Tropezón cualquiera da en la vida. Lo expresa un dicho popular. Pero cuando es a uno al que le toca…
Me sucedió en la histórica ciudad de San Lorenzo, frente al río Paraná. Vestido con ropa deportiva caminaba haciendo footing en un paseo ribereño. Mientras, iba escuchando en mi pequeña radio un programa periodístico. Eran las 6 de la tarde aproximadamente.
Tan pendiente estaba de lo que escuchaba, que no advertí la parte saliente de una baldosa. Al instante, ya estaba desparramado sobre el pavimento.
Justo pasaba por ahí una joven mujer, alta y delgada, prendida a sus auriculares. Al verme caído se apresura a socorrerme. Como todavía dispongo de fuerzas suficientes, me siento en el piso. Ella, toda afligida, me pregunta si me lastimé. Le agradezco su gentileza y le digo que estoy bien.
No obstante, viendo un viejito en el suelo, la chica se ofrece a darme, literalmente, una mano para que yo me pueda incorporar. Otra vez le agradezco, pero sugiriéndole que no lo intente, por razones “de peso”.
Ella insiste en probar. Como quedaba mal que no aceptara su gentil invitación, los dos nos aferramos de la mano, mientras yo con la otra trataba de hacer palanca en el piso. ¡Inútil esfuerzo! Al instante ella se da cuenta de que terminaría cayendo encima mío.
Por suerte tuvo la precaución de soltarme, preguntándome si podría hacerlo solo. De hecho, con cierta lentitud, pude incorporarme. Le pregunto su nombre. Se llama Bettiana. Agradezco su gesto de bondad, y ella sigue su camino. Yo el mío.
Mientras terminaba de reponerme, con algunos ligeros raspones en las rodillas, me quedé pensando si ella se hubiera caído encima mío. Escena muy poco recomendable: ¡una joven mujer tirada sobre un cura en plena vereda! Para colmo ese romántico lugar junto al río es llamado, por razones obvias, “villa cariño”…
Gracias por la sonrisa.
¡Hasta mañana!¡Hasta mañana!