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Una nueva normalidad repleta de desafíos

Cuando el covid-19 apareció en escena, muchos se imaginaron que habría que transitar un breve receso que sería interrumpido por un abrupto retorno hacia todo lo ya conocido. Con el diario del lunes habrá que decir que nada de eso ocurrió. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

La llegada, completamente impredecible, del coronavirus no impuso una mera pausa irrelevante, sino que trajo consigo una secuencia casi infinita de cambios siderales en los hábitos cotidianos de la comunidad.

Tampoco fue superficial ni duró solo unas pocas semanas, como auguraban los más optimistas, sino que, por el contrario, se constituyó en una tormentosa y prolongada transición que dejó secuelas de todo tipo.

Muchos suponían que una vez culminado el tramo más agresivo de esta calamidad todo volvería a estar donde siempre y que solo sería cuestión de procesar el mal trago y digerir el momento amargo, ese que quedaría en la memoria como una anécdota menor de este siglo.

Hoy, con muchos más elementos disponibles, va quedando claro que no existe tal cosa como esa vuelta atrás, ese regreso al principio. En todo caso se han configurado otras reglas que se establecen ahora como el nuevo estándar a asumir y con las que habrá que inexorablemente convivir.

En realidad, más allá de estos turbulentos meses transcurridos, siempre todo funcionó así, de esta manera. Nunca se vuelve al punto cero. Lo que viene es una condición diferente que intenta combinar una porción de lo ya identificado con ingredientes inexplorados que se incorporan indisimuladamente marcando el ritmo de su tiempo.

Todos entienden ahora que no habrá tal cosa como un ingenuo retorno al pasado, que lo que toca en suerte es adicionar lo aprendido durante esta difícil tragedia que se ha padecido y que ha dejado enseñanzas por doquier.

En una era tan vertiginosa todo se mueve rápidamente. La pandemia en todo caso ha acelerado ciertas dinámicas que ya venían haciendo su propio despliegue y en algunos casos específicos propuso soluciones de emergencia que ahora se han naturalizado al punto de adoptarlas.

Lo que queda claro es que todo se transforma y que lo hace a gran velocidad. Para muchos eso se torna casi imperceptible en el día a día, pero cuando se comparan costumbres en intervalos de décadas se visualizan fácilmente esas evidentes modificaciones.

Algunos prefieren enojarse con ese esquema. 

Se ubican en el sector de los nostálgicos revalorizando el pasado hasta idealizarlo y además cayendo en la trampa de despotricar contra las generaciones recientes y sus controversiales conductas modernas.

Tal vez sea saludable enfocarse en lo conducente. Dejar de lado esa actitud negativa para con lo actual y esa posición poco pragmática de criticar las costumbres del presente para poner toda la energía en ver el vaso medio lleno, es decir detectando las oportunidades que nacen a partir de esta forma más abierta de comprender el entorno.

Detenerse en el análisis extemporáneo de cómo debería ser el planeta si todo hubiera continuado del mismo modo, sería no sólo insensato, sino también en una forma de negación del imparable progreso al que se asiste.

Es que todo lo que hoy se vive, incluidas las múltiples comodidades que han venido de la mano de la prosperidad, son parte indivisible de un rompecabezas propio de la evolución y que dispone de componentes diversos que integran esa totalidad.

Queda, obviamente, la chance de tomar lo mejor y omitir aquello que no encaja con los valores propios, pero negarlo sería de una necedad absoluta y alejarse de la posibilidad de entender como funciona ahora este mundo.

Ha quedado atrás, probablemente la peor etapa de ese inusitado trastorno que con la presencia de un virus como protagonista modificó casi todo. Es hora de dar vuelta la página y empezar a mirar el futuro desde una perspectiva más propositiva. El globo ya no es el mismo, la humanidad ha superado otra prueba y está lista para continuar su camino.

Es vital tomar nota de lo acaecido. No ha sido solo un tropiezo circunstancial sino una ocasión gigantesca para mostrar, con luces y sombras, la capacidad de la especie para adaptarse a los dilemas que se le plantean inesperadamente.

Si esto que ha ocurrido se utiliza como un insumo central para comprender que hay que estar preparados para lo impensado, que el porvenir no está escrito de un modo lineal, que es imposible predecir lo que va a suceder mañana, quizás se descarten ciertas ridículas ideas políticas que invitan a planificarlo todo intentando implementar retorcidos experimentos sociales.

Los retos que ahora se presentan son demasiados e invitan a reflexionar. Los avances de la ciencia y la tecnología que mejora la calidad de vida y la prolonga es el prólogo de sociedades añosas que tendrán que lidiar con problemas que ya se asoman pero que se profundizarán. La volatilidad de los conceptos obliga a ajustar velas todo el tiempo, los cambios de comportamientos y de formas de consumir también alteran los sistemas provocando a la creatividad.  Lo que viene es desafiante y vale la pena prestarle atención en vez de ofenderse ante su existencia.

Mientras tanto es deseable disfrutar a pleno del presente, anhelar sueños personales que permitan ir más allá y en este paso por la vida terrenal legar algo más trascendente a los que quedan con la responsabilidad de seguir adelante, pero también es clave abandonar esa nefasta compulsión por obligar a los demás a vivir bajo los paradigmas propios. La gente debe tomar siempre sus propias decisiones y dejar de obedecer a los arrogantes que pretenden imponer por decreto sus criterios a todos los demás.

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