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Las diversas facetas del argentino promedio

Si bien es difícil describir a una sociedad por las actitudes de unos pocos, una mirada más generalista y algo temeraria podría ayudar a identificar ciertos perfiles que definen mejor a quien ha nacido en esta bendita tierra. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez

Es bastante audaz meterse en este laberinto. Las generalizaciones suelen ayudar a exhibir determinadas circunstancias, pero el margen de error de esa clase de simplificaciones puede ser muy elevado y, por lo tanto, casi cualquier afirmación es fácilmente refutable citando incidentes cotidianos.

No obstante, en una suerte de ejercicio lúdico que pretende invitar a la reflexión se pueden aportar ideas en esta dirección recurriendo a la búsqueda de rasgos comunes usualmente presentes en muchos ciudadanos.

Otra aclaración relevante es recordar que este territorio es muy extenso, y de la mano de esa cualidad existe una importante heterogeneidad de idiosincrasias potentes, estilos domésticos, acentos locales e historias regionales suficientemente diversas como para distorsionar cualquier conclusión que intente ser contundente o absoluta. Lo que es innegable a estas alturas son las experiencias compartidas, los años transitados bajo coyunturas tan fuertes que fueron moldeando una conducta habitual frente a cada una de las cosas que pasan alrededor.

Nadie podrá discutir seriamente, por ejemplo, que esta es una comunidad eminentemente exitista. Quizás en el deporte y en casi todas las disciplinas, es donde se puede visualizar ese atributo con mayor alevosía.

Un campeonato global, continental, o de cabotaje alcanza para convertirse en sinónimo de largas caravanas, concentraciones masivas en sitios emblemáticos y prolongadas celebraciones en las que miles de desconocidos se abrazan efusivamente dejando de lado sus eventuales discrepancias.

Con el mismo énfasis con el que se asume la victoria se toma la derrota, considerada como un fracaso rotundo. Algunas veces un segundo puesto es suficiente para considerarlo una tragedia de magnitudes insospechadas. Caras largas, depresiones a mansalva y un pedido unánime de desplazamientos de jugadores, técnicos y hasta autoridades emergen.

Así de apasionados pueden ser, ciclotímicos por naturaleza y con reacciones inexplicables a los ojos de la razón. Pasar de la euforia a la desazón, es cuestión de pocos minutos, pero la reversión también puede ser igualmente veloz e insólita, si al día siguiente ocurre lo opuesto. Abundan antecedentes de este tipo no sólo en lo competitivo, sino también en lo político o social.

Esa versatilidad, que por momentos parece constituir un enorme vicio, también explica, en parte al menos, esa dinámica maravillosamente ágil que muestra una gigantesca capacidad de adaptación ante la coyuntura. No importa lo acaecido, el argentino, tomará nota del suceso y pasará a la siguiente fase para buscarle la vuelta al hecho y así seguir hacia adelante.

Claro que no es solamente un proceso sencillo, ni mucho menos lineal. El duelo puede implicar etapas, con idas y vueltas, intrincadas, complejas, pero finalmente en ese devenir se van completando ciclos que dejan divisar una nueva meseta, un equilibrio alternativo que permita continuar.

La característica vital es que siempre encuentra un nuevo cauce. Una modificación normativa o una crisis severa, un drama mayúsculo o lo que sea, habilita a este raro espécimen sudamericano, a pensar rápidamente como resolver el dilema, eludiendo el callejón que parece no tener salida y en otras ocasiones asumiendo ese límite con una hidalguía pragmática.

Es justamente ese talento el que le ha permitido emigrar a donde fuera y absorber la cultura de ese flamante hogar, a gran velocidad, como si hubiera vivido allí por décadas. Se convierte en un nativo proactivamente, entendiendo la lógica del lugar, su idioma y costumbres, obteniendo el máximo provecho de las bondades de ese ámbito que para otros resultaría imposible de aceptar.

Habrá que decir que también existen campos de acción en los que jamás logra aprender. Esa habilidad para “ver debajo del agua”, comprendiendo esquemas ajenos, no logra aplicarlo en lo mundano cuando se trata de su propio hábitat natural.

En materia política y económica tropieza con la misma piedra una y otra vez. Convive con problemas que en otras latitudes han sido superados y se encapricha repitiendo fórmulas fallidas a pesar de la aplastante evidencia de que nada de eso funciona ni aquí ni en ningún otro continente.

Una mecánica irracional lo gobierna bajo ese contexto cegándolo, y la aparente inteligencia emocional aplicada en múltiples áreas, se transforma en una terquedad inercial y una tozudez crónica que lo hace girar en círculos misteriosamente.

Otro rasgo realmente interesante es el de la creatividad infinita. Tal vez las catástrofes atravesadas, los yerros tan recurrentes, y ese permanente e inadmisible cambio repentino en las reglas de juego, tan nocivo para prosperar haya servido para despertar a la imaginación e innovación.

Es qué ante la adversidad, no se rinde con facilidad y evalúa variantes para salir del trance. A veces lo hace esquivando la ley, y otras simplemente cumpliéndola, pero apelando a los atajos más inauditos para vulnerar la voluntad de quienes alteran el eje central pretendiendo forzar a todos. En definitiva, el argentino es un ser humano, repleto de virtudes y defectos. 

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