n El 6 de agosto de 1945 fue una fecha histórica que marcó a fuego la entrada del ser humano en la era atómica. Hiroshima fue la ciudad elegida para la masacre de miles de seres humanos. Tres días más tarde de esto, otra ciudad, Nagasaki,fuel el blanco para la segunda bomba y aunque hubo un poco menos de muertos, la devastación fue total.
El bombardero B 29, que llevó la bomba a Hiroshima, un cuatrimotor bautizado “Enola Gay”, al mando del coronel Paul Tibbets, uno más de los cientos que había utilizado la Fuerza Aérea Norteamericana en la Segunda Guerra, fue el encargado de transportar la primera bomba atómica de la historia de la humanidad. A pesar de que la tripulación sabía que iba a cumplir una misión muy importante en el desarrollo de la guerra, lejos estaban de imaginar la cantidad de muertos que ocasionarían. El mutismo en que estaban sumidos los tripulantes, se debía a que estaban conscientes de que en el vientre de su poderosa aeronave llevaban una bomba muy poderosa a la que habían denominado “Little Boy” (muchachito, en inglés). Recién al abordar el avión se les había dicho que llevaban una bomba muy poderosa, capaz de torcer el cuso de la guerra.. El bombardero fue precedido por otro avión que hacía el reconocimiento meteorológico, pasó el siguiente parte: Kokura, la ciudad cubierta por nubes, Nagasaki, también cubierta, Yokoama, cubierta por nubes, e Hiroshima, cielo totalmente despejado. Se decidió entonces que Hiroshima sea el blanco elegido y el coronel Tibbets dio el OK y ordenó a su ingeniero de vuelo dirigirse hacia Hiroshima. La ciudad estaba siendo condenada a sufrir el primer bombardeo atómico en la historia de la humanidad. Sus 300.000 habitantes sintieron y vieron como si la luz de mil soles brillara en el cielo, transformándolo todo.
El momento fatal.
Exactamente a las 8,15 de esa fatídica mañana y volando a 11.000 metros de altura, el avión estaba sobre Hiroshima y el coronel Tibbets era el único que sabía en el avión que su carga era una bomba atómica. Ordenó al artillero apretar el disparador. La bomba, de poco más de tres metros de longitud, contenía 65 kilos de uranio 235 y empezó a caer sobre la ciudad, contenida por un gran paracaídas. A los 800 metros del suelo, y tal como estaba previsto, sus componentes entraron en contacto, produciéndose la fisión nuclear y explotó. Al instante, en un radio de 5 km. todo ser viviente, animal o vegetal, fue pulverizado, tal la violencia de la explosión. Aún hoy se ven en las paredes de algunos edificios que se conservan como testimonios históricos, las terribles marcas de la explosión. Las figuras plasmatizadas de seres humanos como sombras quedaron impregnadas en las paredes. Era el infierno en la tierra, quienes estaban afuera del centro de la explosión, sintieron como la piel se les desprendía de sus huesos, hecha jirones. Fue lo único que percibieron pues habían quedado ciegos en el acto, fue un resplandor rojizo y caliente, que lo envolvió todo. Los que estaban más lejos cayeron al suelo empujados por una ráfaga de aire caliente y mortal, vomitando sangre. Los que sobrevivieron quedaron con los sentidos extraviados, sin oído, olfato, visión ni orientación. Era el Apocalipsis, algo imposible de ser descripto en su horrorosa magnitud. Al poco tiempo, la radio de Tokyo informó al pueblo japonés lo sucedido en Hiroshima, ante el horror no sólo del país sino de todo el mundo. Al día siguiente todos los diarios del planeta, dieron a conocer en su primera plana, la espantosa noticia, haciendo prever que la guerra llegaba a su fin. En Japón reinaba el horror y la confusión, nadie sabía hasta que punto podría llegar el enemigo.
Saldo mortal.
El avión, una vez que dejó caer la bomba, se alejó con la potencia de sus cuatro motores al máximo. Pero aún estando a 11.000 metros de altura, fue sacudido violentamente por la onda expansiva ascendente, crujiendo peligrosamente toda su estructura. La pericia del coronel Tibbets salvó la situación, pudiendo volver a su base de la isla de Guam y cuando se enteraron del terrible saldo de su incursión, exclamaron: “Dios mío, que hemos hecho.” Sin embargo los japoneses no capitularon pese a las llamadas que les hacían de todo el mundo. La destrucción de Hiroshima alcanzó el 60% de la ciudad. El 9 de agosto fue lanzada la segunda bomba, esta vez sobre la ciudad de Nagasaki, aunque con un menor número de muertos, pero igualmente el saldo fue tremendo. El nombre elegido para esta segunda bomba fue “Fat Man”, que recién explotó cuando el detonador tocó el suelo. No se usó el mecanismo de relojería como en el primer lanzamiento sobre Hiroshima. El número de muertos fue de unos 40.000 en el acto, más los que siguieron luego. El presidente Harry Truman amenazó con seguir lanzando bombas si Japón no se rendía. Continuar la guerra parecía más a un suicidio colectivo que otra cosa. Pero lo que no sabían los japoneses es que Estados Unidos no tenía más bombas en su arsenal, mas que las que ya había lanzado. Llevaba tiempo acondicionar el uranio para construir las bombas.
Afortunadamente no hizo falta más, porque en septiembre, el imperio japonés se rindió incondicionalmente a los Estados Unidos, en una reunión oficial realizada a bordo del acorazado “Missouri” anclado en la bahía de Tokyo, ante las más altas autoridades de los países beligerantes, entre ellos los representantes directos del emperador Hiroito.
El milagro de la estatua.
Un hecho considerado milagroso por los japoneses católicos, fue que cuando estalló la segunda bomba, entre los edificios quemados y destruidos, estaba la catedral de Urakami, donde había una estatua de la Virgen María, de madera, que resistió incólume a la explosión. Todos coincidieron que éste era un hecho milagroso. La onda expansiva ardiente pulverizó la ciudad, dejando más de 70.000 muertos en total. La onda expansiva destruyó muros, vidrieras cercanas, pulverizó y carbonizó el altar y fundió el metal de la campana. Pero la estatua de madera de la Virgen María sobrevivió a esa hoguera infernal. El saldo final de Segunda Guerra Mundial, fue de aproximadamente unos 65 millones de muertos, una locura humana que ojalá nunca se repita.