio. No sé qué tanto la busqué.
Cuentan mis padres que cuando empecé a hablar, iba dejando escapar palabras inventadas como "pano", "atucutna" y "lubieta". Paso a traducirles este chino básico. "Pano": mate. "Atucutna": hojas. "Lubieta": barba. Tal vez la clave del asunto no sean mis arrebatos lingüísticos (cosa de infante reciénvenido a su idioma), sino la memoria de Héctor y Graciela. Si tengo que definir mi vínculo con la poesía, sin dudas ese sería uno de sus ejes: fijar, de algún modo, una experiencia personal o heredada.
Una casa llena de libros de distintos autores, disciplinas y épocas es un legado ardiente. Una herencia tan espacial como simbólica. Una carpeta roja con las anotaciones de las películas vistas en VHS también. O la transmisión oral de las recetas de la abuela Pepa, las historias del abuelo Juan, los chistes que se hacían los Oberlin, los personajes de una Reconquista de la segunda mitad del siglo XX. Entre risas y llantos llegaban los juegos lingüísticos que, en la confección de mi voz poética, atornillaron, entre otros/as, Andrés Calamaro y Les Luthiers. Escribir es recordar ("volver a pasar por el corazón") con ternura... y alguna que otra licencia poética. No es sólo retratar una ciudad del presente, sino también recrear una del pasado. Ir en busca del tiempo de la ciudad interior.
La poesía le da ritmo a mi vida. La acompasa, la frena, la acelera si está medio dormida. Escribir se asemeja a un montaje íntimo que ordena mis fragmentos, "las partes rotas del gran espejo interior". No es casual que la poesía haya aparecido en mí durante la adolescencia, en un momento de baja autoestima y mucha fragilidad.
Comencé diciendo que escribo para agradecer. Un acto involuntario de gratitud. Es verdad. Pero también lo hago porque no sé hacer otra cosa. Si hay una ética de la escritura en mí responde, fundamentalmente, al imperativo categórico de no traicionar una de mis necesidades básicas. ¿Puedo vivir sin escribir? Sí, pero resulto una persona menos interesante, más plana, menos plantada. Me gusta plantarme en el texto, ser regado por el azar de la lengua popular y entregarme a la experimentación del crecimiento del verso.
Leonardo Pez
MUESTRARIO MÍNIMO
Modo copiloto
El colectivo de línea zarandea
la estabilidad del auto
Mi padre cruza con las provisiones vegetales
cargando el almuerzo de los días que vendrán
En casa espera mamá:
vino para dos, agua saborizada
dramas cociéndose a fuego lento
Cumplo mi propósito:
saco tema, selecciono la música
advierto al conductor cuando se distrae
Manipulo el celular, soy el diseñador
de otra ciudad que se pierde en la altura
Gostaun
Caen paltas
en el campo de mis padres:
como misiles teledirigidos tocan
el tambor de Colastiné
los tucu tucu
se hacen chichones con el boyero subterráneo
bichos muertos del tanque a la canilla a la botella
y a la mesa
Pica fulero un tipo de insecto más alargado
De lejos, ronco, sucio, el ruido de las motos
riff de pibitos con la bolsa de las compras
Algunos muchachos carnean porrones:
del envase de vidrio al de plástico
y al pico
Estoy solo, aburrido, soy parte del mundo
A esta altura
El chico que va
en el asiento de atrás del patrullero
me mira, nos miramos:
coincidimos en el cuelgue
Sale gente del edificio espejado
entra gente al edificio ocre mostaza
parece que hay viento
aquel hombre carga su paraguas negro
y un grupito se refugia en las escaleras
de tribunales
Cuatro o cinco empleados desarman
una mesa de pool
Cierra el negocio:
una ciudad menos dentro de la ciudad
Cortaron la luz en la zona
hoy anduve por ahí
un poste oblicuo se mecía
sostenido por los cables
Todo lo que prometimos transcurre lento
A medida que
los pescadores se retiran
los dorados suben a la laguna
En la orilla
un chico repite movimientos
sacados de la televisión
Un muñeco de friselina o polietileno
pende del horizonte y desaparece
Por el este
se aproxima un frente frío
A su modo nuestros padres
lo suponen
Nadie los ve
No queda gente en el bondi
ni a mi derecha ni a mi izquierda:
casa de ladrillo visto
nada en su interior,
solo un viejo aburrido
Busco patrones, rasgos,
compañeros del colegio
El pato surca el agua amarronada
casi como el perdigón su plumaje
Los kayakistas limpian y secan sus remos
La sensación es que pueden reconstruirse:
todo depende de la física
Se va el bote, llega a una isla
igualita a la que abandonamos;
no creo que te acuerdes
Si ajusto el enfoque
el repartidor de gaseosas corre
en cámara lenta
Desde una ventana se ingresa a la habitación,
de ahí a un concierto privado
El mozo mira con fe
el ámbar que se esconde bajo la espuma
Su destello une casas y cosas
A unas cuadras de doblar
el ruido de la moto
llega antes que la moto
Cuatro tipos
Discuten con la radio a medio volumen
Por el espejo retrovisor
pasan nubes haciendo willy cerca del puerto
Van en un coche que está demasiado bueno
Frenan
Estacionan junto a una camioneta
Bajan dos
Adentro, niños y viejos se desplazan
entre ofertas
Una velocidad distinta es procesada por algún mecanismo
Padre e hija abandonan la cola,
y saludan al jubilado que se toma con paciencia
la espera de los demás
(Ella) entra enganchada del brazo de su marido,
siente el beat del lector láser y los códigos
La mayoría diagrama en la mente y en el móvil
un ahorcado con los últimos días del mes