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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

“Seis historias grises”

El jueves 3 de mayo, en la Sala Jorge Luis Borges del predio de La Rural en Palermo, tuvo lugar el acto central de Corrientes en el marco de la 44ª Feria Internacional del Libro. Allí, el doctor Gustavo Sánchez Mariño se refirió a la altamente reconocida obra de José Gabriel Ceballos. Lo señaló como “Mozariano”, vinculándolo con el genio de la música. Aquí un extracto de esa presentación, a modo de homenaje para el escritor alvearense. 

Por Gustavo Sánchez Mariño

Colaboración

Especial para El Litoral

 

Me place en esta ocasión referirme a la obra de José Gabriel Ceballos, la que he seguido a lo largo de estos años. En la presentación de su “Segundo fabulario de Buena Vista”, por distinción que mi amigo me hiciera, me tocó explayarme sobre ella. Recordé entonces la famosa frase de Bette Davis, “Old age is not for sissies” –la vejez no es para flojitos- y la apliqué a su obra, advirtiendo que sus relatos mostraban la cruda realidad de nuestro interior argentino, contada en décadas de publicaciones sobre el espacio mítico del cual, según el título de una de ellas, es “difícil salir”. 

Debo decir que, en la perspectiva que le dan estas “Seis historias grises”, para acudir a algún símil cómplice, toda la colección de relatos anteriores, y aún sus novelas, se mostraban decididamente mozartianas. Aceptado está el adjetivo por la crítica musical, y me viene de perlas en la literaria: en cada una de las decenas de sonatas, conciertos, sinfonías, tríos, cuartetos, etc., vemos esa rara cualidad del genio de Salzburgo para desatar una catarata de melodías dulces y plenas de alegría, como si el “divino Mozart” hubiera tenido una estación transmisora de la voz de la deidad y la asperjara sobre el mundo. Y aun así, en cada una de sus composiciones, en el centro de la felicidad sonora, se aparece como flotando sobre ella una llovizna de melancolía, cuando no de franca tristeza. Y también en sus obras más graves, en sus óperas italianas y en su flauta mágica, dentro del gran telón de la picardía y la levedad, salta por ahí una grave sensación de angustia existencial. Y también a la inversa, dentro de los lamentos más dolorosos, vemos surgir algún tonito socarrón, como vemos que en el retrato de Don Giovanni, ese perverso irredento, hay tal complejidad que los críticos todavía discuten si es una ópera seria o buffa. 

Pues bien, creo que todo lo que he leído hasta aquí de José Gabriel ha sido mozartiano. Aclaro que no he leído aún “En la resaca”, que sospecho será el eslabón que marca la mutación. Historias durísimas contadas en clave de humor, como aquella del sepelio del médico del pueblo, personajón de alta alcurnia y respeto, en que el cortejo fúnebre es liderado por las prostitutas del mítico burdel pueblerino, agradecidas todas por los numerosos abortos que el muerto les había practicado durante años. O la historia de Aurorita María, que imitó toda su vida a la actriz Viví Laffont porque le decían que eran parecidas, y fue una comehombres insaciable en el pueblo, lo que destruyó su reputación, para venir a enterarse al cabo de los años de que la famosa Viví había tenido un solo hombre en toda su existencia. Historias decididamente tristes siempre temperadas por algún costado burlón, o historias hilarantes sobre personajes picarescos, condimentadas con alguna frase melancólica que diera cuenta de su verdadero fracaso vivencial. Dije también alguna vez que su obra se parece a esas pinturas del Bosco o de Brueghel, donde pululan miniaturas de seres desamparados y horrendos, junto con campesinos tristes y angelicales, dibujados con trazo perfecto, y que si uno toma algo de perspectiva se advierte el diseño de tapiz total, de panorama. 

Esa clave de grotesco y tragicomedia la he celebrado siempre en Ceballos, puesto que siempre he compartido aquella frase de Simone de Beauvoir, de que escribimos “para que en los lectores no cunda la desesperación”. 

Hasta que me encontré con estas “Seis historias grises”. Acá hay como un regreso a lo primigenio, como un retorno a aquellos tiempos augurales de los griegos en que tragedia y comedia no se mezclaban, en que las máscaras estaban perfectamente dibujadas con rictus de dicha o de dolor. Pero no debe entendérselo como una regresión, como una des-complejización –palabra larga– de la obra del Cabezón. Todo lo contrario, entiendo el camino elegido como una vuelta de tuerca, como el logro de aún otro refinamiento de una mente altamente refinada, que nos da una visión totalmente despojada de burla, o de levedad. La vida acá se torna ominosa, los recuerdos ganan terreno frente a la narrativa del cronista siempre atento a lo que ocurre en la vida de un pueblo de provincia, y la prosa se vuelve íntima, duramente evocativa del paisaje más difícil de narrar, el paisaje retrospectivo de la propia existencia, de las propias obsesiones, de la única materia existencial que podemos llamar nuestra, de la memoria en carne viva. Y el resultado es espléndido. Nuevamente, flojitos abstenerse. 

