Sabado 20de Abril de 2024CORRIENTES24°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$850,0

Dolar Venta:$890,0

Sabado 20de Abril de 2024CORRIENTES24°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$850,0

Dolar Venta:$890,0

/Ellitoral.com.ar/ Especiales

El tesoro del muerto

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”.

Es sabido que la ciudad de Corrientes fue invadida por los paraguayos en el año 1865 y que no existían bancos donde la gente guarde sus pertenencias o riquezas; es por eso que cada familia de las llamadas pudientes, escondían su dinero (oro, plata, valores, etc.) en las paredes, aljibes, pozos, dejando siempre una marca del lugar con la pretensión de que si huían alguna vez volverían a encontrar sus bienes. 

Resulta posible que la invasión mencionada fuera la que produjera la mayor cantidad de entierros, teniendo en cuenta que los esposos huyeron de la ciudad dejando sus familias y bienes a merced del invasor. Sus motivos habrán tenido. Aunque no fue el único motivo, las guerras civiles entre autonomistas y liberales eran frecuentes, crueles y de la noche a la mañana obligaban a muchas familias de alta estirpe o no, a huir de la ciudad y de la provincia. Tenían que optar por el degüello o los bienes. 

Así quedaron muchos ricos entierros y de los otros en nuestra gloriosa ciudad. 

Como la imaginación no tiene límites, aparecieron en el horizonte los buscadores de tesoros, uno mejor que el otro, y la tecnología le presta su apoyo con los famosos aparatos infalibles: buscatesoros. 

Ambicioso el don Pedro, se informó debidamente del equipo que ofrecían los yanquis por un aviso en un diario de Buenos Aires y lo compró.

“Vamos a dejar de andar al tanteo”, dijo don Pedro a sus acólitos y admiradores, “con este nuevo equipo nos vamos a llenar de oro”.

“Traé el cajón para acá”, manifestó Pedro a Caicho. “Sí patrón”, dijo el peón con todo respeto. “Abrí la caja y mirá, eso se llama progreso, no vamos a utilizar más los viejos métodos que usa la competencia”. Asombrado, Caicho miró el contenido del cajón con escrituras que no entendía, apenas hablaba castellano, menos iba a entender el yanqui. Se guardó para sus adentros... “¿Qué bueno, che patrón”, expresó, “ahora sí vamos a ser ricos”. La máquina parecía que lo miraba con recelo, como diciéndole “¿y vos quién sos?”. No importaba, tenían el seguro de encontrar el entierro que los sacaría de la pobreza.

Esa noche Caicho no durmió, soñaba despierto. Tendría zapatos nuevos, ropa decente y alguna que otra novia, sin dejar a la Ramona que era su mujer hace años y lo aguantaba en las buenas y en las malas. Ramona advirtió que su concubino no dormía por las vueltas que daba en la cama y le preguntó: “¿Te sentís bien, pá?”. “Sí pué, es que no me cansé hoy”, contestó Caicho. No quería, por supuesto, sobresaltar a la Ramona con eso de los tesoros, además hay que guardar el secreto, dijo el patrón. 

Averiguaciones van y vienen, dimes y diretes. Pedro obtuvo un dato importante. Estaba de casualidad hablando con un ingeniero que vive por la zona de San Juan y Rivadavia para el cual realizaba algunos trabajos. Le comentó como al azar: “Che, Pedro, en el terreno de al lado de mi casa, el baldío, se ven luces y se escuchan lamentos o ruidos”. Rápido como su pingo le contestó: “¿No me diga que cree en aparecidos ingeniero?”. “No”, afirmó, como dudando, “pero ¿es raro no?”. La conversación se fue por otros lados y la reunión terminó y cada uno a su casa. 

A la siesta de un domingo cualquiera, el patrón llamó a Caicho, ordenándole que cargara la caja en la camioneta. Habían probado la maravillosa máquina antes con otros metales y andaba perfectamente. Se dirigieron hacia el lugar en que se encontraba el terreno baldío mentado. Caicho, siempre desconfiado, le preguntó al jefe: “Che patrón, ¿estamos con permiso pá?”. “Sí pué, cómo no vamos a tener permiso, ya está todo, quedate tranquilo”. Sacaron una puerta de chapa e ingresaron al terreno. Era la siesta, el sol brillaba más que nunca. Con la pala y el aparato “maravilloso” empezaron el trabajo. Pedro rastreaba el terreno con precisión, agudizaba su oído para captar el sonido que el equipo emitía mientras se movía sobre la superficie del suelo. De pronto Pedro quedó quieto, hizo señas para que su ayudante guardara silencio y se quedara inmóvil. Meneaba la máquina lentamente trazando una figura cuadrada sobre el suelo. “Acá, Caicho”, dijo en voz alta, “acá hay algo, tiene forma cuadrada parece”, exclamó Pedro lleno de ansiedad, porque la máquina moderna de los yanquis mostraba la forma borrosa; sin embargo, en la cabeza de Pedro se dibujaba el oro, la riqueza, sueños y ambición. Caicho, con la pala, comenzó a meter punta, cavando desaforadamente rápido como si el impulso de la ambición le introdujera mayor fuerza. Al rato le llamó: “¡Patrón!”, exclamó, “toqué un coso de metal” y rápidamente comenzó con la pala a darle vuelta al cajón que se mostraba de chapa. Con un golpe seco la rompió y el susto fue mayor en el agujero de 80 centímetros por cuarenta de ancho: un cráneo de ser humano que hace mucho tiempo estaba enterrado, saludó con su expresión gris a Caicho, que del susto pegó un salto y gritó:  “¡San Gaucho Gil, perdoname por tocar al muerto!”. Pedro no salía de su asombro, la chapa era de un cajón viejo que contenía los huesos de alguien que la historia hace mucho olvidó, hasta el lugar de sepultura.

En lo mejor de la escena trágica aparece un hombre con la policía. “¿Qué están haciendo ustedes en mi propiedad, carajo?”, gritó con fuerza. Pedro tomó su máquina y disparó con la velocidad de un rayo, dejando a Caicho en manos de los recién llegados. La máquina con su dueño desaparecieron de la escena. El pobre Caicho fue obligado a tapar el agujero y a rezarle algo para que descanse en paz el antiguo cadáver convertido ya en esqueleto. 

Fue conducido a la Comisaría Primera, donde prestó declaración. Cuando el oficial le preguntó qué buscaba, Caicho, como si nada hubiera ocurrido, todavía no repuesto del susto que tenía y el miedo que lo acompañaba, contestó: “Señor comisario, estaba buscando huevos de dinosaurio”, y quedó constancia en un acta.

Realizadas las investigaciones sobre el sitio baldío, según los informes de antiguos vecinos, el lugar constituyó en alguna época remota un cementerio. ¿Oficial?, ¿no oficial?, ¿entierros de enemigos políticos que evitaban el público para que no profanen los cuerpos? Las preguntas quedaron flotando en el ambiente. Pedro dejó de lado sus sueños de buscador de entierros, Caicho siguió como albañil y sueña con el cráneo blanco que le habla, ¡tesoro ndayé! La pobre Ramona tiene que despertarlo en las noches cuando grita: “¡No, te juro que no, te juro que no!”. ¿Será que el muerto le exige algo?

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error