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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La agenda que realmente importa

La mayoría de los dirigentes tiene una natural tendencia a poner una excesiva dedicación en los aspectos emergentes del corto plazo. La ansiedad del día a día los devora y postergan indefinidamente  los grandes problemas.

amedinamendez@gmail.com

Twitter: @amedinamendez

Esta es la famosa batalla entre lo urgente y lo importante. Un clásico que se reedita cotidianamente, no sólo en el polémico mundo de la política, sino también en los ámbitos empresarios, institucionales y en la vida misma. 

Los líderes de hoy no terminan de comprender la significación de sus decisiones y, mucho menos aún, el impacto que tienen cada una de esas determinaciones en la gente que, en realidad, espera bastante más de ellos.

La potencia de los reclamos circunstanciales puede llevar a confundirlo todo. Claro que la sociedad desea que lo que surge en la inmediatez sea debidamente atendido, pero suponer que eso es todo es un grosero error.

Los gobernantes no llegaron a sus cargos para solucionar solamente esos heterogéneos dilemas que se agotan en sí mismos. Han sido elegidos para enfrentar los grandes desafíos de las sociedades a las que representan. Bajo ese esquema, esta región del país tiene una extensa nómina de reformas pendientes en común, con cuestiones estructurales que deben ser revisadas a fondo y sobre las cuales hay que operar con enorme celeridad.

El perfil social de los habitantes de estas provincias, sus atributos culturales, su impronta productiva y su demografía, su clima y ubicación geográfica muestran una serie de coincidencias muy interesantes. Cuando de indicadores socioeconómicos se trata es muy difícil identificar grandes desvíos entre las cifras que pueden exhibir Formosa, Corrientes, Chaco y Misiones. Hay siempre, finalmente, más similitudes que diferencias.

Cuesta demasiado entender cuáles son las verdaderas razones por las que los gobernadores, intendentes y legisladores del nordeste argentino no trabajan mancomunadamente teniendo tantas preocupaciones compartidas.

A estas alturas la integración no es sólo una alternativa inteligente sino que se debería convertir en una matriz imprescindible para optimizar los esfuerzos y disminuir los costos operativos en todos los tópicos abordados.

Pese a esta lógica elemental, la asignación de tiempos de la clase política se desdibuja a diario y termina priorizando aspectos absolutamente irrelevantes y postergando sistemáticamente a los más sustanciales.

Las intrigas políticas y partidarias, las repercusiones mediáticas de cuestiones insignificantes, las infinitas mezquindades humanas y la obsesión por aniquilar críticas hacen que se extravíen las prioridades. Las consecuencias de esa indeseable actitud son múltiples. Así las cosas, los problemas importantes jamás encuentran espacio en la agenda y por ese mismo motivo nunca serán resueltos como la sociedad pretendería.

Casi imperceptiblemente, esta eterna mala costumbre de la política contemporánea mina la confianza de los ciudadanos, abona su eterna resignación y aumenta considerablemente el desprestigio de los dirigentes.

Claro que hay que ponerle energía a las eventuales crisis. No es la idea subestimar estos asuntos que surgen irremediablemente sino, en todo caso, acotar su trascendencia y no perder esa brújula que debe tener un norte.

La región necesita, por ejemplo, resolver sus enormes problemas de infraestructura. Muchos dirán que el Plan Belgrano se está ocupando de eso, pero eso sería sobreestimar la relevancia de este proyecto que tiene una impronta secuencial e incompleta, por lo que debe ser complementado. Pero también existen otras reformas menos impactantes a la hora de los anuncios pero más importantes para cambiar las cuestiones de fondo y en este sentido se está haciendo poco y a un ritmo totalmente inaceptable.  

Provincias y municipios de esta parte del país deben redimensionar el tamaño del Estado, profesionalizar su gestión, modernizar los procesos y reasignar los recursos hacia aquellos rubros que realmente lo ameritan.

La sociedad toda merece ser convocada a una discusión seria para reformar de un modo integral el sistema educativo, judicial y de salud, por sólo mencionar las áreas que requieren transformaciones con mayor premura.

Los resultados actuales, indiscutiblemente, son de baja calidad y quien sostenga que no se precisan estos cambios de raíz no sufre entonces los desbastadores efectos de las malas políticas que perduran por décadas. Lo que no funciona debe ser modificado y lo que no genera satisfacción cívica debe ser revisado. Sólo hace falta que los que perciben esto tengan la vocación e iniciativa suficiente como para ponerlo en el centro de la escena.

Algunos políticos no lo comprenderán nunca porque tampoco tienen la formación indispensable como para encarar estos retos. Ellos viven cómodamente en la medianía y no desean arriesgarse a lo desconocido.

La inercia tradicional de la política los empuja a pensar, exclusivamente, en términos electorales y su mirada está orientada a esa confortable dinámica que disfrutan con más ambición mal entendida que grandeza.

En algunos casos resulta bastante difícil ser optimista. Casi todos los dirigentes de la región están enrolados en esa visión clásica que siente que su rol consiste sólo en administrar lo que ya existe y está a la vista.

Pero, justo es decirlo, algunos otros aún no terminaron de definir su impronta y habrá que otorgarles el “beneficio de la duda” para que puedan sorprender y mostrar si llegaron al poder para simplemente repetir lo de siempre, o pasar a la historia para ser la bisagra hacia el anhelado progreso.

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