El título de este artículo se desprende de las Memorias de un notable de la historia argentina en el siglo XIX, nuestro Pedro Ferré. Un libro que lo editaré próximamente y que lo adelanto así.
La Tiranía y la libertad
El prólogo de una obra “síntesis” de la personalidad del tirano; es imprescindible transcribirlo como un homenaje a la Librería y Editorial “La Vanguardia”, que lo editó en el año 1943 con el aporte de 127 autores.
Es notable la vigencia que tienen sus páginas. La lección que querían dejar en los umbrales de la era del populismo, quienes advertían, al igual que hoy, como la “barbarie” amenaza en superar a la civilización y es lo que nos debe preocupar como sociedad y Nación.
Y esto dice aquel premonitor prólogo de la obra que tomamos como base para este ensayo de nuestros días, en el 2024: La Tiranía y la libertad.
De un tiempo a esta parte ha recrudecido la tentativa de hacer la apología de la tiranía de Rosas en libros destinados al público en general y, lo que es más grave aún, en aquellos que han de utilizarse como textos de clase o de consulta en los establecimientos oficiales del país. Esa apología fue intentada desde hace ya mucho tiempo. Se vio en ella un prurito de originalidad, y los que la intentaron cayeron naturalmente en el vacío y el olvido.
Pero las cosas han cambiado con el tiempo. Hoy esa tendencia parece poder alcanzar más arraigo, y ello es un fenómeno de ambiente que responde a causas que conviene analizar. La generación argentina que derrocó la tiranía fue la que hizo la organización nacional. Y la hizo precisamente porque aplicó a la acción pública métodos de gobierno diametralmente opuestos a los usados durante un cuarto de siglo por el tirano derrocado. Por eso y para eso lo derrocaron precisamente los que fueron sus enemigos, que partiendo de todos los sectores de la opinión se encontraron en los campos gloriosos de Caseros. Tal fue el programa de acción de todos los adversarios del despotismo desde el primero al último, desde Berón de Astrada y Lavalle a Urquiza, y justo es recordar el apólogo latino que enseña que lo mismo contribuyó a derribar la encina el que le asestó el golpe inicial que el que la vio caída ante su impulso final. El juicio de Rosas hecho por adversarios no fue, pues, un proceso de venganza política, sino una forma de la responsabilidad de los gobernantes, del acatamiento a la ley, del respeto a la libertad humana.
Mientras se realizaba la obra de reconstrucción nacional en medio de la execración a la tiranía sangrienta y bárbara, nadie habría osado alzar la voz en su defensa y menos en su encomio en libros de pretendida justicia histórica y por añadidura, destinados a la juventud. Cuando el país entró por los carriles de la normalidad, obras semejantes sólo merecieron la indiferencia pública como antes decimos, o la curiosidad displicente, si se quiere.
Hoy parece que el ambiente pudiera tornarse más propicio a la rehabilitación de la tiranía, de sus procedimientos bárbaros, de la abolición de la ley y del derecho. ¿Por qué? ¿Se han aportado acaso datos nuevos, se ha demostrado que el tirano nunca mató a nadie, nunca persiguió a nadie, nunca halló los principios cardinales de toda sociedad civilizada ni reaccionó contra el grado de cultura alcanzado por el país? En manera alguna. Ahí están los hechos con su elocuencia terrible; resuena aún el lamento de las víctimas; quedan aún los resabios de los vicios que infiltró en la sociedad de su tiempo. ¿Por qué puede hablarse hoy, entonces, con más desahogo que hace tiempo, de rehabilitar al victimario y por consecuencia de condenar a sus víctimas? Vemos en ello un índice de cierto estado de sensibilidad colectiva. El olvido del pasado luctuoso es una inclinación y una inclinación natural del espíritu. Pero no es lógica, ni justa. Y no lo es porque ese olvido importa absolución de pecados muy graves contra el destino de la patria y porque, queda dicho, importa también necesariamente establecer que Rosas fue combatido injustamente: y que quienes se fueron al destierro para ir a buscar la libertad y regresaron después para imponerla de nuevo en el país con la fuerza de su brazo, carecieron de razón para combatir un régimen de gobierno que encontraban deprimente para la patria y para su propia conciencia cívica. No cabe el olvido de página alguna de la historia sin desnaturalizarla. La formación del país no se explica sin el proceso de su desenvolvimiento, en el que tanta parte tuvieron la anarquía y la tiranía. Y si se estudia ese ingrato, doloroso momento de nuestro pasado, no es admisible que se le desnaturalice cediendo a pruritos de originalidad, en los que abría algo de “snob” si hubiera algo de elegancia siquiera. Pero hay lo contrario: la exaltación del vicio, que es la fealdad y la rehabilitación del crimen convertido en arma de gobierno, que es el rasgo más definido de la brutalidad y la incomprensión en los que recibieron el depósito del mando en una democracia.
Por lo demás, la juventud no puede nutrirse con tal alimento. La democracia y la libertad deben sentirse con un ardor romántico como las sintieron los varones ejemplares que hicieron la patria. Todo lo demás no es sino fuerza retrógrada, actividad perdida para el bien. Por nuestra parte levantamos el espíritu ante el recuerdo de los grandes benefactores y rechazamos como toda conciencia limpia hasta la posibilidad de cualquier simpatía retrospectiva o actual para hombres y sistemas de gobierno que no se inspiren en los principios sustentados por quienes destruyeron la opresión y fundaron la libertad, escribiendo así con su propia actuación todo lo que tiene de más respetable la tradición argentina. (Editorial publicado por La Nación, el 20 de junio de 1929).
El Nerón del Plata
Se desprende de las Memorias de un notable de la historia argentina en el siglo XIX, don Pedro Ferré, nuestro tres veces gobernador de Corrientes.
La mentira de rosas - “Antes de continuar este asunto -dice Ferré en sus memorias- quiero referir un suceso notable para la historia, y de que muy pocos estarán impuestos”. Llegué a Buenos Aires en diciembre de 1829 donde tenía buenos y muchos amigos, invitado por ellos y cómodamente sentados en un patio caluroso, fui instruido sobre el plan que Rosas le había propuesto establecer, de acuerdo con algunos de los principales personajes de Buenos Aires, cuyo resultado debía ser, en líneas generales, “subyugar a todas las provincias, única posibilidad para vigorizar la nuestra.”
Solo atiné a decirle a los presentes y entre ellos muchos amigos y conocidos con los que tenía una amistad considerable: “Si esto que les expuso Rosas, ustedes lo admiten: están dando a luz un Nerón en el Plata”.