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La casa de los fantasmas

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Que en una casa haya un fantasma suele ser habitual afirman los expertos en el tema, pero que en una casa existan varios fantasmas, la cuestión toma otra dimensión, porque cada cual de los fantasmas se ocupan de asustar por su lado y en un determinado sector.

Sobre la calle Buenos Aires bajando hacia el río, a la mano izquierda se alza un edificio que en otros tiempos resultó imponente, grandes columnas romanas hablan de la capacidad económica de quienes lo construyeron. En él ocurren cosas extrañas y no es que uno pretenda generar miedo a alguien, sino que la reiteración de los hechos hace que la cuestión no pueda pasar desapercibida. En dicha casa funcionan desde 1970, al menos lo que recuerdo, juzgados provinciales y también desde que recuerdo, los que trabajan en el edificio prefieren estar afuera que adentro.

Una mañana bastante fría mientras ingresaban a sus respectivos trabajos, nunca solos por supuesto, los empleados miraban asombrados a un grupo de mujeres que sobre un piletón lavaban ropa en una amena conversación y absolutamente distanciadas de las presencias que las observaban con cara de espanto, pasado un momento las lavanderas se dirigieron hacia el fondo y simplemente se diluyeron. Ese podríamos denominarlo el primer grupo, porque cada cierto tiempo hay que lavar la ropa.

Otro extraño personaje de la casa es un hombre que camina en la galería sobre el lateral Sur, se dirige hacia el fondo, vistiendo ropas extrañas y antiguas, se sienta en uno de los bancos y se queda un tiempo bastante largo, como mirando las escenas asombrado de las observaciones inquisidoras de aquellos que trabajan actualmente en el lugar, como preguntándose: ¿y estos quiénes son? Cuando alguno se acerca demasiado,  su figura de extraña composición adquiere un color rojo que hace huir a los curiosos. Un día de los tantos, un policía de guardia que desconocía los secretos de la casa estaba sentado tranquilamente en el banco cuando advirtió que alguien estaba a su lado, era un hombre alto con un traje parecido a los que había visto en los libros de historia, según manifestó, pero esta vez el pobre hombre también observó a una mujer vestida de blanco, sin oír sonido alguno gesticulaba y hablaba con el otro fantasma, esta es otra de las visitas extrañas de la casa.

El visitante más conocido y quizás más amigable es un hombre de pantalón común y camisa celeste, que a cualquier hora, con cualquier clima pasea por el patio descubierto, cuando se siente muy observado simplemente desaparece. Cabe aclarar que todos estos extraños visitantes son conocidos y fueron conocidos por los empleados de los tribunales que trabajan en ese lugar.

El problema se planteó con otra aparición. En el despacho de una funcionaria, la misma cansada de ordenar sus libros y de soportar el acoso de una figura extraña femenina, dispuso traer un cura para exorcizar el lugar. No cualquier cura por supuesto, realizadas las consultas pertinentes resultó adjudicatario de la tarea un cura de San Cosme de cuyos poderes se sabía y conocía. Una mañana, muñido de la vestimenta que corresponde para estos trabajos y los elementos necesarios, ascendió las escaleras y fue al despacho de la funcionaria, cuál fue su sorpresa cuando los libros comenzaron a girar en el aire y caer estrepitosamente al piso. A pesar de las palabras en latín y vaya a saber qué otra lengua, la mujer vestida de negro que apareció ante el sacerdote estaba furiosa y por sus gestos el clérigo entendió que era mejor batirse en retirada. Bajó levantando su sotana lo más rápido posible, recomendó a la funcionaria y a sus empleados muchas velas y muchos rezos para calmar el alma indómita de la aparecida. Los policías que quedaban de guardia a la noche en la casa, autorizados habitualmente, entre ellos el que ya tuvo la experiencia, dormían sobre un colchón tirado sobre el piso mientras el compañero se mantenía vigilante y despierto. Una noche bastante fría, tiraba la frazada porque se encontraba destapado, pensó para sus adentros: -“mi compañero se puso a dormir también”, pero cuál fue su sorpresa, no se corría la frazada, observó que a su lado estaba la misma dama de blanco a la cual había visto discutir con el hombre del banco. Eso y amanecer en la puerta del juzgado con su compañero que había ido al baño duró unos minutos.

El tema viene de antiguo, el Juez de Instrucción N° 1 al cual vamos a llamar Ángel y nada más, uno de los mejores jueces que tuvo ese juzgado, se encargaba de atender audiencias hasta muy tarde, cuando era interrogado sobre quién era la persona que lo esperaba afuera en el banco contestaba sin ningún tipo de contemplación: -“Es mi fantasma, vayan y háblenle y verán que no les va a contestar”.

Investigando los antecedentes de esa casa averiguamos que en ella había funcionado un sanatorio y como en todo centro de salud algunas almas o espíritus se quedan hasta que se cumplan sus cometidos. 

Recientemente apareció un nuevo visitante, que tiene la característica de teclear algunas máquinas de escribir, una mañana al ingresar a las oficinas apareció una figura sentada en una silla de un escritorio, se cambiaba de lugar tan rápido que casi era imposible ver el movimiento, tenía el cabello largo y produjo como sumatoria de todo lo relatado ataques de histeria dentro del personal, nadie entra más solo, siempre en grupos. Ese día volvieron a llamar al sacerdote de San Cosme, quien muy gentilmente dijo: -“No, gracias”.

La historia continúa con la convivencia de los vivos y los fantasmas que siguen haciendo de las suyas, a algunos ni siquiera les molesta trabajar con los extraños, a otros de vez en cuando los asustan, algo habrán hecho.

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