Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
El café, la mesa llena de voces, el billar, los amigos, el número vivo o no, la frecuencia de un lugar común nacido en costumbre. Hoy, tal vez, aproximadamente en algunos aspectos mucho se les parecen, pero no se logra ensamblar el afecto y la prolongación de los momentos que se ensanchaban sin prisa, cobijando un mundo de sueños. En Corrientes como en cualquier parte del país, los lugares se hacían hábito cuando estaban dadas las condiciones, es decir, ese aire diáfano cuando nacía cargado de bohemia que hacía cada momento singular.
Han sido ámbitos emblemáticos, como Heladería Italia, de calle Córdoba y 9 de Julio, donde los artistas, los soñadores que habitaron la cultura, pedían “pista” para exponer ideas, lucir sapiencia, revalidar nuestro patrimonio.
Cacho Calvo, con toda su bohemia y creatividad hecha mural. Un Benjamín de la Vega instalado en un rincón junto a Folguerá, y todos aquellos que querían sumarse a ese lirismo de aventajados hombres que pensaban libremente, escuchábamos, participando azorados ante tanta inteligencia lanzada al vuelo. Con Martín Alvarenga y Jorge Kramer hacíamos lo mismo, soñando con la construcción de un audiovisual donde plasmar nuestra visión creativa, compartiendo la brevedad acogedora de “La Fusta”, de calle San Juan entre Junín e Yrigoyen.
Nadie se perdía los espectáculos venidos de Buenos Aires o de cualquier parte que recalaban en la irrepetible Confitería Panambí y el Salón Anahí en el subsuelo del mismo local, por calle Junín y Córdoba. Por allí pasaron Los 5 Latinos, con Estela Raval, “Al Mónaco con Lana Montalbán”, estableciendo una mesurada orquestación de finas melodías; el paraguayo Rudy Heins; Los Tres Sudamericanos; el cantante mejicano Marcos Antonio Tobar; Roberto Yanés cantándonos al oído boleros memorables. También por allí pasaron los correntinos Pocho Roch, con sus dos orquestas, “Los Americanos” y “The Pockers”; el clarinetista Yayo Falcón, autor de la marcha de Ará Berá; Rubén De Biasi, Walter Suchar, Torcuato Vermont, Pipo Achinelli o Mito Sager, entre tantos.
El Café Mecca de la calle La Rioja casi Carlos Pellegrini, después Café del Sol, donde me animé a producir y conducir emisiones radiales con artistas en vivo procedentes de Formosa, Chaco y Corrientes. Amén de esos sábados brillantes repletos de música, los demás días eran de recalada obligada de todos los artistas amigos y los amigos de todos ellos que encontraban allí el clima perfecto para desplegar proyectos, contar vivencias, hablar haciendo realidad la charla amena, esa cultivada en base exclusivamente de afecto.
Existieron muchos lugares comunes donde poner en el freezer los problemas, aunque más no fuera por un instante, y pensar e intercambiar pareceres, o hablar, o en silencio animar soledades memorando momentos increíbles, propicios e inolvidables.
El Kaunas, de don Antonio Jonusas, por calle Junín casi San Juan, donde se expendía un café irrepetible, buen aroma, buen gusto, donde habitaba una “población” increíble. Artistas, periodistas, profesionales, empleados, el hombre y la mujer común, todos esperando que Carlitos o Félix nos sirvan el elixir humeante, que era el motivo convocante, con formidables medialunas.
Claro que sí, muchos lugares hubieron. No se trata de un minucioso censo. Simplemente se trata de homenajear eso que pasó y fue. Que aconteció por obra y gracia del hombre y la mujer que, con sus vidas, ponían el pálpito que hacía latir ansiedades, emociones, temor porque la soledad nos prive de ese hermoso estilo de convivir. Un intercambio. Un cable a tierra. La certeza de que a los lugares los hace la gente. Y, por lo tanto, si ha pasado, fue, pero no por ello desterrar la evocación de cómo fue, ya que no podemos ahogarnos o perdernos para lamentar como náufragos la soledad sin haber intentado salvarnos. Fueron lugares como islas distantes pero cercanas, puertos donde permitirnos entablar amistad, costumbre hecha raíces; poder anclar para siempre liberados y felices aferrados a la vida. De eso, justamente, se trata.