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¿Cuándo las personas se convierten en leyenda?

Por El Litoral

Sabado, 15 de noviembre de 2025 a las 14:32

Por Fernando Laprovitta
Especial para El Litoral

  

La palabra leyenda, de acuerdo a su etimología latina legenda, nos indica aquello que debe leerse. Aquello que debe ser sabido, conocido e interpretado de un mismo modo, de generación en generación, para explicar, por ejemplo, la heroicidad de las personas. En tal sentido, una persona puede alcanzar la categoría de leyenda en tanto su historia personal, sostenida en profundos atributos morales y éticos, haya contribuido sobradamente con logros y beneficios superlativos para una comunidad determinada. Es decir, son aquellos que merced a sus capacidades y habilidades humanas ordinarias, son capaces de lograr cosas verdaderamente extraordinarias.   
En el corazón de la provincia de Corrientes, allá en el Iberá, donde el agua y el cielo se funden en infinito espejo y los esteros respiran vida, existe un hombre que se convirtió en leyenda. Su nombre es Vicente Desiderio Fraga, aunque todos lo reconocen por el sencillo apodo de “Pico”. Veterinario de profesión y conservacionista por profunda vocación, no solo ha dedicado su vida a proteger el patrimonio de los correntinos: inventó, en el sentido más noble del término, la posibilidad misma de su conservación. Su jubilación formal, el pasado 31 de octubre, no es más que una circunstancia frente a una verdad revelada que se tejiera durante tantos años de trabajo. Pico fue el gran arquitecto de la conservación de aquello que los correntinos consagramos como santuario natural bajo la invocación de Esteros del Iberá. Ese gran humedal, cual fetiche de aguas, nos aúna en eso que llamamos correntinidad.  
Nació ahí mismo un 24 de mayo de 1954. Más precisamente en la estancia San Agustín, a escasos kilómetros de Colonia Carlos Pellegrini, al este del Parque Provincial Iberá. En ese mismo lugar en el que Félix de Azara, hacia fines del siglo XVIII, se detuvo mientras realizaba su último periplo exploratorio por las entonces enigmáticas geografías de la región. Por ende, desde el primer suspiro, su vida estuvo profundamente entramada con la naturaleza iberacera, su gente y sus habitus, pilares sobre los que edificó su vocación por perpetuarlos en sus sublimidades y singularidades. Realizó sus estudios básicos en la ciudad de Mercedes, para luego proseguir la carrera de Veterinaria en Corrientes, acabando su doctorado en Buenos Aires en la década de 1970. Pero esas circunstancias de alejamiento del pago, no lo alejaron de las efervescencias que generaba la idea de hacer del Iberá un área natural protegida ante el apocalipsis ecológico que vivía por las presiones incesantes del mercado global de pieles, cueros y plumas. De lejos y de cerca, mantuvo activa participación en el proceso que desembocó en la cristalización del deseo de crear una reserva pública y así poner en valor a su terruño. Desde aquel año fundacional de 1983, cuando junto a otros visionarios conservacionistas delineó los primeros trazos de la reserva provincial, Pico entendió que su misión trascendía los tecnicismos propios de la gestión de un área protegida. No se trataba simplemente de custodiar la intocabilidad del patrimonio, sino de recrear las relaciones sociales entre la naturaleza del estero y su gente. Con astucia, supo transformar la ecología política en un artefacto para la práctica efectiva de la conservación del patrimonio natural. Claramente fue un adelantado en trabajar para la naturaleza sosteniendo vivamente su condición de sujeto político, hecho que para los tiempos en los que se crea la reserva, resultaba un desafío sin antecedentes en la provincia. 
