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La yumba

Su humildad engrandeció su figura. Su aporte enriqueció la música argentina. Su pensamiento claro y limpio fue de una bondad increíble.

Viernes, 11 de octubre de 2024 a las 18:08

Existen denominadores comunes que definen a personas. Sellan una imagen merced a las líneas que va tirando la mente, para dibujarlas, ponerle rostros, acercarlas, hacerlas comunes, conocidas.
Con “La yumba”, ese tango ralentado, pero seguro, firme, inexorable, que en 1946 compuso el maestro Osvaldo Pugliese, denotando la fuerza que forjan los bandoneones en línea como una caballería frenética.
“La yumba” es onomatopéyicamente el sonido que en conjunto emanan los bandoneones, atacando el ritmo firme, potente, preciso del tango.
Decir “La Yumba”, es decir Pugliese, dejar relegado los acertijos por las dudas, y llamarlo por su nombre de respeto: Maestro.
En el arte los compromisos son importantes, porque el artista siempre está juramentado con algo y por algo, que es su faro, su destino común en lo más íntimo.
Sin los arrebatos mezquinos que los ubican junto al hombre común, el del yugo, el cotidiano, el de todos los días.
En el tango, ya grande, admiré a Osvaldo Pugliese, comprendiendo el metejón de mi tío por el autor de “La Yumba”.
Me llegaba fuertemente su trato humilde, simple como su compromiso social, buscando con palabras la igualdad de la armonía entre todos.
Con sus convicciones humanitarias y fuertemente políticas, pero desde la mansedumbre del mismo respeto. Fue el primero de los músicos en concebir la manera más justa de pago, el sistema cooperativo: el de todos iguales, músicos, cantores y el propio director.

Es el ser que se transforma en pueblo, identidad y luz. Es la persona que habita y lucha. Se desangra. Se redime ante el amor como ante lo supremo, porque en él vive y palpita todo un país de pie, con sus sueños y esperanzas.

Se lo evoca por esos formidables cantores que le pusieron voz a su repertorio: Roberto Chanel, Andrés Selpa, Alberto Morán, Jorge Vidal, Jorge Maciel, Miguel montero, Alfredo Belusi, Adrián Güida, Abel Córdoba.
Bregaba con una frase que lo exime de todo comentario, reafirmaba: “Donde el trabajo sea una dignidad personal y no un castigo.”
Fue brillante compositor de algunos de los temas que fortalecía su repertorio:
“Recuerdo”, “La yumba”, “La Beba”, “Negracha”, “Malandraca”, “Bailemos otra vez, Tango”, “Tango mío”, “Barro”, “Una vez, Tango”, “Las marionetas”, “Adiós Bardi”, etc.
En su vasta carrera interpretó también tangos de Piazzolla a lo Pugliese; estuvo en Rusia y China llevando nuestra música. Más adelante visitó en gira, Japón. 
Hay que comprender la admiración por su ubicación comprometida con el hombre y el país cuando las cosas no son barajadas, ni guardan exacto equilibrio de difusión por parte de los productores ante el negocio de lo nuevo, cuando dijo: 

“Hay que destacar un hecho real. A partir del 30´se interrumpe el proceso democrático del país en que había florecido la producción del tango, se hace más fácil la entrada del cosmopolitismo foráneo y se va perdiendo como lógica consecuencia el aspecto folklórico.”  Tal como lo remarca el periodista y presentador, Oscar Del Priore en su libro “Osvaldo Pugliese. Una vida en el tango.”
Todos buscaban lo mismo: identidad y fortalecimiento de lo nuestro. Protegiendo de todo lo nacido aquí. Así se lo planteaba Homero Manzi: “Por eso yo, ante ese drama de ser hombre del mundo, de ser hombre de América, de ser hombre argentino, me he impuesto la tarea de amar todo lo que nace del pueblo”.
O, cuando lo afirma el biógrafo de Homero, el Dr. Raúl March:
“Por más elevado, digno y técnicamente bello que sea el espíritu de una cultura, jamás podrá dejar de tener una conexión causal y humana con lo raigal y popular.”
Aún perdura en recuerdo, su brillante actuación en el Teatro Colón que tuvo la orquesta al cumplir el Maestro 80 años de vida, el 26 de diciembre de 1985.
Abrió la velada unas palabras escritas por Lucho Swartman, dichas por el actor Luis Brandoni, y prosiguió una velada memorable donde se lo veía a Osvaldo Pugliese, sereno, preciso martillando el piano, casi repicando con una Yumba inexorable, notablemente marcada.
Hay una poesía de Manzi titulada “Hombre”, que se asemeja a la figura de bien de Don Osvaldo:
“Hombre: No puedes ver morir con sorda calma / las cosas que pariste con el alma. / Nada menos que tú, que eres poeta / y fuiste tú factor y tú profeta.”
Me digo admirablemente sustraído por Pugliese: Al compás del corazón las cosas que nacen son de uno, y uno tiene esas particularidades que lo identifican como persona, como país, como sentimiento.
Es el ser que se transforma en pueblo, identidad y luz. Es la persona que habita y lucha. Se desangra. Se redime ante el amor como ante lo supremo, porque en él vive y palpita todo un país de pie, con sus sueños y esperanzas.
 

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