Durante siglos el sistema, con variantes, logró este efecto. Un partido cualquiera disponía de un piso y un techo, entre cuyos márgenes podía moverse, pero siempre oscilaba merodeando ciertos porcentuales en base a las circunstancias de un momento particular.
En ese marco era bastante improbable toparse con sorpresas. Todo sucedería dentro de un rango de razonabilidad, aunque el candidato de turno aportara su impronta indelegable, para bien o para mal.
Eso ocurría en el contexto de la existencia de agrupaciones políticas, consistentes, con principios explicitados, con una vida interna abrumadora, ya no repleta de consignas vacías o arengas sin fundamentos, sino de un profundo debate intelectual, académico y pragmático que permitía el desarrollo de verdaderos “cuadros”.
Eso ha quedado en el pasado. A lo largo de décadas la política se ha ido desprestigiando por múltiples motivos y los partidos han recibido ese impacto con gran potencia. Un ingrediente vital en esto ha tenido que ver con el perfil ideológico que esos movimientos exhibían.
Sin importar la tendencia, cada lista tenía una identidad inconfundible lo que hacía todo mucho más predecible y sobre todo más transparente. Hoy en día, esas “marcas” que fueron el sinónimo natural de una visión sobre el presente y el futuro, se han desdibujado tanto que ahora solo quedan nostálgicos recuerdos de lo que pudieron ser.
Es innegable que se ha hecho un culto exacerbado del pragmatismo y se ha además abusado de la virtud de la versatilidad. Bajo esa dinámica los que antes hubieran defendido ciertos valores hoy podrían estar alineados en lo completamente opuesto sin siquiera ruborizarse.
En el medio de ese despliegue vienen surgiendo figuras, personajes con peso propio, con volumen autónomo, capaces de representar a una porción numerosa de la sociedad. Ellos configuran un fenómeno difícil de explicar, pero mucho más aun de imitar.
"Los estrategas de siempre ya lo deberían haber aprendido hace mucho. El marketing y la publicidad, inclusive con las más modernas herramientas actuales, no es capaz de engañar a las mayorías eternamente. Eso podría ocurrir por defecto, pero jamás debería ser parte de una rutina. Más tarde o más temprano los velos se caen y la gente advierte el embuste descargando su ira al detectar el ardid."
Estos individuos con singulares atributos son absolutamente únicos y por lo tanto su carisma resulta casi imposible de replicar. Por mucho que se esfuercen los expertos no consiguen que otros jugadores, inclusive los más cercanos, puedan capturar todo el potencial necesario para sostener sus guarismos.
Es un desafío extremadamente engorroso de abordar. Lo extraordinario del modelo original no logra replicarse con simplicidad y entonces todo queda a mitad de camino. Los supuestos herederos no reciben el empuje suficiente pese a los esfuerzos de los especialistas.
Como suele pasar en diferentes situaciones hay excepciones a la regla. Algunos pocos consiguen recibir los influjos, quizás por ciertas similitudes que hacen que los ciudadanos encuentren allí puntos de contacto suficientemente relevantes que contagian esa luminosidad primaria, pero esto no es lo usual.
Lo esencial tal vez radique en la legitimidad de ese vínculo. No se puede falsificar en esta materia. Subestimar a la ciudadanía suele ser muy habitual en ciertos siniestros sujetos que se creen más pícaros que el resto y que entienden que pueden embaucar a cualquiera.
Eso constituye un error descomunal y una demostración de ignorancia inaceptable en estos tiempos. Hasta para estafar hay que ser inteligentes y las maniobras burdas son tan evidentes que hasta un niño puede descubrirlas sin tanto esmero.
Son épocas peculiares, en las que se ha revalorizado lo realmente genuino, lo verdaderamente auténtico, despreciando con toda la fuerza lo que se percibe como amañado o adulterado. Identificar a esos engendros es muy fácil y la fantasía recreada se desvanecerá inexorablemente.
Los estrategas de siempre ya lo deberían haber aprendido hace mucho. El marketing y la publicidad, inclusive con las más modernas herramientas actuales, no es capaz de engañar a las mayorías eternamente. Eso podría ocurrir por defecto, pero jamás debería ser parte de una rutina. Más tarde o más temprano los velos se caen y la gente advierte el embuste descargando su ira al detectar el ardid.
El sendero está claro. Lo legítimo se acepta y se valora, aun asumiendo las naturales debilidades que nunca faltan a la cita ante la imperfección humana. Lo actuado no se respeta y hasta corre el riesgo de caer en el abismo del ridículo, del cual cuesta demasiado regresar.
"El sendero está claro. Lo legítimo se acepta y se valora, aun asumiendo las naturales debilidades que nunca faltan a la cita ante la imperfección humana. Lo actuado no se respeta y hasta corre el riesgo de caer en el abismo del ridículo, del cual cuesta demasiado regresar."
La deformación profesional de algunos consultores y la estúpida actitud de los entornos más amateurs ha llevado a esta modalidad de invitar a perder la esencia, sin comprender la magnitud de lo espontáneo y la concomitante evolución de una comunidad que no busca excelencia sino humanidad.
No vale la pena seguir insistiendo con estos adefesios. Nada bueno vendrá de la mano de prácticas tan retorcidas.
Y si por casualidad llegaran a la meta como producto de una coyuntura, a poco de andar todo ese castillo de naipes se derrumbaría sin piedad, tirando por la borda la posibilidad de edificar algo serio y sustentable.
"No vale la pena seguir insistiendo con estos adefesios. Nada bueno vendrá de la mano de prácticas tan retorcidas. Y si por casualidad llegaran a la meta como producto de una coyuntura, a poco de andar todo ese castillo de naipes se derrumbaría sin piedad, tirando por la borda la posibilidad de edificar algo serio y sustentable."