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Cómo ganar las elecciones

Por Diego Dalman

Publicado en infobae.com

Las empresas y los políticos nos interrumpen a toda hora. En un día normal estamos expuestos a entre 4.000 y 10.000 publicidades por día. Por pura supervivencia, desarrollamos una habilidad para ignorar estos mensajes y marcas. ¿Cómo trabajan los líderes y empresas exitosas para atravesar esta muralla que construimos y generar un impacto en nuestras vidas? ¿Qué hacen para que los elijamos entre miles de opciones?

Por mucho tiempo, las empresas hicieron productos promedio para el consumidor promedio: allí estaba el mercado más grande. En el mundo a. I. (antes de Internet), simplemente se publicitaban estos productos en TV y la gente no tenía cómo escapar: había que mirar los comerciales. Comprábamos lo que nos mostraba la pantalla.

Hoy esta estrategia ya no funciona. En un diálogo imaginario con los gurúes del marketing de las grandes corporaciones, simplemente les diríamos que tenemos muchas alternativas y poco tiempo, “por lo que no conozco tu nuevo producto, nunca vi tu comercial online y, francamente, no me importa”.

Seth Godin propone una solución: sé extraordinario. No hagas más productos promedio. No nos prometas lo que prometen todos -jefes de campaña, atentos-. Hacé algo que sacuda a la gente, que genere un impacto. Algo original, algo salvaje, algo que llame la atención y nos deje una marca. Algo que nos haga hablar. “Lo más riesgoso que podés hacer ahora es ir a lo seguro”. En la campaña política lo vivimos a diario: bien o mal, solo hablamos de dos candidatos. El resto de las “marcas” pasaron a un segundo plano. Lo mismo ocurre con los productos que elegimos día a día. Piensen en una marca de café. En una de celulares o computadoras. En una empresa de software. Sin ser Tusam o el mago Jansenson, casi puedo afirmar que esas marcas son Starbucks, Apple y Microsoft. 

¿Cómo lo logran? ¿Cómo se diferencian del resto? En un mundo en donde todo se copia, donde todo se puede fabricar más barato en China, el diferencial está en lo intangible, en lo que no podemos ver. Los líderes y empresas modernas compiten en el terreno de la marca y la reputación. Se preocupan por construir lazos emocionales con los consumidores.

¿Qué sentís cuando pensás en Disney? ¿Qué recuerdos vienen a tu cabeza? Tal vez una lágrima viendo Bambi o El Rey León. O un momento con tus padres o tus hijos donde fuiste feliz. Puede que rememores un viaje único. Cantes la canción de Aladdin hasta el cansancio. O sigas buscando a Nemo. Las grandes empresas saben cómo conectar con nosotros.

En tiempos de Inteligencia Artificial, e-mails, herramientas de productividad, planillas de Excel, gamers, robots, celulares y geolocalización, el diferencial está en el contacto humano. En los sentimientos. En los valores compartidos. En lo extraordinario. Y cuando los líderes y las empresas lo entienden y son consistentes en el tiempo, construyen su reputación.

No es casualidad: las organizaciones más admiradas del mundo son las que más facturan. Los empleados quieren trabajar allí. Los inversores compran sus acciones. Los bancos abren sus chequeras. Por el contrario, una empresa con mala reputación espanta a todos, nadie se le quiere acercar.

¿Quién desea hospedarse en un hotel que trata mal a sus huéspedes? ¿Quién quiere trabajar en una compañía en la que los colaboradores sufren? Es por ello que la reputación empieza por casa. “Los clientes solo amarán a una organización si los empleados la aman primero”. Y aquí deberíamos hablar de liderazgo. Pero esa es otra historia.

Como en toda primera cita exitosa, una dosis de suspenso es necesaria. Se trata de conectar y dejar con las ganas de algo más. El objetivo es que te vuelvan a elegir. Hasta el próximo artículo. O la próxima elección.

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