Era matemático. La seguridad ponía horario a las cosas. Las hacía verosímiles en tiempo real. Se tornaban creíbles, como decía “Cacho” Fontana: “Con seguridad Odol”.
Se hacían las cosas en orden y forma, porque ponían las cosas como son, tal vez con obviedades, pero concretas y lógicas.
A rajatablas se cumplían los quehaceres, no antes ni después sino cuando debían serlo.
Recuerdo que comencé a detectar esa aparente nimiedad que la gente se ponía a ensayar, cuando tras una nota el equipo móvil me pidió que los aguardara en un determinado lugar a la hora 19.
Bueno, me dije, determinaron la hora y el lugar, por lo tanto no todo estaba perdido.
Aguardé hasta las 20, sin el objetivo por cumplir, no obstante mi espera dijo basta, me fui a la oficina donde proseguí con mi tarea publicitaria.
Parecía una joda. En realidad era una joda, como tituló un medio de Buenos Aires su artículo sobre el remanido balcón de Cristina. Parecía, pero en realidad lo era.
Pués bien, casi un calco de lo primero, apareció el resto del equipo de Noticiero, buscándome una hora después de lo convenido. Le respondí con un encendido descargo:
Que las 19 no es la 20. No puede ser que por incumplimiento que es una adicción de nunca acabar, me tenía que haber comido 1 hora de inexplicable plantón.
Y me contestaron con la nada del incumplimiento a manera de descargo, “Baldu”, hoy la cosa es así. Hasta hoy sigo sin entender razón alguna de establecer una hora, y caer como si nada antes o después.
Hoy, en esos furtivos encuentros que la calle nos ofrece a diario, tropezándonos con quien queríamos hace ratos cruzar dos palabras, hablamos del mismo tema, el desorden a la hora de establecer perfecta pauta.
Un tipo de la materia informativa, gran colega, de buena madera, de los quedan hoy muy pocos, me aseveró en cuanto a la consideración de establecer reportajes, que hoy las cosas son lamentablemente así.
De improviso, a la hora que el reporteado y periodista puedan conciliar agendas, estableciendo horarios y punto de encuentro. Porque la seguridad ha sido rifada en ese mínimo espacio que el compromiso y el motivo se esfuerzan por ordenarse.
Es decir, sacando nuestras propias conclusiones, hoy la tarea profesional del periodismo no es la misma.
Todo se ha desdibujado, y se ha tomado como vía única la supuesta comodidad que la “despelotada” mano nos conduce.
Lejos de concluir que navegamos a la deriva que, de hecho es una peligrosa vía navegable, el miedo es no saber hacia dónde vamos, si en 12 días apenas, el mundo estuvo al borde de una guerra de imprevisibles consecuencias, qué podemos esperar del orden desaparecido de escena.
Tomando solamente las actitudes barra brava del propio Presidente, donde todos tienen su propio calificativo, despectivo y soez, faltándole el respeto al otro a troche y moche, qué podemos hacer sin el ausente orden marcándonos la precisa.
Las cosas se imitan, se copian, tomando lo peor de cada uno, sin importar el orden de prioridades, protocolos, etc. Todo en bien al desorden generalizado, moda mal intencionada.
Un medio norteamericano de gran tiraje, expresaba en ese permanente cambio de roles, que no se sabía si Milei copiaba a Trump, o bien Trump copiaba en sus desplantes a Milei, por sus arranques impensados de ambos.
Cuando el auge de los medios de comunicaciones, específicamente la televisión argentina de los años70´, hubo un programa de gran inteligencia que ya tocaba en sorna los malos hábitos de entonces, aún en pañales en lo potencial.
“La Noticia Rebelde”, tenía por slogan una frase inteligente: “Un aporte más a la confusión general”. Y una muletilla, que le doy toda la razón: “El que piensa, pierde”.
Estamos hablando de la crítica inundada de sonrisas, que lo hacían con una impecable representación, humoristas de la talla de: Castelo, Abrevaya, Guinzburg, y Becerra.
El compromiso de hoy, el si-no, tal vez, quizás, sea el origen de esa falta de orden que ha desmembrado por siempre las prioridades, quitándole entidad a la palabra bien intencionada, segura y concreta.
Todavía, hoy, recordamos los consejos de “Tato” Bores, que nos marcaba cada uno de los pozos donde la Argentina ha caído desde siempre, constituyendo la debacle de un descreimiento que hace de la confianza un compromiso inexistente.
Cuando el orden mandaba, había cierta prudencia, credibilidad, esperanza de última, no como hace unos años se tornó tema vetado, como la espera sin límites de los Jubilados.
La esperanza pobrecita se cobija en las palabras que se pronuncian, creo sin pensarlo, porque a veces o casi siempre es más importante sumar votos no importa cómo, tal cual se hace en el Congreso en vísperas de elecciones, de apuro y zopetón.
El veto a una esperanza, alentada por el tiempo más que suficiente de esperar en vano, hace del jubilado argentino una prolongación de desasosiego extremadamente paciente, hasta que llueva maná del cielo.