La Argentina volverá a votar, hoy, en un contexto inédito de mínimos históricos de participación en todos los comicios locales hasta la fecha. Se trata de comicios que definirán el equilibrio político del Congreso para los próximos dos años.
Las elecciones desdobladas de este año, que comenzaron en marzo y se extendieron hasta octubre en varias provincias, ya dejaron un patrón difícil de ignorar.
En la mayoría de los distritos que adelantaron sus comicios, la participación se ubicó por debajo del 60%, muy lejos del promedio histórico de 77% que acompañó a las legislativas desde 1983.El caso más reciente, el de la provincia de Buenos Aires, selló la tendencia. Con una concurrencia del 61,21%, el distrito más poblado del país registró uno de los niveles más bajos desde el retorno democrático. Aunque el número superó las expectativas previas — que preveían una asistencia incluso menor —, el dato marcó un nuevo escalón en un descenso que se plasmó todo el año.
En los ocho distritos que ya celebraron sus elecciones (Salta, Jujuy, Chaco, San Luis, la ciudad de Buenos Aires, Misiones, Santa Fe, Formosa y Corrientes), el promedio de participación fue del 58%, casi veinte puntos por debajo de la media histórica.
Formosa, con un 65,8%, fue la provincia más movilizada; Santa Fe, la menos, con apenas 46%.
En todos los casos, los números quedaron por debajo de los registros de 2021, lo que confirma que el voto voluntario dentro de un sistema obligatorio se ha vuelto cada vez más literal: millones de ciudadanos optan por no ir a las urnas, aún a riesgo de la multa o la sanción.
El fenómeno tiene un correlato histórico. Entre 1983 y 2001, la participación en legislativas nacionales rondaba el 80%. Tras la crisis de 2001, cayó al 74%.
Con la implementación de las PASO en 2011, el promedio se estabilizó alrededor del 79%, hasta que en 2021 la concurrencia bajó al 67,8%, el nivel más bajo en casi cuarenta años.
nalistas políticos coinciden en que se combinan el desencanto con la clase dirigente, la crisis económica persistente, y un clima de desapego político.
A eso se suma el desgaste de la rutina electoral: la multiplicación de votaciones locales, provinciales y nacionales a lo largo del año.