Seguramente arrancada de una copla de esas tantas que andan por allí, reafirmando metafóricamente las alegrías y sinsabores de la vida, un amigo siempre la cantaba como poniendo límite a todo lo material y espiritual.
Como diciendo: recomenzando otra vez. Intentando nuevamente, o no, pero probándonos nuestra capacidad de hacer esta vez lo que debemos, sin olvidar a la esencia de todo milagro: la gente. Su gente. La nuestra. Porque su felicidad y bienestar más que necesario es imprescindible.
El The End de la existencia humana, metafóricamente marcando un antes y un después. Porque muchas cosas empiezan y terminan, repitiendo, o ensayando otras preocupaciones en la eterna existencia del hombre. O, dejándolas por otras.
O, habiendo sido curado de espanto, le retira los proyectos tan inmaduros que no pudieron ser, o se remata de “apriete” salvaje, muera quien muera
Políticamente se ha ensayado todo en la larga historia de las frustraciones nacionales. Muy pocas han satisfecho, por lo tanto las opciones no han sido las exactas, pero nos hicieron vivir nuestro corazón soñador que siempre lo tenemos presto para celebrar, desempeñándonos como perdedores curados de espanto.
Claro, lo serio no es una simple prueba, sino jugarnos porque se trata del país. De nuestro país, el lugar que Dios nos ha destinado para vivir.
Y, allí viene, el daño que siempre nos hacemos, olvidarnos, omitir la seriedad de hacerlo con alma y vida. No es como siempre, volver siempre invita a empezar nuevamente agotando todos los proyectos posibles.
Pero lo más grave, es que se olvidan de la gente, siendo la misma quien siempre paga “los platos rotos”, haciendo la suma de sacrificios. Sin embargo se la tiene en cuenta, solo en proximidad a elecciones.
Y, la gente le ha pasado factura. Está podrida de apretarse el cinto más que nadie, porque lamentablemente es la gente destinada a “pasar como carne de cañón” de dura experimentación, pero sin embargo, igualmente, sufre y no hay derecho para infringirles mayores costos.
Gente como nosotros, también sin esperanzas, más vale con muestras que denotan corrupción de cualquier índole por una adicción que no cesa, en cualquier ámbito que si aún queda en este “remate” donde se vendió hasta el alma.
Perder las esperanzas es como el exilio, tierra de nadie donde la vida se sostiene prendida a las raíces que aún quedan, para no desmoronarse.
Por eso es un poco a propósito esa copla del principio sobre la partida del espíritu de las cosas. Donde ya no hay más remedios, porque el fin tampoco se sostiene.
La gente es lo más sagrado que poseemos, no son extraños ni conejillos de Indias, ni probetas de ocasión.
Tan solo hacer todo para colmarlos que el Estado si aún queda debe tener algo de bienestar y buena memoria que repartir como los cargos políticos, o generosos porcentajes de comisión en compras, que generalmente se los denomina: COIMA.
A muchos nos ha tocado en las familias, disponibilidades que trunca de raíz la labora consagrada al trabajo. La incertidumbre, la duda, y el pánico ante una familia como tantas otras, hoy “cortadas el crédito”.
Las actitudes no son generosas, ni contemplativas, piden no obstante más sacrificios que automáticamente la suba de precios se encarga de hacernos saber, y cobrarnos chille quien chille. Patalee, quien patalee.
Este no es el país de la dulce sonrisa. El gesto de la harina o la azúcar convidada a solicitud de la vecina, ese compromiso solidario que el alma estaba acostumbrada a desplegar porque era prácticamente una obligación moral.
Desde entonces ahora, nos hemos ido bastante lejos. Cambiamos aunque no lo quisiéramos.
Nos fuimos endureciendo, haciendo malabares donde los precios tienen la virtud de siempre ir para arriba, mientras que los salarios siempre están camino al “descenso”. Por, ejemplo, los jubilados que cargan con la culpa de los funcionarios, que siempre miran para otro lado.
Ser viejo en Argentina, es estar en la “tabla de descenso”, es militar en el presidio de la incomprensión. Siberia es un poroto, ante la dirigida desatención que los abuelos cargan como mochilas mortíferas por nuestros lares.