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Amigo mío

La música es la más tierna amistad. Allí conviven los amigos que como ella vivifican nuestra existencia. Y cuando ya no estamos, la amistad vibra por siempre.

Por El Litoral

Domingo, 01 de marzo de 2020 a las 01:00
Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Amigo mío si esta copla 
    [como el viento,
adonde quieras escucharla 
    [te reclama,
serás plural, porque 
    [lo exige el sentimiento
cuando se lleva a los amigos 
    [en el alma.

Alberto Cortez, el hijo de Rancul, La Pampa, supo de amigos, integró de entre casa el grupo folklórico Los Andariegos, cuando hacía la secundaria en San Rafael, Mendoza, ya que su padre, ante la invitación de Ritro para acompañarlos en la aventura del canto, le dijo: Alberto, termíname primero la escuela. Más grande y probando suerte, dejando atrás la Facultad de Derecho en Buenos Aires, obtuvo el privilegio de ser el cantante de la famosa Jazz San Francisco, mucho antes de asentarse y triunfar en Europa. Pero, lo que uno comprende y atesora no es solo el amor por la música, sino su inspiración poblada de hermosas palabras, grandiosas melodías y los amigos habitando de luces sus recuerdos, cuando emotivamente los nombra también  en “Cuando un amigo se va”, o en el precioso “A mis amigos”, que los reúne a todos sin nombrarlos uno por uno. Pero allí están. Alegres y emocionados. Hermanados en un abrazo total sin que nadie quede afuera.
Vengo de una generación hecha de radio. Todos los artistas pasaron por ella. Toda la música vestida de gala. Como cuando Antonio Carrizo y “Blackie” Paloma Efrom actuando como traductora, presentaban a Nat “King” Cole en la Argentina. La música lo era toda: Jazz Casino con la voz de Héctor Juncal y el Trío Bambi. Eugenio Nóbile y su Orquesta Panamericana. Oscar Alemán entre tantos. Pero no solo jazz o tropical, toda ella: tango, folklore, clásica, de película, etc.
Era muy pequeño, pero mi abuelo “El Tano” Balduino procedente de Génova, en algunas celebraciones familiares, con buen vino y conmigo en su regazo ensayaba a pura voz alguna canzoneta, o por qué no La Traviata o Tosca, cobraban brillo con honda melancolía por el país lejano. Ya de adolescente, con la barra de amigos, influenciados por el jazz que veíamos en el cine o escuchábamos por radio, intentamos varios grupos orquestales y vocales, con aprendices de músicos que fueron amigos del alma: Yayo Falcón, clarinete; Amílcar Blanco en batería; Alberto Cejas, Agrelo o Raúl Klein en piano; Miguel Angel Encinas en contrabajo. Nos arrogábamos siendo muy precoces, ser representantes de la Escuela Regional, ya que cursábamos los primeros años de secundaria. Yayo creció, fueron otros más profesionales, quienes luego lo acompañaron, pero mi locura por la radio hizo de mí finalmente su presentador. Felizmente he conocido a grandes músicos que fueron amigos, como Pocho Roch, Aníbal Romero “Romerito”, baterista; Japonés Vargas, trompetista, mucho más tarde a su primo Lito Vargas, saxofonista y profesor de varios institutos. Noly Palma, vibrafonista; Johnny Alegre, guitarrista. Carlitos Maciel, Rako Vallejos; Tocho Molina, gran bajista; Osvaldo Kundinsky, baterista moderno; el gran cantante Guaro Acosta. Muchísimos correntinos que descollaron y fueron éxitos, llegando a artistas notables como el saxofonista Jorge Anders, Horacio Larumbe, los queridos Opus Cuatro que tuve el privilegio de presentarlos dos veces en Corrientes. Otros tan importantes como Gringo Sheridan, Nini Flores, Cacho Saucedo, voz del Cuarteto Santa Ana. Mi actividad radial me permitió conversar con todos, departir de mil temas. Pero los amigos y la música en mí siempre se han llevado muy bien, compatibles, la mayoría de las veces coincidentes.
