La crítica siempre fue una virtud argentina que supo crecer en grandes “oleajes”, que popularizó inolvidables ciclos radios televisivos, de cine y medios de prensa gráficos.
Idílicamente los argentinos siempre teníamos preparado una sucesión de sonrisas, que hablaba del bienestar de estado ánimo. Era el humor no hiriente el que se encargaba de descollar, colgando en cada uno ese estado natural de que la felicidad ronda o anda cerca.
Y, no estoy haciendo política, sino reverdecer la alegría clara de un país abocado a lo específico. Ya lo mencionó el periodista Enrique Llamas de Madariaga en sus venidas frecuentes de su Uruguay adoptivo por razones de la mala política, rastrera y furibunda que cuando la crítica se torna renuente no hay quien subsane ese puente cordial, volado hace tiempo estableciendo colores, sloganes, territorios como otro país dentro del mismo. Es decir creando amigos y enemigos, que es la lucha desalmada por el poder omnímodo.
Desde entonces y por una crítica, se vio obligado a cruzarse al Uruguay y proseguir allá, su brillante carrera periodística, porque ya le habían quemado un coche.
El decía que cuando se viene por horas a trámites personales, que ya no se vibra con la alegría argentina, la gente canturreando, quienes silban demostrando ese estado que todo lo puede en brazos de argentinos como los de antes, gentil, ameno, simpático, revalidando esa forma tan especial de ser.
Más bien rostros torvos, cabizbajo, ensimismados en mil problemas que trasuntan en la expresión otrora cambiada.
El ejemplo más claro, los grandes programas cómicos que inundaron hace mucho tiempo las emisoras capitalinas, con artistas que aún los evocamos. Delfor y su troupe de “La Revista Dislocada” con libretos de Aldo Cammarotta. Los 5 Grandes del Buen humor que no solo llenaron salas de radio, sino también el cine argentino aún en desarrollo pero con numerosos títulos que batieron boleterías de Latinoamérica y España.
Esa forma de ser tan criolla, no fue un impedimento, al contrario era el distintivo que hacía de Argentina un país diferente, alegre naturalmente y sin maldades.
La memoria afable que nos recuerda el que vivimos cuando chicos, educado, afectivo, tierno, en que florecieron grandes artistas que hicieron memorable, ese chiste sin malas intenciones que conformaba la Argentina del almacén de la esquina, el de la vecina solicitándonos un poco de azúcar, misión a la que corríamos presurosos no por obligación fría y calculada sino por su gran espíritu de vecindad de este pueblo que crecía alegremente, justamente en el afecto tan argentino.
Como a todo poníamos mote que luego se expandía en estilo y costumbre de conversación, el clima no era roto por su ubicación, al contrario crecía en canto educadas, con gran carga de alegría espontánea.
Quién no lo recuerda a Aldo Cammarotta haciendo libretos para “La Revista Dislocada”, los domingos por radio al que se prendía el país al mediodía.
Quien olvida, aquella cancioncilla que con una mezcla de política se ganó la fama del mercado: “Deben ser los gorilas que andarán por allí. Deben ser los gorilas que andarán por aquí.” En alusión a quienes se oponían al peronismo, sin vetos hasta donde supimos, término que aún se mantiene.
Aldo Cammarotta fue autor de grandes monólogos de Tato Bores, el maestro de la Televisión Argentina que se animó entrevistar hasta a sus propios oponentes, los domingos por la noche por Canal 13 de Buenos Aires.
Lo que se extraña y que da motivo de recuerdo, es que las cosas no pasaban a males mayores. Expresábamos en nuestro proceder una forma pacífica de ser, mucho antes que se encarezca y se ponga raro el ambiente cuando comenzó la militancia desaforada y desbocada de gente muy joven al corredor de la lucha en serio.
Pero antes, ya en la radio como en el cine, “Los 5 Grandes del buen humor” supieron romper records de público a cuanto espectáculo se animaba. Toda era posible por el gran nivel de sus artistas integrantes:
Guillermo rico, Rafael “Pato” Carret, Jorge Luz, Zelmar Gueñol, y Juan Carlos Cambóm. Quién los puede olvidar, si nos han entretenido sanamente.
Una Argentina que se extraña, hoy cuando los imposibles hacen su veranillo, con el hambre al cuello, el desasosiego, la incertidumbre. Un ajuste, sí, perfecto, pero no matando, sino devolviendo esa sonrisa perdida, de un Pami solidario que prodigue a los viejos su aporte de años.
Detrás de todo está el hombre, la persona, el ser humano, nuestro hermano de residencia, quien también sabe al igual que nosotros del dolor y la angustia por mantener la olla en casa.
Es lindo ver sonreír a un pueblo. Porque la sonrisa marca el estado de ánimo. Se anima a renovarnos fuerzas a la castigada paciencia social.
Parece nada, pero nosotros que venimos de atrás y vivimos esas demostraciones de saludable humor, podemos afirmar que es positivo de volver a ellas. Habría que ver si con tantos problemas, es posible poder dibujar una sonrisa.
Lo que sucede que hoy, sería imposible. Se nos agotó el motivo de felicidad hecha sonrisa. Y la sonrisa es oro.
Tiene una capacidad formidable para movilizar espontáneamente, y hacer mucho más de lo que imaginamos.
La alegría de un pueblo debe ser enriquecida con hechos positivos, naturalmente y no buscando el voto barato del interés que se desata en promesas que, luego no se cumplen. O, se vetan de cuajo.