Hoy los bosques cubren sólo el 18 por ciento de la superficie original. De acuerdo con datos del Primer Inventario Forestal de Bosques Nativos actualmente sólo hay cerca de 33 millones de hectáreas de bosques, cuando en 1914 había 105 millones de hectáreas. Uno piensa que los bosques son sólo madera y leña, elementos que, en realidad, constituyen menos de un tercio del valor económico total.
Hay otros valores, menos tangibles, que tienen que ver con la capacidad de los bosques de ser grandes reguladores del clima, actuar como depuradores de la atmósfera y proteger las cuencas al absorber el agua de lluvia, evitando inundaciones o liberándola en tiempo de sequía.
En nuestro país, en Jujuy y en Salta los desmontes progresan aceleradamente y en Córdoba -una de las provincias que más superficie boscosa perdió con los desmontes- se ha talado el 87 por ciento de los bosques nativos.
Tardíamente reaccionaron las autoridades de esa provincia decretando una moratoria de los desmontes, actitud imitada en Entre Ríos, Santa Fe y Santiago del Estero. No hay tiempo que perder porque el daño ocasionado ha sido muy fuerte.
La explotación de la madera debe hacerse de un modo sustentable, en plena armonía con los ciclos naturales de las distintas especies que pueblan selvas y bosques. El patrimonio forestal no le pertenece a nadie en particular; es de todos y es obligación del gobierno actuar concertadamente para evitar su destrucción total y definitiva.
En ese primer inventario, preparado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable, se señala que quedan apenas 33 millones de has. forestales de las 105 millones que había a comienzos del siglo pasado.
Además, quedan unas 60 millones de hectáreas de “toros paisajes forestales” (formaciones arbustivas de uso mixto, en diferentes niveles de degradación). De acuerdo con un trabajo de los doctores Jorge Morello y Silvia Mateucci, citado por la Fundación Vida Silvestre, en tiempos de la colonia había 160 millones de has. de bosques, montes y selvas originales en la Argentina.
De ellas, 42.500.000 hectáreas correspondían a bosques y 127.500.000 a arbustales y sabanas, representando un 61,4 por ciento del territorio nacional continental. Según el “rimer Censo Forestal” en 1914 quedaban 105.888.400 ha. En 1956, 59.240.000 ha (perdiendo en dicho período 46.648.400 ha, a un ritmo promedio de 1.110.676 ha/año). A partir de 1986 hay menos claridad sobre la superficie remantente.
Ahora, gracias al Primer Inventario Nacional de Bosques Nativos impulsado por el gobierno nacional, sabemos que quedan 33.190.442 hectáreas.
PERDIDA PATRIMONIAL
Lo que está claro es que en menos de dos siglos la Argentina perdió más de dos tercios de su patrimonio forestal autóctono. En contrapartida, los programas de reforestación alcanzaron -como cifra récord-apenas 32.000 ha y siempre estuvieron basados en especies exóticas: álamos, sauces, eucaliptus y pinos.
Según Morello y Matteucci (1999), “De los 700.000 km2 de vegetación leñosa perdida desde la colonia hasta 1992, el 73 por ciento corresponde a áreas del Espinal, el Monte, en el Chaco Occidental o la Patagonia extraandina. Gran parte de ellas fue convertida a agricultura de secano o bajo riego. Es, quizás uno de los procesos que más bosques ha consumido. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la pradera pampeana avanza sobre los bosques de Prosopis ubicados en sus márgenes. Dichos bosques, que cubrían unos 5 millones de hectáreas en cinco provincias, terminaron de desaparecer casi totalmente hacia comienzos del silo XX. Se ha producido la extinción local de varias formaciones leñosas (algarrobales, caldenares, bosques tala-mistol, tipa-pacará y palo blanco-palo amarillo) quedando fragmentos relictuales de los mismos en los ecotonos con afloramientos rocosos o pendientes fuertes”.
