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La mentira tiene patas cortas

Los dichos populares son contundentes. Se aplican y replican.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral.

Esta frase archiconocida que nos machaca hace tiempo, no parece original pero sin embargo cobra vida tarde o temprano. Perdón: ella siempre está pero no la tenemos en cuenta. Alguna vez mi madre -ellas que tienen la receta para todos nuestros males cuando aún niños-, me dijo: “La mentira tiene patas cortas”. Me acababa de sentenciar con algo inexorable. La mentira, que poco dura, y cuando aflora, la condena es inmediata.

Sin embargo, una y otra vez la utilizamos por costumbre. Supuestamente nos tomamos el trabajo de “esmerilar” la verdad, la rebajamos en su sentencia, la atenuamos para que sea menos cruenta, pero nos enterramos ante los demás y la conciencia pierde rigor de autocrítica.

En este país, con eterna vocación europeizante a pesar de ser latinoamericanos, negar la verdad es deporte nacional, bien aceitado y practicado por todos de una u otra forma. El país es una negación de lo que debiéramos ser, sin embargo la condena nunca cae porque la política puede más que nada, muchas veces ejerciendo poderes que no le corresponden. 

Todo lo que decimos y hacemos se contrapone a lo justo y conveniente. Hoy, más que nunca, caemos una y mil veces en el mismo pozo y a pesar del alto costo económico, social y político, lo practicamos nuevamente como si nada, cayendo libremente en picada, porque a ese pozo ya lo conocemos.

Hay miles de ejemplos que la “mentira de patas cortas” resguarda como primer alivio, ya que pronto la verdad asomará desplazando, desdibujando el camino real, para chocar estrepitosamente sin remedio alguno.

Siempre pienso en el alma mater de Apple, computadora de la manzanita, la del  joven americano Steve Jobs que movió y revolucionó la industria y sus dichos finales, para cubrir imposibles récords que marcaron una realidad sin amagues para obtener resultados: “La única forma de hacer un gran trabajo, es amar lo que haces”. O esta otra que muy pocos argentinos lo hacemos por costumbre, grabada por los padres y la lógica personal del buen ciudadano: “Nunca darse por vencido. Nunca aparentar. Nunca mantenerse inmóvil. Nunca aferrarse. Nunca dejar de soñar”. Porque también los sueños tienen la idealización y la misión de poder hacer verdad otra realidad, no la simple y pendular que siempre hace el mismo recorrido, cayendo al final de ello. Lo malo de la mentira no es solo mentir a los demás, sino mentirnos también a nosotros, porque de tanto hacerlo la costumbre forma parte de nosotros mismos.

Podemos aplicar, tal vez, la palabra de un teólogo llamado Reinhold Niebuhr, que refiriéndose a algo más profundo nos señala el camino perdido que nos puede ser útil: “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las cosas que no puedo cambiar y la sabiduría para conocer la diferencia”. Encontrar esa diferencia que nos aparte, que nos haga aprender, posibilitarnos el camino a casa, de ese gran país que alguna vez fuimos.

Y están en las buenas palabras, en la sinceridad y el compromiso de asumirlas tal cual cada una representa. En el consenso, en el intercambio de ideas y en la coincidencia más allá de banderías, marchitas, consignas, en la práctica de una excelente política desposeída del populismo demagógico. Sino gente pensante sin extras ganancias personales de cada una de ellas, porque de lo contrario estamos cayendo en lo mismo. Para lograr ser un país confiable que recuperó la verdad, se despojó de todo lo malo, reivindicando a quienes fueron ejemplos y no solo pancartas sin alma ni verdad. El relato casi siempre tiene mucho de ficción.

Si bien Estados Unidos últimamente ha dado ejemplo de lo que no debe hacerse: apelar al fraude por negar la victoria del oponente. Alguna vez un presidente que tampoco ha sido un ejemplo inmaculado, George Bush padre, al perder frente a un joven Clinton, le expresó masticando la derrota pero siendo respetuoso: “Te deseo lo mejor a ti y a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito del país. Tienes todo mi apoyo”. Nadie dice que no haya estado en el mayor grado depresivo, pero dio muestras, aunque sea forzadamente, de lo que debe ser la democracia y el respeto y el reconocimiento hacia el otro. 

Son muestras simples de lo lejos que vamos en nuestro accidentado derrotero, a los tumbos y sin rumbo determinado. Es más, es como si la mentira alimenta y forma parte nuestra, aunque puteemos después a sabiendas de que antes ya sabíamos en qué terminan todos los proyectos gubernamentales, en “volver a empezar” con el daño y nuevamente un paso para atrás con más pobres y una moneda que en los últimos años no tiene valor alguno.

Decía, es como si la mentira, aunque en falta, a los argentinos nos apasiona. Es muy similar al quehacer amoroso de ese hermoso bolero que aunque le mienten y lo sabe, muere por su pasión, cuya autoría pertenece al mejicano Armando “Chamaco” Domínguez: “Miénteme”, que lo cantara con mucho éxito el argentino Roberto Yanés. “Voy viviendo ya de tus mentiras / Sé que tu cariño no / es sincero. / Sé que mientes al besar / Y mientes al decir ‘te quiero’ / Me conformo porque sé que pago mi maldad de ayer. / Siempre fui llevado por la mala / Es por eso / que te quiero tanto. / Más si das a mi vivir / la dicha con tu amor fingido / Miénteme una eternidad / que me hace tu maldad, feliz”. Se da todo como en la política para caer en la mentira, pero como el bolero, parece ser, aunque su doloroso costo nos destroce, que nos apasiona y la estimulamos por encima de la verdad, aunque tenga patas cortas.

Es que nuestros representantes no tienen esa luz particular que confiere respeto, que distingue a esos seres humanos de excepción, como lo acentúa en una poesía, “Un mar de fueguitos”, el uruguayo Eduardo Galeano, que no tiene nada que ver con lo político, pero cuánto de cierto contiene: “Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran mi queman; pero otros, otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciente”. Esas son las personas que nos hacen falta, que las hay, las hay, pero no quieren ser parte de la mentira, como quienes la ostentan como ariete victorioso. 

Aprendamos la lección de una vez por todas. La idoneidad. La gestión. Son atributos que no abundan pero resultan imprescindibles, más cuando la mentira es una repetición más de nuestra historia y significa caer nuevamente en el mismo “pozo”.

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