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El cíclico dilema del exilio

Es un interrogante sin respuesta definitiva. Patriotismo y desesperanza son algunos ingredientes de esta compleja determinación. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

No se trata de un intríngulis generalizado. Al menos no por ahora. Sin embargo, cada vez con más fuerza se aborda esta temática. Los paranoicos de siempre dirán que es una arista irrelevante pero quizás valga la pena debatir sobre este fenómeno y entender lo que está pasando.

Atribuir esta dinámica solo al gobierno actual sería caer en un peligroso reduccionismo. La nómina de responsables de esta situación es bastante más extensa e involucra a casi todos los sectores de la comunidad.

En variadas instancias del devenir institucional del país, los ciudadanos tuvieron que emigrar. Casi nunca ocurrió en un entorno amigable y como producto de tentadoras ofertas, sino como corolario de las crisis locales.

En algún momento la política marcó esa impronta, luego fue el turno de la insoportable violencia y después llegaron las debacles económicas conjugadas con la ausencia de un universo de expectativas positivas.

No se debe caer en la trampa de etiquetar ni a los que se van ni a los que se quedan. Son valoraciones siempre personales y por lo tanto inobjetables. Cada individuo debe analizar su propio contexto, disfrutando de los beneficios de sus aciertos o pagando por sus errores.

Irse o quedarse es una disyuntiva dramática. Para la mayoría de la gente no es un problema porque jamás se lo ha cuestionado siquiera, pero para aquel que se lo ha planteado en profundidad, ese instante se convierte en un episodio estresante que genera innumerables angustias.

Podría suceder en cualquier época y no precisamente por los inconvenientes de la cotidianidad local, sino simplemente porque emerge una oportunidad interesante que amerita ser examinada responsablemente.

La novedad contemporánea es que a lo largo de los últimos años se ha ido gestando una suerte de decepción crónica que nace de los repetitivos tropiezos y de la fuerte sensación sobre la inviabilidad de este modelo.

Alguien podrá decir que esta tesis es totalmente subjetiva y claro que tendrá una cuota significativa de razón.  Después de todo, las opiniones son siempre vertidas desde una perspectiva individual y no colectiva.

Lo que tiene parámetros de certeza es que este territorio dejó de ser lo que fue. Ya no es ese oasis al que millones de inmigrantes deseaban llegar para desarrollar aquí sus sueños incumplidos. Los números son abrumadoramente categóricos. Argentina dejó de ser uno de los lugares preferidos del planeta como lo era hace un siglo atrás.

Por el contrario, en diferentes oleadas y por diversos motivos miles de habitantes de aquel “paraíso” de sus ancestros emprendieron el viaje que les permitiría construir su destino fuera de aquí. Algunos pocos regresaron. Los más lograron el cometido y se instalaron lejos para siempre.

Hoy los condimentos son otros. Con el regreso de la democracia se abrió una gigantesca esperanza. Todo sería mejor y el país se convertiría en una potencia. Eso finalmente no ocurrió y los lustros transcurridos no solo no han sido suficientes para conseguir el progreso, sino que se han constituido en un inaceptable círculo vicioso del que no se termina de salir.

A pesar de los favorables vientos de cola internacionales que se tuvieron en toda la región y de las inmejorables condiciones autóctonas no se aprovechó esa ventaja relativa para dar el salto y superar el estancamiento.

Los cambios de gobiernos trajeron una ilusión en parte de la ciudadanía que anhelaba abandonar la patética inercia reinante. Eso no solo que no sucedió, sino que puso en duda la capacidad de hacer grandes avances.

La frustración de cada etapa cerró un ciclo para muchos. Parece que ya no depende de quienes gobiernen, ya que la gente no quiere implementar transformaciones y sin ellas es imposible soñar con un mañana venturoso.

Bajo ese panorama, hoy, miles de jóvenes meditan acerca de la probabilidad de expatriarse e iniciar un nuevo recorrido fuera de su país. Tienen un largo trayecto por delante y están dispuestos a empezar de cero.

En el pasado, cuando se pensaba en alternativas para prosperar la referencia obligada era Europa o América del Norte. Hoy, la novedad es que para esa ecuación han surgido otros horizontes más cercanos como Uruguay, Paraguay, Brasil o Chile que aparecen como variantes muy atractivas.

Las generaciones previas, la de sus padres y abuelos, desearían hacerlo, pero sus dudas son infinitas porque hay mucho más por sopesar. Comenzar de nuevo siendo adultos mayores no parece tan tentador y conlleva riesgos desproporcionados.   

No hay receta única para esta difícil decisión. Cada cual debe analizar su presente y proyectar su porvenir. A estas alturas lo innegable es que el exilio es una posibilidad que muchos consideran y hacerse los distraídos sin tomar debida nota de lo que acontece no ayuda a revisar el rumbo.

Se podrá seguir indefinidamente en este eterno “status quo”, pero habrá que estar dispuestos entonces a aceptar, con enorme dolor, que miles de los nuestros sigan buscando su futuro lejos de esa patria que aman.

Va siendo tiempo de reflexionar, sin falsos ideologismos, sobre las verdaderas consecuencias que trae consigo la cobardía de una sociedad mediocre incapaz de enfrentar este desafío vital con la sensatez necesaria. 

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