Tal como lo afirmaron Claudio Bertonatti y Javier Corcuera en su libro “Situación Ambiental Argentina 2000”, “Esta pérdida ha afectado también a los ecosistemas más biodiversos, como la selva misionera, que en lo que va del siglo perdió el 40 por ciento de su superficie original”. Afortunadamente, la sanción de la Ley de “Corredor Verde” es un primer paso para asegurar que esos remanentes misioneros no se pierdan.
Vale la pena rescatar que las dos fundaciones de Buenos Aires se hicieron sobre un mosaico de pastizales y bosques. Desde esa época fueron sobreexplotados, provocando la preocupación permanente del Cabildo. A sólo nueve años de la segunda fundación (1590) ya existían ordenanzas prohibiendo el corte de algarrobos.
En el siglo XVII, el Cabildo seguía emitiendo disposiciones para proteger los talares y algarrobales hasta que en 1619 declara que “los montes circunvecinos a esta ciudad estaban talados y gastados por la leña y madera que de ellos se había sacado”.
En esos talares -como los de Punta Piedras, en Magdalena- se refugiaron los últimos Yaguaretés (Panthera onca) de Buenos Aires hasta 1903. Estos pasajes históricos nos permiten considerar nuestra “tradición forestal”.
Los incendios forestales constituyen una amenaza para muchos de los ecosistemas argentinos (particularmente, los del centro y sur del país). Algunas de las principales causas de degradación de los bosques en las eco-regiones argentinas:
* En la selva misionera o paranaense: sustitución por monocultivos con pinos (Pinus elliotii). Ocupación ilegal de campos y desmonte por colonos de Brasil y Paraguay, quienes practican en su reemplazo cultivos de subsistencia (maíz, mandioca, tabaco, etc.). Extracción de rollizos.
* En el espinal: desmonte para sembrar pasturas, forestar con pinos, eucaliptos, cítricos o soja. Sobrepastoreo que elimina renovales. Incendios.
* En el Chaco: sobreexplotación selectiva de maderas duras.
Extracción de leña y carbón. Expansión de la frontera agropecuaria (de un modo muy violento a partir de la década del 70, con campañas impulsadas -incluso- por el gobierno nacional, como ‘Chaco Puede‘)
* En la yunga: expansión de la frontera agropecuaria, en particular sobre el bosque pedemontano (con cultivos de caña de azúcar y cítricos). Sobreexplotación de maderas duras (incluso como combustible). Pastoreo que elimina retoños. Incendios forestales.
* En el monte: sobreexplotación para extracción de leña y en elpasado con fines industriales (retamos). Sustitución por monocultivos (viñedos). Pastoreo (cabras) que eliminan los renovales.
* En el bosque subantártico: incendios. Sobrexplotación selectiva. Pastoreo de vacunos. Impacto de especies introducidas (ciervo colorado, jabalí y castor).
Para sintetizar, Bertonatti y Corcuera afirmaron que “la política forestal ha sido decididamente extractiva, de tipo minera, no planificada y sin criterios conservacionistas. Se extrae la mejor madera (desde el punto de vista de su aptitud forestal: árboles de fuste ancho, largo, recto, con pocas ramificaciones y nudos) y, en consecuencia se deja la peor. (...) Es evidente que no existe en el país una clara conciencia forestal. Resultan paradójicas, ciertas iniciativas -incluso, bien intencionadas- que proponen forestar a ultranza áreas naturales no boscosas, asumiendo que la implantación de un bosque (sin importar su tipo) es ecológicamente preferible a cualquier ecosistema no boscoso (como un pastizal o una estepa), ignorando el impacto ambiental sobre la biodiversidad de esas eco-regiones”.
Complementariamente con esto, Morello y Matteucci sostienen que “la explotación forestal tiene dos estrategias: la extracción de recursos del bosque nativo y la explotación de plantaciones, ambas diezmantes por la manera en que se realizan”.