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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Tras las huellas de Camila O’Gorman

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Muchos se preguntarán por qué busqué durante años los rastros de Camila O‘Gorman, a cuya historia me remito, con tanta obstinación y perseverancia, más teniendo en cuenta que hiere profundos sentimientos de familias encumbradas a la angaú de Corrientes. La respuesta no me resulta sencilla pero trataré de mentar una.

En primer lugar, la historia de esta pobre mujer embarazada, víctima de un tirano y una sociedad ignorante, complaciente y maligna en su mayoría. Me pidió que se le haga justicia en la tierra de sus parientes, que se olvidaron de escribir sobre su pobre y modesta existencia debido a la pacata moral de la época, con olor a incienso y fundamentalmente por la cobardía que nace del terror instaurado por un régimen político de parientes económicamente vinculados y religiosamente enlazados. ¡Vaya alianza!

Todo comenzó en el Archivo General de la Provincia, un día en que los cielos se abrieron jugando al carnaval a los baldazos sobre la ciudad de Corrientes. Estaba en ese entonces ubicado en los altos de una casa frente al colegio San José, sobre la calle 25 de Mayo entre La Rioja y San Juan. El agua golpeaba las ventanas como si estuviera enojada, el frío y el silencio se trenzaron en una lucha sin igual por ver quién se imponía. El suscripto, como dicen los leguleyos con aires de sabio, que de eso lo tienen muchos puesto de prestado, estaba investigando los documentos antiguos de la provincia, a lo que agregó diarios.

En la soledad de los espacios de nuestro anticuado archivo, esa mañana fría y silenciosa advierto la presencia de una joven bonita, vestida “raro”, como dice el correntino, que lo soy por cierto y a mucha honra. Miraba alguno que otro documento mientras “relojeaba” la cuñataí extraña. Por supuesto me llamó la atención y como buen vago le hablé… No me contestó. A otra cosa mariposa me dije para mis adentros y continué trabajando. Sin advertencia alguna sentí su presencia frente a mí, levanté la vista sobresaltado. Simplemente expresó: “No dejes que me olviden, por favor, busca nuestras tumbas”. Dicho esto, desapareció. Yo suelo darme de guapo, pero honestamente quedé blanco como el papel. Es una broma, me dije para mis adentros, puede ser el papel antiguo, el polvillo o quizá el antigripal que tomé por la alergia que me producen los lugares como el archivo. No tenía la menor idea quién era, podía ser un ente al que creí escuchar hablar o simplemente no existiera. Me levanté tranquilo y despacito, como quien no quiere perder la huella, me dirigí al despacho de la directora, una encantadora abogada a quien le conté mi experiencia, y que como respuesta simplemente sonrió y luego agregó: “Son cosas que ocurren con los documentos antiguos, no se preocupe, el archivo tiene muchos secretos”.

La vida continuó, dejé el tema que investigaba en ese entonces y comencé con los documentos clasificados entre 1845/1849. La lectura me apasiona, fruto del ejemplo de mis padres que vivían pegados a los libros. En la investigación rumbeaba para el tribunal de presas de Corrientes, los Madariaga, la batalla de Laguna Limpia, el desastre de Vences Rincón, cuando sin qué ni para qué se cae una carpeta, o conjunto de papeles, que realmente no sé cómo ocurrió. Los levanto, doy una ojeada, mis sentidos se focalizan en el nombre de Camila O’Gorman, no tenía la menor idea de quién se trataba, no figuraba en la historia correntina. Tomo los documentos con el cuidado de un historiador respetuoso del pasado, cuando, vaya sorpresa, de repente frente a mí la misma figura. Atónito la miro. El silencio se rompe con un sonido musical, similar a una canción de cuna que va llevando el viento como la figura etérea que antes de desvanecerse dice a lo lejos: “Me encontraste, busca nuestras tumbas”.

El julepe, como se llama al susto grande en mi ciudad, me subió del pie a la cabeza, me daba vueltas todo, no había tomado alcohol, solo el antigripal... Esto se ponía castaño oscuro. Tomé los datos de los archivos, obtuve fotocopias de los documentos con el cuidado del personal especializado. Comencé la búsqueda de Camila O’Gorman y ¿de quién más?, esa era la cuestión. 

