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Las mujeres en la vida de Genaro Berón de Astrada

Por El Litoral

Sabado, 18 de diciembre de 2010 a las 21:00
Por Miguel Fernando González Azcoaga

Tras la tragedia de Pago Largo, el 31 de marzo de 1839, en algún momento no preciso, llegaron los restos del Coronel y Gobernador mártir de la causa libertaria, Genaro Berón de Astrada, a la Ciudad de Vera, ocultos por las sombras y en el ma-yor de los silencios ante lo temible de la situación.
Fueron recibidos de manos de quien los trajo (¿Acaso un sacerdote?, ¿Un compadre suyo que los recogió del Campo de las Ánimas?, ¿Un devoto soldado huido de la barbarie urquicista?), por sus apesadumbradas hermanas y otras dos mujeres que, como dolorosas, reconocieron con estas los restos y la rubia cabellera del Genaro, de donde extrajeron algunos rizos como recuerdo de su vida, como reliquia preciada del querido muerto, arrebatado de la vida como los elegidos de los dioses paganos, en la flor de la juventud.
El Gobernador, que había salido al frente de sus huestes con presagios que se ensombrecían a cada paso, que sabía (¿o no?) lo difícil de la Cruzada y lo funesto de su destino, que se había lanzado a la lucha irrenunciable por el honor de la palabra comprometida, que fundaba con su acción el ciclo de las cruzadas libertadoras de Corrien-tes que señarían más de tres lustros después, la victoria que levantaría co-mo bandera su tumba gloriosa, volvía ahora desmembrado, en silencio, al amparo de la oscuridad para recibir el reposo final y el obligado olvido que por décadas campeó sobre su memoria.
En la vida de Genaro Berón de Astrada, las mujeres gravitaron con su presencia enormemente. Ellas lo rodearon, lo quisieron, lo defendieron, lo lloraron, lo sobrevivieron y guardaron su memoria para los tiempos de la resurrección en que emergería como un ícono de una época heroica y terrible.
Indudablemente, desde temprana edad fue la imagen de Doña María Paula Camelo de Berón de Astrada, madre de Genaro, quien habría de pervivir en el recuerdo amoroso de su hijo, en el seno de una familia llevada a la triste pobreza por malas administraciones de los bienes heredados, la prematura muerte del padre, reclamos indebidos y poco misericordiosos para con la joven viuda de un hombre maduro y la falta de fortuna mas allá del respeto reverencial que como miembros del patriciado correntino, viejo y solemne, les correspondía.
Al frente de la familia se puso Doña María Paula para defender su posición y la de sus cuatro hijos. La querible relación de los miembros de la familia se percibe en las cartas que Genaro y sus hermanas mantenían de manera regular cuando éste estaba en campaña, enrolado ya en las huestes correntinas, cartas atesoradas por Manuel Florencio Mantilla en su archivo privado, lo que hace presumir cuál fue en realidad la relación personal e íntima entre los hijos y la madre desaparecida tempranamente el 27 de noviembre de 1837 (otra fecha aventura Gustavo Sorg, merced a sus últimas investigaciones) días antes, sin em-bargo, de la muerte abrupta e impredecible del Gobernador Rafael de Atienza, lo que precipitó la vuelta de Genaro a la noble Ciudad de Vera donde prácticamente le fue impuesto el Gobierno merced a sus muchos méritos personales y virtudes que se consideraron de valor trascendente para la misión, pesada responsabilidad, que le sobrevino con el Gobierno, cuando no por quienes creían que el joven mandatario sería manuable a sus intereses y pragmatismos políticos. En esto último, equivocados estaban, pero no habrían de entenderlo sino hasta después, cuando ya las cosas no habrían de tener retorno.
Muerta Doña María Paula Camelo de Berón de Astrada, sobre quien Fe-derico Palma traza un retrato perfecto posiblemente inspirado en la imagen al lápiz que se guarda en el Museo Histórico Provincial, traída por el Dr. Alberto Iglesias junto a tantos testimonios íntimos de familia, sobre Ge-naro quedó la responsabilidad de custodiar y proteger a sus muy queridas hermanas menores: Bernarda, a quien casó con José de los Santos Vargas y de la que heredó una sobrina que no conoció, Carmen Vargas y Berón de Astrada, la última de las mujeres en la vida del prócer. Margarita, que vivió más de cien años, enlutada, triste y dolida para presenciar la exhumación de los restos del prócer en 1910 lamentándose amargamente como aquella oscura noche de 1839, y asistió finalmente -el insondable misterio de los tiempos le había dado esa gracia- a la exaltación de su figura cuando entre las generaciones del ochenta y del diez se recuperó para el panteón cívico-militar de la historia correntina, al Genaro Berón de Astrada mártir. Bárbara, la menor y de la que menos se sabe, no perdurando un retrato suyo como sí de las dos anteriores hermanas.
La historia hace de Rosario Mantilla, la novia de Genaro, como de Sinforosa Rolón y Rubio, la de Tiburcio Rolón y Cabral, ambas convertidas en novias-viudas tras la luctuosa jornada del 31 de marzo de 1839. Mientras de Sinforosa se sabe mucho, por su brillante trayectoria y dilatada vida al punto que no pasó a la historia por haber sido novia de quien fue el soldado más hermoso física y moralmente del Ejército Libertador Correntino, sino por sus obras y su espectable vida de mujer adelantada a su tiempo y su generación que le dieron estrella propia en el concierto de la inmortalidad de los mortales. De Rosario todo se supone, pero según los Mantilla, estaba encinta a la muerte de Genaro y tuvo luego una niña de la que se pierde todo rastro, como de su madre, pues al fin, ambas llevarían por toda su existencia la marca de las relaciones urdidas en pecado. De esto, ya nadie hablaría y el manto del olvido caería para siempre.

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