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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Andresito y otros aparecidos

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro

“Aparecidos, tesoros y leyendas”.

 

Los que conocen algo de historia de la ciudad de Corrientes saben que el indio Andresito Artigas (Guacurarí) estuvo en la ciudad como invitado indeseado de las familias que se autotitulaban “patricias”. Las humilló bastante al advertir el desprecio de sus miradas, mandándolos a recoger pastos de la plaza con la mano; lo más grave fue llevarse a sus hijos a la ermita de la Cruz de los Milagros, lugar donde los trató muy bien para enseñarles a los “patricios” cómo debían tratar a los hijos de los indios que los usaban de esclavitos maltratándolos. Los devolvió a sus familias sanos y felices, sin agradecimiento alguno; eso sí, aprendieron a jugar con sus compatriotas “indios” y fortalecieron su lenguaje guaraní. 

El lugarteniente del general Artigas se instaló en la casa ubicada al lado del Cabildo, sobre calle Quintana hacia el oeste, casa de los Vedoya, que aún conserva sus estructuras antiguas y viejas galerías que guardan muchos secretos, escondidos en los rincones, como sonidos lejanos de llantos y risas, cantos y gritos que se evaporan una vez escuchados.

Trajo con él a una mujer de piel blanca y cabellera roja, hermosa, que se distinguía por su carácter de amazona y lengualarga, habitualmente vestía pantalones y botas de potro, y despertó la codicia de muchos de los “patricios” libidinosos internamente que se la comían con los ojos; por fuera, el sutil desprecio obligatorio de los simuladores seriales de misa y confesionario. 

Los historiadores liberales describen al indio como mal entrazado, borracho, etc. Naturalmente se encontraban diversas culturas y desconociendo que ya en esa época los indios lucharon a favor y en contra de la independencia, como carne de cañón sin duda alguna, en cuanta batalla se libró por ese motivo. 

El indio “invitado” era un hombre culto, leía y escribía lo que muchos de la élite envidiaban, porque no podían siquiera deletrear. Tal como vino se fue después de un tiempo, dejó a cargo del gobierno a uno de los suyos, artiguista como él. Su visita no fue en vano y desató pasiones encontradas hasta hoy disfrazadas o expuestas. 

Como introducción a este relato lo considero bastante, lo demás está en los libros de historia. Ahora dejemos que hable la casa. 

Si nos adentramos en ella, el frente no refleja su interior, que ha sido cambiado escondiendo su pasado. Al ingresar nos sorprende otro espacio temporal, volver al pasado, paredes de ladrillos anchos, galerías sostenidas por troncos y habitaciones continuas, puertas y viejas ventanas; el baño está en el fondo, a la antigua usanza, y luego del baño existe una sobreelevación con una escalera donde hay variedad de vegetales. 

¿Qué secretos arqueológicos guardan sus entrañas? Solo un estudio profundo de campo puede respondernos. 

Sus habitantes describen que al caer la noche se escuchan voces en la galería, cadenas que se arrastran, gritos, murmullos y una o varias figuras que, reflejadas por la luz de la luna, muestran su transparencia al escuchar al que encabeza el terrorífico cortejo leer en voz alta un contenido ininteligible, para luego perderse tras una pared debajo de las plantas o en el fondo de la escalera. 

En otras ocasiones, los días fríos de mayo a julio, las apariciones incorpóreas muestran otro contenido, de figuras marciales con botas, uniformes militares vetustos y deshilachados que murmuran en guaraní. Estos se dirigen al revés del fondo, hacia la puerta de calle por la cual desaparecen en la inmensidad. 

Al comienzo nadie en la casa se animaba a mirar, tampoco a contar los sucesos por el miedo natural que lo condenen de excéntrico; simplemente dejaban que pasara el sonido en todas direcciones, norte, sur, este y oeste. Pero la curiosidad es suprema y a través de las entornadas ventanas -nunca las puertas-, como si pudieran detener a estos horribles visitantes, observan y contemplan esos sorprendentes sucesos. 

En el fondo se escuchó varias veces el relincho de un caballo, o de varios, vaya uno a saber. Para mayor aprensión se suman los ecos del viejo Cabildo, que tiene por límite el este; ni qué hablar del patio de la casa, donde los ecos del actual edificio de la central de policía transmite las acústicas, desde donde se escucha una gritería que es infernal, disparos, lamentos, pedidos de piedad, azotes. Pareciera que las paredes que separan el edificio temblaran y en algunas ocasiones figuras fluidas salen de ella huyendo de otras oscuras que graznan, como las aves nocturnas persiguiendo a su presa. 

De más está decir que la finca fue visitada varias veces por sacerdotes y curanderos limpiadores; para ello se hicieron misas por los difuntos, almas benditas y almas en pena, novenas, y ello parece calmar un poco la exaltación, hasta que vuelven a aparecer. 

Pero la curiosidad mató al gato, como hemos dicho, y los pobladores de la casa debían ver para creer, y vaya si vieron y ven. Algunos que no creían fueron invitados, muchos de ellos nunca volvieron, otros continúan acostumbrados a convivir con los espíritus. Animados en grupos, algunas veces espiaban por las viejas ventanas de reja, tratando de captar imágenes con cámaras, lo que nunca dio resultado. Las sombras se desplazan sin ninguna premura por los corredores y el patio, arrastrando cadenas, y otras en jolgorio de figuras transparentes, etéreas, algunas gimen y otras ríen. 

Entre ellas aparece de vez en cuando un fornido espíritu de melena larga, acompañado de una volátil femenina vestida con ropas de varón, que al pasar y ver entornada la ventana de los sorprendidos espectadores lanza una risa atroz, tenebrosa, exponiendo dientes rojos como fuego ardiente; sin embargo, para consuelo de todos es la única alma en pena que se excede en sus expresiones. Me pregunto: ¿será la colorada de Andresito, su amante?

Algunas de las apariciones resplandecientes entran para desaparecer en la tierra sobreelevada del fondo. ¿Habrá algún túnel? 

En otras ocasiones se ven desfilar por las galerías del patio batallones de soldados descoloridos, como custodiando algo valioso, ¿serán los paraguayos que invadieron Corrientes en 1865 y se alojaron en la casa en la cual realizaron fiestas y bailes? 

¿Quiere usted visitarnos a la noche querido lector? Será bien recibido, y siempre recuerde que es un cuento, mire su casa tranquilo, no se asuste y cuéntenos qué ve. 

* Este relato forma parte del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas en Corrientes”. Tercera parte.

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