Libros, revistas, folletos, leía todo lo que podía sobre el particular. Unos decían que estando en Goya con Uladislao Gutiérrez, se hizo pasar por embarazada para no ser fusilada; otros afirmaban que sí lo estaba, pero nadie tenía nada para probar ni lo uno ni lo otro. Peleaba con algunos historiadores rosines por el único medio existente, los diarios. No había caso, andaba empantanado con la cosa.

Había que cortar el nudo y la única que podía hacerlo era Camila, yo ya no tenía dudas de que la mujer del archivo fuera ella. Una vieja arandú me dijo: “Mirá ké doctorcito, cuando una fantasma te pide ayuda, ayúdale ké, si no ko no te va dejar dormir tranquilo”. Doña Teó, que en paz descanse, era una buena mujer, ayudó a tanta gente, entre ellas a mi madre, como comadrona me hizo nacer bajo un parral en mi querida casa de la calle Brasil; con un sombrero, un pucho y un chirlo me obligó a gritar para probar que estaba vivo. ¿Cómo no iba a hablar con doña Teó? Abuela de Tatita, mi compañero en la gloriosa Escuela Regional.

Armé mi espíritu, busqué coraje donde no tenía, dejé que el miedo quedara acurrucado en mi espalda, entré al archivo una mañana de julio, el sol estaba radiante, el día hermoso y fresco, observé que no había ningún visitante, porque si me veían hablando solo confirmaban el delirio. Parado en el centro del lugar de los documentos, en voz bastante alta dije: 

 —¿Cómo te defiendo y sigo adelante si no tengo un solo documento o rastro tuyo? 

Esperé… silencio atronador. Sin embargo, una tenue luz del rincón llama mi atención, sentada en una silla de madera la dama antigua con un vestido más que simple, diría pobre, dando de mamar a una criatura. Nunca lo olvidaré, con la mano izquierda me indicó un repositorio documental, acarició al bebé y desapareció. Camila contestó la pregunta, sentí una emoción extraordinaria y un susto maravilloso. Allí estaba la respuesta, su embarazo indiscutible, el lugar de su tumba, la entrega de sus restos luego de fusilada con la criatura en su vientre, su destino al campo de los O’Gorman en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires, por órdenes secretas del tirano y los parientes que consintieron todo, para luego, años después, también en secreto, descansar en la Recoleta.

No podía cerrar el cuento sin una despedida, fui con mi hijo Luis al Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires con el fin de visitar a Camila y a su bebé en su última morada; no tenía idea dónde estaría ubicado el panteón de los O’Gorman Sala, creo que es así. Buscamos en los recorridos oficiales que se encuentran a la entrada del cementerio; no había nada. Quedamos mirándonos con Luis tratando de ver qué recorrido hacíamos en el intento. Una persona nos observaba con atención; curiosa, se acercó a nosotros y nos preguntó qué buscábamos, así directo, sin preámbulo alguno le dije que a Camila, también directo. “Ya lo sabía”, contestó. “Camine hacia allá, cuente tres líneas de tumbas y doble a la derecha, allí están”. Agradecí. Compramos flores, dos ramos, uno para la madre y otro para el bebé. Estuvimos un buen rato frente a la bóveda que se encuentra de contrafrente al panteón Vignolo y a su derecha, de casualidad, familia Larrosa, pensé para mis adentros, la tapa del libro tiene la rosa. La tumba está pegada a una pared original del cementerio casi sobre la calle que pasa frente a la iglesia. Tenía que comprobar si ella y su criatura estaban realmente allí como decían los papeles. Sonó el teléfono y Luis atendió, se retiró un poco hacia la calle; de pronto, entre las rejas, sin asustarme, Camila con un niño me saludaba y con una inclinación de cabeza dijo gracias. Luis preguntó: “¿Papá, escuchaste algo?”. “No hijo, fue el viento que juega con las hojas”.

Le conté a Camila que encontré su mechón de pelo que tan tiernamente guardó un gran historiador correntino, de cuya amistad me siento honrado de haber gozado, don Juan Caferatta Soto, el que se halla en un repositorio privado en Esquina, Corrientes.

Fueron muchos los años pero cumplí con la palabra empeñada. 

 

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