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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La soberbia de seguir jugando con fuego

La campaña electoral invita a los candidatos a tomar posiciones que ayuden a sumar votos. La gravedad de la situación económica y sus obvias derivaciones institucionales deberían llamar a la reflexión a todos los protagonistas. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

A medida que se aproximan las instancias cruciales que definirán quienes detentarán en el próximo mandato el poder, los principales adversarios fijan estrategias que les permitan capitalizar al máximo sus posibilidades.

Los que sienten que la chance se les escurre entre los dedos asumen mayores riesgos y apuestan lo que les queda para revertir esa tendencia que consideran muy difícil de remontar sino patean el tablero pronto.

Del lado de los que piensan que el partido está casi ganado la actitud es exactamente la opuesta. Saben que deben arriesgar poco y evitar cualquier acción que amenace con perder esa significativa ventaja.

Ambas dinámicas generan potentes efectos en el mundo real. Mientras los actores centrales se miran el ombligo y solo se obsesionan con lograr el triunfo, la sociedad va camino a ser la víctima de sus perversas andanzas.

Quienes consideran que en este último tramo del trayecto hacia las urnas necesitan desesperadamente acortar esa virtual distancia que los separa de la eventualidad de retener el mando, están dispuestos a casi todo.

Es por eso que han empezado no solo a implementar decisiones muy peligrosas, sino que han lanzado inviables propuestas, que no solo constituyen un delirio, sino que condicionan el futuro mediato e inmediato.

Vienen comprometiendo, cada vez más y sin criterio alguno, al ya destruido presupuesto estatal con pretendidas ideas redistributivas que cautiven a los incautos votantes, incrementando así el pesado e incontrolable déficit.

El impacto de corto plazo no sería tan considerable y hasta podría pasar desapercibido, pero los operadores del sistema entienden perfectamente las inevitables consecuencias de este tipo de retorcidas determinaciones.

A quienes están acostumbrados a leer la realidad entre líneas, a los especialistas en interpretar los hechos del presente, esta clase de medidas dadivosas, tan grandilocuentes como populistas, los asustan y con razón.

No se trata ya de la forma en que lo asumen sino de cómo esas posturas generan movimientos económicos nocivos para la sociedad que influyen intensamente y reducen todas las probabilidades de una reactivación.

Ni hablar de esas promesas a futuro que se vienen recitando de cara a lo que viene. No solo será imposible hacerlo en la práctica, sino que confirman que quienes pretenden gobernar son unos verdaderos insensatos.

Paradójicamente, los naturales retadores, es decir, los que debieran provocar al oficialismo, ante la inminencia de un triunfo que sienten cada vez más cerca, han optado por recorrer un sendero de mayor prudencia.

No quieren decir ni hacer nada que pueda perturbar demasiado ese fabuloso escenario actual que perciben como inmejorable respecto de sus aspiraciones y que parece, a priori, favorecerlos contundentemente.

El problema de fondo es que esa cautela que resulta, en principio, adecuada y oportuna desde lo electoral trae consigo repercusiones perjudiciales para la macroeconomía que no son neutrales ya que la expectativa de definiciones es gigantesca y se precisan señales claras para esta transición.

El mundo no se detiene frente a estas nimiedades de la política doméstica y los tiempos de las candidaturas no son necesariamente los de la economía, esa que preocupa a todos los sectores sociales transversalmente.

Un horizonte mucho más complejo que el que se vive se avecina. No es preciso ser expertos para comprender que este coctel es explosivo y que la embarazosa coyuntura ofrece perspectivas bastante nefastas.

Hoy la gente padece cotidianamente el esperable desenlace de la interminable serie de inocultables desaciertos que se han cometido secuencialmente en materia de decisiones públicas a lo largo de décadas de mediocres gobernantes y repetidas ideas empíricamente fracasadas.

En ese contexto, un grupo de inescrupulosos políticos que pretenden ser los representantes de la comunidad siguen jugando con fuego deteriorando aun más la delicada circunstancia que los ciudadanos sufren sin atenuantes.

Mientras unos apelan al fantasioso alegato de las supuestas transformaciones que no supieron ni quisieron instrumentar, los otros navegan con paciencia las confortables aguas de la ambigüedad crónica que los transporte hacia esa victoria que tan mezquinamente los entusiasma.   

La sociedad no es, en este confuso y denigrante episodio, un mero espectador indolente. No puede aducir, como argumento, su infantil inocencia frente a tanto desmadre sin tomar nota de lo que ha avalado.

Todos han participado en la conformación de estas cuestionables reglas y se han ocupado, por acción u omisión, de sostenerlas hasta hoy sin tener el suficiente coraje para demandar con firmeza urgentes modificaciones.

La irrefrenable inercia y la proximidad temporal de los comicios hacen que nadie pueda evitar este desgaste progresivo que colocará al país en una situación mucho mas frágil que la imperante.

El margen de error es muy bajo y será difícil esperar grandes milagros de la mano de tantos inimputables. Son esencialmente unos impresentables con una inexplicable cuota de poder que han capturado con enorme picardía.  

La única esperanza que queda es imaginar que cuando el turno electoral se haya superado y deban gobernar, tendrán una ventana de oportunidades muy breve e irrepetible que deberán aprovechar para hacer lo correcto.

No lo harán por convicción, sino por conveniencia, o tal vez solo porque no les ha quedado otra alternativa mejor que esa ante la cercanía de la llegada de flamantes calamidades mayores que podrían quitarles el anhelado poder.

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