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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El piano encantado

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Recién formó su familia Julián y con ello comenzó una nueva vida en la casona de viejos tiempos ubicada sobre la calle Rioja, que perteneció a sus padres, cuya entrada principal queda por la calle Quintana entre Rioja y San Juan, su frente de grandes ventanales y rejas delatan otros tiempos de gloria en su viaje universal y recuerdan la calle poblada de naranjas agrias y su florecer de azahares. 

Julián se instaló en lo que sería el fondo de la casa, pequeño patio de por medio, formando un martillo que le comunica con la entrada de Quintana.

Fallecida su madre, el padre se instaló en otro lugar alejado de la provincia, dejando en la casa muebles tan antiguos como la casa misma, según opina Julián así ya la compraron sus padres con su amueblado e instalaciones.

La casona de la calle Quintana fue alquilada para un negocio de bebidas y comidas, sumando a ello bailes y fiestas, no hace mucho tiempo.

Comenzaron los problemas cuando los mozos no querían ir al fondo, donde se instalaron las cocinas, afirmaban que veían formas extrañas vestidas con ropas de otras épocas, atestiguaban que también se encontraron a veces con varios hombres de traje militar arcaico, pero no les hacían nada e inclusive se comportaban como caballeros cediéndoles el paso con gentileza. Estos espectros convivían con los vivos armoniosamente, nadie dudaba que veían figuras que realmente no existían, en este tiempo al menos, como precaución optaron por no ir solos a esos lugares, cocinas, sanitarios, depósitos. 

Una noche de mucho bullicio, en la que se desarrollaba una fiesta de egresados de la universidad, con algunos invitados de otras provincias, estos volvían del fondo donde fumaban o utilizaban los baños, comentando que estaban muy contentos con los disfrazados que se encontraban en el fondo, al escuchar esos dichos el encargado contestó que era parte de la celebración y venía con el paquete. No producían inconvenientes, vivos y muertos mantenían una cordial coexistencia.

El tiempo pasa, Julián y su esposa tuvieron un hijo que crece normalmente rodeado del cariño de sus padres y luego junto a su hermanita. Un buen día, en que diría fue el inicio de una nueva historia, el niño comenzó a hablar, no de un amigo invisible común en los infantes, sino de sus amigos los soldados, alarmados los padres, escuchaban los relatos que el niño les brindaba con congoja para agravar el cuadro comenzó a hablar en guaraní y ninguno de los progenitores sabía una palabra del idioma, angustiados consultaron el asunto a sus conocidos, quienes le recomendaron que se comunicara con una buena mujer, que se dedica a limpiar casas de los espíritus.

La llamaron y concertaron una cita, concurrió doña Eulogia a primera hora de la mañana, invitando a los habitantes de la casa a retirarse para hacer su trabajo. Pasaron más de dos horas durante las cuales la mujer recorrió la casa entre oraciones e invocaciones, prendiendo inciensos y con una botella de agua con la que regaba ciertos lugares. 

Al concluir salió cansada y transpirada, su rostro reflejaba un esfuerzo importante. Llamó a sus mandantes y les explicó con palabras claras y precisas que la casa estaba poblada de espíritus que no eran malos, en su mayoría, salvo una mujer, espiritual no maligna, a la cual no pudo ni siquiera acercarse por su obstinación en habitar ese lugar, era mucho más antigua que los demás que pasaron a otra dimensión. 

Les narró que en el patio donde jugaba el niño estaba instalado un batallón de soldados que hablaban exclusivamente el guaraní, idioma que Eulogia dominaba, eran soldados correntinos escondidos después de una cruenta batalla que culminó con una gran matanza realizada por los entrerrianos, según explicaba, huyeron y lograron llegar a la ciudad donde tuvieron que esconderse en ese lugar gracias a la complacencia de su dueño que les asistió. Las nuevas autoridades que asumieron fusilaban a los sobrevivientes del ejército libertador después de Pago Largo. Ante las preguntas de Eulogia, respondieron, que en verdad no sabían si estaban vivos o muertos porque a algunos los percibían, como el niño de la casa y el perro que les ladraba, pero a los demás no, recorrían la casa en busca de su benefactor afirmaban, pero no lo encontraban ante su desesperación. Eulogia les explicó que había muerto hace tiempo y que ellos eran almas en pena que se habían extraviado después de su muerte, que gracias a sus oraciones podían marcharse cuando vieran alguna señal que los llamaba. Continúo expresando la mujer que los soldados buscaron, miraban hacia todas partes hasta que por fin encontraron un sendero luminoso, que sólo ellos observaron, por lo que procedieron en fila y marchando a alejarse hacia el más allá por el camino indicado, saludando respetuosamente a Eulogia quien correspondió con un gracias y buena suerte.

En cuanto a la mujer no hubo caso, se retiró y se metió dentro de un mueble antiguo.

Ante la situación y la mirada asombrada de los comitentes, les recomendó que encendieran velas en el patio durante nueve días, como si fuera una novena, que rezaran y si no sabían hacerlo que dedicaran sus pensamientos al alma de los difuntos que dejaron la casa y al espectro que quedaba, al cual ella no pudo guiarle hacia su destino infinito, pero no venía mal que se preocuparan por él, como brindándole oraciones como la novena cristiana a las almas que deambulan en espacios indefinidos.

Desde entonces procedieron a retirar casi todos los muebles de la casa, los vendieron, regalaron o tiraron. Solo quedó un piano antiguo.

En las noches, se escuchan los sonidos musicales del piano dentro del amplio salón de la casa, la melodía acompasada por el viento penetra a las casas colindantes, cuyos habitantes están al corriente que el espíritu transparente es un alma que no encuentra el camino ni quiere, está sentada en la butaca frente al instrumento y ejecuta melodías arcaicas a veces de alegre armonía, danzarinas, contagiosas y otras, de llantos ocultos y tristezas, apagadas por la distancia del tiempo pasado, que nos recuerdan la belleza de vivir. Los que entran a la casa afirman, que actualmente ven una dama de amplia sonrisa, de tenues reflejos plateados, etérea y vestida de antiguo, mover las teclas del piano con esmero. 

Encendida que fuere una luminaria puesta a propósito en el zaguán en su nombre, un reflejo de luz se eleva y se introduce en el piano que parece ser su refugio para volver otros días a deleitarnos con sus armonías del más allá.

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