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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

De grasitas y petiteros

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

 

“El frente es con todos, también con nosotros, nuestra voz tiene que estar ahí adentro”

Amado Boudou, acto del 17 de octubre

Que sea el ex vicepresidente de la Nación, Amado Bodou, el mismo que hoy goza de libertad condicional en el marco de cumplimiento de una condena por el caso Ciccone, el portavoz de reclamos en el movimiento político del presidente y la vicepresidenta de la Nación y en su gobierno, es todo un símbolo, una muestra de las tensiones internas dentro del movimiento oficialista.

A decir verdad, no quedó del todo claro el alcance de la representación que invocaba Amado al decir “también con nosotros”, algunos especulaban que se refería al kirchnerismo duro de Hebe de Bonafini, Luis D’Elía, Roberto Baradel, otros en cambio que involucraba a todos los procesados por la “justicia macrista”.

Aunque la mayoría opinaba que estaba referido a los que oficiaron de “patos de la boda”, los que ya recibieron condenas, los que no tienen la misma suerte de Cristina y de sus hijos, ni el mismo escudo legal, cómo el propio Bodou, Julio De Vido, el “bolsero” José López, el “transportista” Jaime, el “empresario” Lázaro Baez, Milagro Sala, entre otros.

El festejo del día de la lealtad peronista en la Plaza de Mayo no tuvo, como era de esperarse, los condimentos de unidad. Pareció un acto de la oposición, reclamándole a viva voz a su presidente que, cómo es de su genética, convocó a la plaza pero no concurrió, asustado por las críticas que recibiría.

Bajo la consigna del no pago de la deuda al FMI, Hebe de Bonafini, Boudou y Baradel, recordaron a la lealtad peronista con discursos antigobierno, su propio gobierno, el de su palo político.

No extrañaron las palabras del condenado ex vicepresidente, que parece hoy tener una enfermedad contagiosa para muchos, incluso para los propios, en especial para Cristina, tampoco los conceptos destemplados de Hebe de Bonafini, alguien que, tras el “bill” de indemnidad que le confiere el pañuelo blanco (escudo protector de las consecuencias de la causa “sueños compartidos”), demuestra a cada rato su genética autoritaria e intolerante.

Es que Hebe no dialoga, impone, sentencia, se da el lujo de instruir a su propio gobierno, amenazar a su presidente, como tantas veces antes lo hiciera, incluso con la Corte Suprema de Justicia de la Nación.

Fue un 17 de octubre distinto, una forma de demostrar “lealtad” de una manera rara, por lo menos desleal, en un momento electoral en que el gobierno y la alianza oficialista necesitan que todos tiren del carro.

Pero no, lejos quedaron los “grasitas” o “cabecitas negras”, que desde el conurbano avanzaron por sus propios medios hacia la Plaza de Mayo para reclamar por Perón y defender los avances logrados en materia laboral. Ellos sí que justificaron haber metido “sus patas” en la fuente para refrescarlas de los ardores de la caminata.

En 1945 se preanunciaba la incorporación de la clase obrera a la vida política del país con aspiración a ser reconocida como uno de los factores de poder, y el nacimiento de un populismo personalista que marcaría para siempre el mapa político de la Argentina.

Setenta y seis años después, transportados en colectivos modernos, acicateados por la necesidad del subsidio, no fueron a apoyar a Perón sino a insultar a Alberto Fernández, no se refrescaron en la fuente sino que pisotearon las piedras y arrancaron los carteles del memorial por las víctimas del covid-19, no escucharon el discurso encendido del entonces coronel, sino las quejas y las amenazas de “petiteros” de Puerto Madero como Boudou, o de intolerantes como Bonafini, o de sindicalistas como Baradel.

Se coincida o no, lo cierto es que tal como le está sucediendo al gobierno y al movimiento político del oficialismo, el 17 de octubre de 2021 fue una caricatura del de 1945, una prueba casi contundente del deslizamiento barranca abajo casi imparable.

Es un momento particularmente difícil que atraviesa el país, no sólo porque la división política se pronuncia cada vez más, sino porque hacia adelante, pasadas las elecciones, la agenda de gobierno es durísima y no parece haber idea de cómo enfrentarla ni un plan coherente para evitar la caída libre.

Todo está devaluándose en la Argentina de 2021, no sólo su moneda que licuó salarios y jubilaciones. No se sabe dónde reside hoy el poder, fundamental para enfrentar las acechanzas. Es claro que no está en la sede presidencial, pero tampoco parece concentrarse en su totalidad en el Calafate, porque no le interesa a Cristina compartir fracaso o porque sabe que no puede contener con su sola presencia la disolución de la autoridad del estado. Nuestro país, se sabe, es de tradición presidencialista, la fuerte impronta que marca la titularidad del poder ejecutivo es determinante en el funcionamiento de la Nación.  Podrá decirse que Fernando de la Rúa fue un presidente débil, es probable, pero se sabía que las decisiones, buenas o malas, las tomaba quién había sido votado para ello, la autoridad que declara la Constitución.

Hoy, mal que nos pese, el poder se ha extraviado, la autoridad se diluye a pasos agigantados, tanto que ni siquiera se sabe si continúa tras el telón, aunque sí hay certeza que no es el presidente el que manda, apenas es una caricatura de sí mismo, que no atina a reaccionar.

Intervenido su gabinete, lo convirtieron en “rey” cual una monarquía constitucional, dónde el poder político está fuera de los recintos palaciegos. Lo más dramático es que lo ha tomado sin el mínimo orgullo de una reacción elemental, se ha conformado con ser lo que siempre ha sido, aunque ahora más expuesto, más en carne viva.

Mientras tanto, parece agotarse el efecto “novedad” con que Manzur pretendió relanzar el gobierno, con más movimiento que hechos, con más apariencia que realidad. Para colmo, su “pedigree” no lo ayuda, ni con extraños ni con propios y su horizonte es de cortísimo plazo, apenas hasta el 14 de noviembre.

Digo yo, con que autoridad el ministro de economía Guzmán puede ser contraparte del FMI, si en su propio gobierno y en su propia casa lo niegan, lo devalúan y le quitan discurso.

Si el oficialismo gana las elecciones, lo que sería un milagro, sería una victoria “a lo pirro”, porque lo que viene por delante es la verdadera agenda de gobierno a la que hay que enfrentar sin las mínimas armas para encararla.

¿Es posible pensar un giro de 180° en la gestión de gobierno? Si, pero es altamente improbable, y aunque ello sucediera, la inercia del desplome será difícil de parar.

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