No se valió de sus capacidades y atribuciones políticas para hacerse servir o alimentar su legítimo poder. Supo capitalizar las oportunidades que las coyunturas de cada tiempo permitieron, sacrificando las cucardas políticas a cambio de alcanzar objetivos y metas sólidas. De esas que quedan para siempre, se transforman en verdaderas historias y no pierden brillo con el paso del tiempo (como las cucardas). Hizo escuela demostrando que las comunidades locales son capaces de recrear y asumir responsabilidades en torno a la protección de su herencia social y construir futuro evitando la prodigalidad. Acabada muestra de ello fue su idea y enjundioso trabajo en la conversión de mariscadores en los primeros guardaparques provinciales. Su liderazgo, forjado en la paciencia de quien sabe que la verdadera conservación es un acto de fe solo visible en el tiempo, lo convirtió en un faro para el mundo de la conservación y para los pueblos y parajes iberaceros. Su gestión de más de cuatro décadas adoleció por completo de cualquier forma de especulación o mezquino cálculo. Sin embargo, le sobró ese tipo de hidalguía que distingue sobradamente a quien sirve a una causa soberana.   
Por eso mismo, decir que Pico Fraga es una leyenda no es una metáfora. Hizo cosas tan fuertes e intensas que a cualquier persona ordinaria le llevaría varias vidas. Con natural modestia pero con firme temperamento de estadista de la ecología, encarna fielmente todo aquello que define a una leyenda. Su fervor y empeño, conjugados con largas y complejas luchas por conservar y reproducir la naturaleza del Iberá ha sido tan épica como cualquier gesta en pos de hacer libres a las personas, humanas y no humanas. En efecto, estos atributos también lo convierten en prócer, porque al fin y al cabo… ¿qué es la libertad sino el derecho de cada una de las partes de un sistema de vida a existir sin la sombra de la depredación y el alienamiento de quienes se creen dueños de la vida?  
En un mundo donde la conservación a menudo discurre solo a través de discursos vacíos o es convertida en oportunidad para los intereses y sentidos ajenos a su esencia, Pico se erige como rara avis para la ecología política de la conservación de la naturaleza. Sus enseñanzas se sostenían y sostienen en hacer saber que proteger el patrimonio no significa imponer miradas y nuevas formas de ser y estar en el mundo (iberacero). Buscó siempre enseñar que la conservación es una construcción social de largo aliento, en la que los cambios ocurren en la medida que se internaliza la idea de que no existen fronteras entre personas y naturaleza. Es por eso que, bajo su liderazgo, la reserva del Iberá nunca fue un dispositivo estático e inmutable, sino más bien un vergel de encuentros entre todas las formas de vida que contienen los esteros y las comunidades humanas en delicada y profunda relación en constante renovación.   
Los que conocen a Pico hablan de su capacidad para conciliar lo irreconciliable, de sostener interminables intercambios desde el diálogo antes que desde el debate y de llevar a cabo extenuantes jornadas de campo para hacer docencia o simplemente acompañar el trabajo de guardaparques. Su autoridad no emana de su grado universitario o de la legitimidad institucional renovada por cada gestión gubernamental desde 1982 hasta el presente, aunque varios fueron los intentos por desplazarlo. Su autoridad deriva de su innata condición de líder, del profundo respeto al otro, en la honra a la palabra empeñada, al reconocimiento de las virtudes ajenas o la solidaridad sin condicionantes. Como esas tantas veces en las que prorrogaba su regreso a casa para acompañar a sus amigos y guardaparques ante distintas adversidades. Y es ahí, en esa coherencia sin alardes, donde reside su grandeza y se potencia su condición de irremplazable. Su legado no son solo sus obras, traducidas en muchos casos, en los trabajos que alentaba a sabiendas que serían útiles en el largo plazo y que por altiva gracia logró verlos. Supo enseñar que la conservación es, ante todo, un acto de amor. Un amor que Pico Fraga supo traducir en acción. Su historia se está terminando de escribir en el bronce, pero ya está escrita en el Iberá donde ya es leyenda. Y como todas las leyendas, no se jubilan nunca. Solo transforman su presencia. 


Corrientes, 14 de noviembre de 2025.
 

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