Nobleza obliga, lo escuché de una narradora, mis datos difieren un poco con lo ya escrito anteriormente, los hechos se ubican en el siglo XX.
Sucedió en la histórica Casa Martínez ubicada en la calle Quintana entre La Rioja y Salta, hoy Museo de la Arqueología y Antropología.
Allá por la década de mil novecientos noventa ya frenada la demolición de la antigua casona, los yuyos abundaban y diversos intrusos se metían en el fundo viviendo sus vidas precarias del vagabundeo y mendicidad, hurgaban en las basuras de la vecindad y tiraban la mano en búsqueda de unos pesos aliviadores de su circunstancia.
Al grupo se sumó una mujer, que al fondo de la vieja casona deteriorada construyó lo que podría llamarse una choza, cubierta de lonas, tablas y chapas viejas. Esta mujer era podría decirse la que desentonaba en el colectivo. Su buen hablar, conducta intachable, higiene, razonamiento y respeto la hicieron acreedora de la empatía del barrio, ella con humildad pedía qué comer, los vecinos agregaban gaseosas, algunas monedas y ropas.
Nunca fue mezquina, entre sus compañeros de infortunio repartía siempre algo de su cosecha honrada, más de uno le pedía permiso para utilizar la manguera que le regaló un señor con una roseta para su higiene, ella la utilizaba generalmente en las siestas cuando sus cofrades dormían la siesta del alcohol que ingerían.
En las noches la ronda alrededor del fuego era obligatoria, la reunión era obligatoria, cada uno aportaba lo suyo para que la velada sea fructífera, la señora leía novelas, cuentos, historias fruto de sus requerimientos a sus protectores.
Nunca pudimos sacarle un solo dato sobre sus familiares, lo único que expresó una vez fue que sus hijos fueron ingratos con ella, dicho lo cual, calló.
En el barrio está la Central de Policía donde se alojaban los procesados, cientos de ellos en situación bochornosa ocupaban el lugar sobresaturado. Muchas veces estallaron motines en el lúgubre sitio, muchas veces los detenidos intentaban escapar, pocas veces lo lograban.
Ocurrió un día cuando nadie lo esperaba, al mediodía, un motín mediante el cual los alojados en la Alcaidía lograron burlar a sus carceleros, inclusive obtuvieron armas despojadas a los guardias, cruzando las casas vecinas incluyendo la mía, enfrentaron a balazos a la policía en plena calle Salta, la que quedó regada de cartuchos de revolver y pistolas.
Fueron muchos los fugados. El cerco se tendió y casi todos fueron atrapados, unos tratando de cruzar al Chaco, otros en la terminal de colectivos (buses) pero cuatro se perdieron, se hicieron humo, no los encontraban. La pesquisa continuaba, era gente peligrosa, no había rastros de los mismos.
Un día la señora que siempre venía por su avío a nuestra casa llegó llorando, interrogada manifestó que fue ultrajada por unos cobardes. Realizada la denuncia intervino un fiscal diligente que ordenó el allanamiento de la casa de los Martínez, la sorpresa mayor se produjo, en completo estado de embriaguez estaban los cuatro perdularios que violaron a la mujer, allí fueron detenidos y enviados a la carcelaria pública.
La mujer apareció por última vez en nuestra casa, la atendimos con deferencia, nos explicó que un familiar de Buenos Aires, hijo de un hermano suyo se enteró por los
diarios de su existencia y la llevaría consigo, nos agradeció nuestra conducta y la de los vecinos.
Antes de marcharse a manera de observación expresó:
-yo tengo poderes extraños, pero poderes al fin-. Nosotros la miramos con estupefacción.
Nos explicó, -hablo con los muertos- indicó tranquilamente.
Una señora elegante de exquisito traje de seda y raso todas las noches me visitaba en mi choza, me hablaba de tiempos de allá ité, cuando la casa florecía entre visitas, fiestas y alegrías, con días aciagos de velorios y tristezas, abundaban los alimentos y bebidas, todas extranjeras.
Habitaban el lugar indios cazados en los territorios cercanos más esclavos negros marcados con hierro, sumisos a los latigazos, esclavos al fin, todos. Sociedad estratificada e injusta, justificada por el derecho y la religión.
La señora continuaba narrando: -este espíritu no encontraba su salida hacia otro destino porque se quedó cuidando el tesoro familiar, el que fuera escondido en la pieza
secreta de la casa debajo de la tierra, circunstancia que nadie advirtió, explicó dónde se encontraba, casi a la vista de todos en la habitación que daba a la derecha, allí había una
pared doble, donde se hallaba el tesoro que apenas fue removido cuando la topadora implacable derribó su estructura. Corresponde hoy al lado este ya reconstruido, las casas antiguas tenían ese lugar perfectamente disimuladodonde protegerse en casos extremos.
Continuó: -está esperando, me explica, que algún pariente venga a sacarlo para descansar en paz, se le hace larga la espera-.
Nosotros quedamos sorprendidos, nos despedimos de ella con afecto deseándole buena fortuna, suerte en su destino, nunca más supimos de ella, se fue con el viento a tierras mejores.
Lentamente desde la puerta de mi casa, inclinada por los años caminó hacia la esquina, se disipó para siempre en la calima del tiempo vetusto.
Los que ingresaron posteriormente para proceder a la reconstrucción eran avezados profesionales, ni lerdos ni perezosos hicieron un estudio antropológico y arqueológico buscando restos entre los escombros, cavaron en diversos lugares, llegaron algo profundo pero no lo suficiente, pues el túnel que pasa debajo de la casa no lo hallaron o no quisieron denunciarlo, los motivos no lo conocemos.
El caso es que la mujer engalanada, luego de concluida la obra, sigue paseando por el patio maravilloso.
Emerge de la nebulosa antigua desde el fondo, recorre el patio hasta la pared este, queda un rato, (algunos visitantes la saludan creyendo que se realizará una obra de teatro o algo así, pues somos correntinos y nos gusta la mascarada), para desaparecer en el viejo patio del frente entre el añoso árbol y el sitio de los jazmines y magnolias, que engalanan el jardín.
El tesoro continúa escondido en la casa de los Martínez, los espíritus especialmente la dama elegante forman
parte del entorno, que lo custodian desorientan a los aventureros, cumplen cabalmente su función, reconocen a lo lejos a los avariciosos.
Me olvidaba de algo en la narración, disculpen.
Antes de despedirse, la señora anciana nos visitó porque iba a vivir con un pariente en Buenos Aires, pretendió dejarnos en custodia un anillo de oro con una piedra preciosa, nada menos que una esmeralda refulgente.
Con respeto rechazamos su oferta, presumíamos que venía del tesoro escondido, además si el espectro le regaló es intransferible.
Respondió: -lo sabía, no son codiciosos- eso dijo la señora que me regaló, era la dama antigua con la cual hablé mucho tiempo, se puso triste cuando me despedí. Seguramente buscará otra amiga, no quiere estar sola, siempre recuerda que su tumba se encuentra totalmente olvidada en el cementerio de la ciudad de Corrientes, en la antigua iglesia Matriz, hoy casa de Gobierno, pero que a ustedes los observa porque los considera almas bondadosas, me ayudaron sin interés alguno. Cerró su charla marchándose con la límpida sonrisa de gente buena, que tiene su premio de haber sido encontrada por familiares lejanos.
Quedamos absortos y agradecidos, un alma que ronda el barrio es buena como protectora de clementes energías, puede ser que alguna vez podamos verla, quien dice, no?