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El enigma de los niños de Banjos

El sorprendente caso, hasta hoy nunca aclarado, se registró en la pequeña aldea española en 1877, cuando luego de desplomarse una ladera de un cerro vecino, aparecieron dos chicos de unos ocho años, que hablaban un idioma que nadie entendía y tenían la piel de un extraño color verdoso.

Por Francisco Villagrán

Especial para El Litoral.

Esta increíble historia comenzó en una espléndida y luminosa tarde de agosto de 1877 en la diminuta aldea española de Banjos, cuando los campesinos que habían estado trabajando desde la madrugada almorzaban frugalmente y, luego, se tiraron a descansar un rato sobre la hierba. Fue entonces cuando un gran ruido retumbó en la tranquilidad de la tarde y en la ladera del cerro vecino, apareció de golpe la entrada a lo que parecía ser una gran gruta, y allí estaban dos niños de unos escasos 8 años más o menos, llorando desconsoladamente y emitiendo frases guturales, en un lenguaje incomprensible para los asombrados campesinos.

Los pequeños, un niño y una niña, se encaminaron lentamente hacia los sorprendidos aldeanos, que observaban atónitos la presencia inesperada de los niños. Las ropas de los menudos visitantes estaban hechas de un material transparente y su piel era de un color verde oscuro. Algunas jóvenes cosechadoras fueron a su encuentro tratando de consolarlos en su llanto. Entretanto, varios labradores exploraron cuidadosamente el interior de la cueva de donde habían salido, como así también los alrededores del cerro, sin encontrar indicios de nada raro.

La extraña pareja de chicos fue llevada a la casa de don Ricardo de Calno, acaudalado terrateniente y juez de Paz de la comarca. Mientras los curiosos se agolpaban en la puerta y ventanas, don Ricardo, hombre culto y polígloto, trató infructuosamente de comunicarse con los pequeños hablándoles en distintos idiomas. Intentó dialogar en inglés, italiano, alemán y hasta en ruso, pero los niños no contestaban a ninguna pregunta y sólo se miraban entre ellos sin reconocer en absoluto lo que le decían. Al mismo tiempo, su esposa y un par de vecinas se esforzaban por ganarse el afecto de los menudos forasteros. Paulatinamente, las criaturas se fueron calmando, pero cuando don Ricardo tomó la mano de la niña y la frotó para hacer desaparecer la coloración verdosa: esta retrocedió aterrorizada y comenzó otra vez a sollozar. Fue obvio que la coloración verdosa era natural en la epidermis infantil. Además, los rasgos de los pequeños, aunque normales, revelaban imperceptibles trazos negroides, sus ojos grises, ligeramente almendrados, escondían una mirada de gran profundidad y belleza.

Los aldeanos depositaron sobre una mesa, frente a los niños, una bandeja con agua y alimentos, pero los niños sólo bebieron el líquido, rehusando tocar el pan, la carne o las frutas, a las que contemplaron durante un rato con recelo. Sus anfitriones descubrieron, dos días después, gracias a los pacientes ensayos gastronómicos de la cocinera, que los pequeños tenían especial predilección por las arvejas, negándose a ingerir cualquier alimento sólido que no fuera esta legumbre. Poco a poco el niño comenzó a dar signos de un gran debilitamiento físico y pese a los cuidados médicos, falleció al mes de la singular aparición. La familia del juez adoptó definitivamente a la niña que, con el paso del tiempo, dejó de ser el centro de la atención  general. Su piel fue adquiriendo un color más claro y meses después, ya sabía suficiente castellano como para explicar su origen y el de su desdichado compañero.

Aparentemente, ambos habían llegado desde un mundo sin sol, donde reinaba una eterna penumbra, en el centro de la tierra. Sin embargo, no lejos de su patria existía un país de luz separado del de ellos por un río ancho y caudaloso. Un día que estaban por allí cerca, escucharon un ruido y quedaron envueltos en una especie de remolino, que los llevó hasta la gruta, donde finalmente fueron encontrados por los aldeanos. La niña murió cinco años más tarde, de muerte desconocida y fue enterrada, por expresa disposición de don Ricardo, junto a su hermano de infortunio.

Esta extraña e increíble historia fue corroborada por numerosos relatos de personas importantes del pueblo, cuyos nombres y cargos constan en los testimonios históricos, que fueron chequeados por algunos investigadores que siguieron a fondo el hilo de esta historia. ¿Es posible que dentro de nuestro planeta exista otra civilización coexistiendo con la nuestra?

Algunos investigadores sostienen que es posible que exista una civilización tecnológicamente superior a la nuestra, que quizás desde hace miles de años esté viviendo en el interior de nuestro planeta, ya que existen testimonios de la existencia de entradas a cavernas o cuevas que serían la entrada al mundo interior. También, hay firmes testimonios de que la Nasa conoce la existencia de grandes huecos situados en los polos y que sistemáticamente los niega, así como la existencia de los ovnis.

¿Intraterrestres? Todo puede ser en el campo de lo desconocido. Este extraño hecho sucedido hace muchos años podría corroborar la teoría de quienes afirman que cuando se produjo la destrucción de la Atlántida, hace unos 12.000 años, un grupo de sobrevivientes se salvaron refugiándose en el interior de la Tierra y hasta hoy siguen allí, poseedores de una súper tecnología, salen cada tanto a la superficie planetaria en los aparatos  que nosotros llamamos Ovnis. En fin, todo puede ser y esta teoría coexistir con la existencia de civilizaciones extraterrestres, provenientes del espacio exterior. Vaya uno a saber…

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