No creo necesario detallar mis observaciones sobre cada uno de estos seis terribles viajes interiores. Ya los leerán ustedes y sacarán sus propias conclusiones, sobre todo en aquellos en que, con destreza, el autor nos deja final abierto. En esto hay también una vuelta de tuerca a la tragedia pura y dura, pues los dilemas morales irresueltos son, quizá, un fruto de la posmodernidad, y el Cabezón es, acá lo vemos, un hijo –dilecto– de su contemporaneidad. Baste decir que están narrados con maestría, con la delectable morosidad de detalle que nos enseñaba Hemingway, donde frase a frase el autor va construyendo una visión total de los escenarios y en un crescendo arrollador de los personajes en pleno juego. 

Aún así, no puedo no mencionar que el útimo relato, “Lazo de muerte”, es una obra maestra narrativa. Su factura, su manejo extraordinario de las cronologías superpuestas, la nítida animación de cada uno de sus personajes, hacen de él una pieza de antología. Y también, en lo sustancial, me ha traído un acercamiento que creía imposible a una época vivida por el país sobre la que siempre me he preguntado, a un hiato en mi experiencia vital que siempre he querido saber cómo habrá sido. No sé si es autobiográfico, o resumen de experiencias recogidas, tampoco importa: para mí es la respuesta a años de ignorancia y años de ansias dolorosas por esa ignorancia. Creo que es un texto necesario, un sequitur de madurez a tantos años de incerteza. 

También resalto el primer cuento, que es magistral en su desvelamiento gradual de las pistas al lector, con la introducción oportunísima de frases claves que lo llevan, a la Poe, a conformar un cuento perfecto, sin que sobre ni falte una palabra. 

Como han visto, se puede hablar de un libro sin hablar del libro. Eso también lo he aprendido con los años de presentaciones. Ceballos no me perdonaría que arruinara sus magníficos textos con comentarios intempestivos. Las letras correntinas, y las argentinas, le dan hoy la bienvenida a una obra mayor, de un escritor consagrado que nunca deja de sorprendernos. 

Cada libro que se publica enriquece el patrimonio cultural de nuestra provincia natal, que comenzó por estos días su formidable existencia de inquebrantable sobreviviente hace 430 años. Los correntinos sabemos que pertenecemos a una tierra bendecida por Dios con un territorio impresionantemente bello y nos sabemos herederos de una historia rica y apasionada, que siempre estamos aprendiendo a conocer y amar, y que nos transmite ese mensaje de resiliencia y coraje frente a las adversidades que tanto orgullo nos produce. 

Desde el fuerte fundacional de troncos y barro, que prendió como un embrión en aquella jungla hostil el 3 de abril de 1588, pasando por la odisea evangelizadora jesuítica de los siglos XVII y XVIII, regando su sangre por ideales, como los levantamientos comuneros, o en la defensa de la patria grande desde las Invasiones Inglesas. Y luego en las guerras de la independencia, encabezados por el Correntino Mayor, el General San Martín, con sus soldados fidelísimos como el Sargento Cabral y tantos otros que llegaron hasta el Perú luego de la hazaña del cruce de los Andes, y luego dieron sus vidas en las luchas civiles del Siglo XIX, con mártires y héroes como Perugorría, Berón de Astrada o los hermanos Madariaga, obteniendo para el país la Organización Nacional y la Constitución de 1853, con sus sables y también con las ideas progresistas de Ferré. Y también en el siglo XX, en levantamientos como el del Teniente Coronel Gregorio Pomar, insigne repúblico que buscó la reinstalación de la democracia interrumpida por golpes militares. Y más cerca en el tiempo, con la sangre correntina derramada nuevamente en el suelo patrio de las Islas Malvinas, donde descansan muchos de nuestros soldados heroicos. 

Es por eso que nos llena de orgullo pertenecer a esta comarca venturosa,  llena de  memoria, pero también preñada de promesas, viviendo en paz social y con instituciones consolidadas, a la que llamamos nuestro hogar.  

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