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Soberanía e integración se potencian entre vecinos

Por El Litoral

Domingo, 21 de diciembre de 2025 a las 19:54

#Frase | “Las verdaderas amenazas a la soberanía sudamericana no son los procesos de integración, sino las guerras, las fuerzas antidemocráticas y el crimen organizado”. (Lula da Silva, Iguazú, Mercosur, 20 de diciembre de 2025).

Esta frase invita a pensar la soberanía desde una clave menos defensiva y más estratégica. Soberanía e integración no son conceptos opuestos: bien entendidos, se fortalecen mutuamente.

Integrarse con los países vecinos amplía la escala económica, mejora la competitividad y refuerza la capacidad de decisión de cada Estado. Pero esa integración no puede ser superficial o “light”. Debe ser profunda, inteligente y sostenida en el tiempo.
La experiencia del Mercosur muestra con claridad tanto sus logros como sus límites. La integración no es magia: reduce aranceles, facilita el comercio y genera beneficios rápidos. El arancel externo común —aunque imperfecto— permitió crear un espacio económico compartido. Sin embargo, coordinar políticas económicas, fiscales y financieras es mucho más complejo. Por eso el Mercosur nunca logró pasar de una unión aduanera imperfecta a un verdadero mercado común, y mucho menos a una integración monetaria. Inflaciones dispares, endeudamientos asimétricos y crisis recurrentes de balanza de pagos volvieron inestables a los socios.

La integración mejora la escala, pero no resuelve por sí sola los problemas estructurales de cada país. Cada Estado debe hacer su tarea: instituciones sólidas, justicia independiente, manejo responsable de la deuda y políticas de desarrollo interno.

También hay una lección poco asumida: los procesos de integración mal diseñados generan desigualdades internas. El paradigma de los años noventa —Menem y Collor de Mello— aceleró el comercio, pero produjo un “Mercosur de dos velocidades”. Las grandes áreas metropolitanas se fortalecieron, mientras que las regiones menos desarrolladas quedaron rezagadas. La dinámica económica es clara: sin políticas compensatorias, la integración enriquece a los ya enriquecidos. Por eso son indispensables fondos de cohesión social y mecanismos de equilibrio regional.

El desafío es doble. Integrar a los países entre sí, pero también integrar los territorios dentro de cada país. No hay integración regional exitosa con fragmentación interna. Este escenario se vuelve más complejo en un mundo donde lo comercial quedó subordinado a la geopolítica. El auge de nacionalismos defensivos y soberanismos aislacionistas —especialmente en Europa y Estados Unidos— debilita los procesos de integración y reactiva guerras comerciales. Donald Trump simboliza esta etapa: la potencia dominante en declive frente al ascenso de China, tal como analizó Paul Kennedy en Auge y caída de las grandes potencias.

La Unión Europea, modelo histórico de integración, atraviesa hoy una crisis profunda. Gobiernos euroescépticos fragmentan la acción común y reducen su peso estratégico. Europa sigue siendo fuerte en lo comercial, pero en una era de “poder duro” carece de cohesión política. Su distanciamiento de Estados Unidos es crisis, pero también oportunidad: el mundo se encamina de un esquema bipolar a uno multipolar.

La historia enseña que los grandes espacios integrados no nacen solo por razones económicas. Estados Unidos comenzó como una unión aduanera de trece colonias y se expandió por guerras, compras y anexiones hasta convertirse en una federación de cincuenta Estados. Alexis de Tocqueville ya advertía en La democracia en América (1835) sobre esa lógica expansiva. Europa, por su parte, inició su integración tras la Segunda Guerra Mundial por una razón geopolítica central: evitar nuevos conflictos entre enemigos históricos frente a la amenaza soviética.

El Mercosur, en tiempos de crisis global, necesita relanzarse. No solo como acuerdo comercial, sino como un proyecto estratégico. Retomar el espíritu de los protocolos Alfonsín–Sarney: integración energética, nuclear, científica, tecnológica, industrial y ahora también en la sociedad del conocimiento y la inteligencia artificial.

En este marco, no es un dato menor que el Mercosur cuente con una cláusula democrática. Para integrar el bloque —y también para permanecer en él— es condición esencial el respeto al orden democrático. No se trata de una formalidad: la ruptura del sistema democrático constituye causal de suspensión o exclusión. La integración regional no es solo comercio; es también un compromiso político con la democracia, el Estado de Derecho y la convivencia institucional.

Noel Eugenio Breard – Senador Provincial UCR.

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