Cuando uno hace nombres, uno teme olvidarlos o dejarlos afuera porque ya fracasa la contabilidad y el espacio disponible, pero ello, de ninguna manera significa no tenerlos en cuenta, no haber gozado con ellos la buena música que es una corriente refrescante de amistad, fiel y nítida. Fuerte, muy fuerte que no importa el nombre, sino los buenos recuerdos tejidos en conversaciones, en coincidencias, en elecciones, en los silencios y la algarabía.
Hay uno de mis tantos amigos con quien tengo el placer de conversar telefónicamente cada domingo después de mi audición radial, que fuimos compañeros de trabajo y mucho antes por ser menor que él, me hacía eco de los comentarios periodísticos que daban cuenta de su gran capacidad deportiva para jugar el básquetbol copiando jugadas de los gloriosos Glober Trotters de EE.UU., militando en el mítico Club Hércules. Me refiero a Rubén Rito Frías “El hombre goma” como lo apodaban, por su gran elasticidad. Siempre le digo: cómo andás Rubén, y él con esa chispa y swing que siempre lo caracterizaron, me responde: …un poco triste, porque juego a pleno, me desmarco, cruzo toda la cancha y cuando ya estoy próximo a la bandeja dispuesto a encestar, miro atrás y ya no queda ningún compañero. Estoy sólo en la inmensidad del estadio. Con  su clásica ironía, me está diciendo que está triste, porque todos quienes fueron ya no están, han superado la vida convertidos en amigos eternos del alma. A mí, o a todos de alguna manera nos ocurre igual, la soledad de pronto que se lleva amigos sin aviso previo. La música no me falta porque es mi combustible y todos los días trato de “cargar el tanque” de los recuerdos, escuchando a las grandes bandas, Sinatra o Bennett despuntando la nostalgia, Los Huanca Hua hablando de la capacidad creativa del Chango Farías Gómez. O, bien, recordando con quien nos encontrábamos en el diario callejear y por los menos 2 horas las destinábamos a recordar temas e intérpretes. Él también como Cortez vino de una familia musical de Santa Rosa, La Pampa. Los De Biassi: Orlando, el gran profe; Ercole, fagot y saxo, ex integrante de esa orquesta de jazz dirigida por Alfio Gusberti que tocaba en LR3 Radio Belgrano de Buenos Aires, La Armony Club. Y, el “pequeño” y buen mozo, simpático, querible Rubén De Biassi, trompetista en la banda del Regimiento 9 de Infantería, en la Banda de Policía de Corrientes, en la Banda Municipal de Resistencia, y en la recordada orquesta de Eduardo Gioffre en la que también militaba como cantante Ernesto Dana.
Cuesta pensar que ya no está. Rubén actuó acompañando a otros músicos en mi programa radial que emitía los días domingos desde el Café del Sol, de calle La Rioja. Es como dice Rubén Frías, llegar hasta abajo de la bandeja y no tener a la pieza fundamental para anotar un doble porque todos se fueron yendo. ¿Con quién conversaré ahora, reflotando esos buenos recuerdos que hicieron a la música argentina que la radio y el espectáculo en vivo permitían disfrutar?  No podemos prescindir de la música que es amiga porque es buen motivo para sentirnos vivos, bien lo plantea Alberto Cortez en su tema “A mis amigos”, nostálgica y profunda. Que a pesar de todo, siempre florece en el merecimiento del recuerdo, en el respeto de una amistad hecha a fuego, fortalecida por valores y principios.
“Un barco frágil de papel, / parece a veces la amistad / pero jamás puede con él / la más violenta tempestad / porque ese barco de papel, / tiene aferrado a su timón / por capitán y timonel: / un corazón.” /

El dato

No podemos estar sin ella porque conforman la sinfonía que dan valor y certeza a la vida, ayer, hoy o mañana.
 

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