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Cuidado con las reliquias

Por Enrique Eduardo Galiana

Moglia Ediciones

Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Antes de que la ciudad tuviera la costanera, se terminó de construir en la década de 1940 en la ciudad de Corrientes, la calle Plácido Martínez estaba encerrada en el tramo entre Salta y Buenos Aires por casas a la vera de la misma, las que daban sobre el río y que cayeron bajo la piqueta para la construcción de la obra. En una de las casas que hoy subsisten de la vereda de enfrente ocurren cosas extrañas. 

Los dueños derrumbaron la antigua construcción en una noche de fin de semana. Esa casa perteneció a Margarita Berón de Astrada y fue adquirida por los vecinos de enfrente que fueron los expropiados; los restos históricos, pocos fueron donados al museo, los otros los conservaron. En el fondo dispusieron construir un edificio de departamentos, con una generosa entrada que oficia además de garaje, al frente un edificio de dos plantas. Sus apellidos vienen mezclados con familias porteñas y mercedeñas correntinas, buenas personas casi todas.

En el edificio del fondo uno de los departamentos es inhabitable, figuras extrañas y etéreas se pasean por él a pesar de que muchos intentaron poblarlo, pero huyeron espantados ante los gritos, silbidos, ruidos y movimiento de muebles y aberturas como de puertas y ventanas sin que haya viento; a ello se suma el movimiento de las reliquias, sin explicación alguna para los propietarios.

Los dueños del interior de la provincia forman parte de los habitantes de antigua data de la ciudad, que conservaron reliquias de las guerras en la que Corrientes participó, transmitidas de generación en generación, reliquias consistentes en antiguas armas, libros, vestidos, cuadros, jarrones, ollas de hierro y otras tantas; es difícil enumerarlas a todas. 

Ante los hechos sobrenaturales que muchos observaron, especialmente los inquilinos que partían presurosos del lugar, decidieron utilizar los servicios primero de sacerdotes católicos, los que esgrimiendo sus ritos arcaicos trataron de limpiar el lugar de los espectros, pero pareciera que estos ritos los vuelve más furiosos. Como conclusión recomendaron a los dueños trasladar las reliquias a un lugar adecuado para ellas, un museo, por ejemplo, y no dejarlas en la habitación colindante a los departamentos que se alquilan.

Al no hallar solución para el caso, acudieron a curanderos y quirománticos, que tampoco lograron tranquilizar a los lémures que noche a noche remueven las reliquias como si buscaran algo suyo que se encontraría allí, a veces cantando y otras llorando o gimiendo. Coincidieron con el vaticinio del sacerdote católico de que debían desprenderse de esas piezas que traen consigo mucho dolor y desesperanza. Explicaron que los objetos absorben fluidos negativos en situaciones de desastre o sufrimiento, y que los sufridos transformados en espíritus acompañan a sus pertenencias y objetos que les infligieron daños, ya sea por amor o dolor, avaricia o venganza. 

Tampoco lograron torcer la voluntad de los dueños, que no explican la razón para conservar esos elementos históricos al fin, pero que generan consecuencias negativas. 

Muchos estudiosos de la muerte afirman que no se deben conservar almohadas o sábanas de gente que murió sufriendo, porque el dolor permanece en ellas, se enquista, lo mismo que las camas o respaldos y viejos sillones, entre otros. Los espíritus se quedan en ellos por avaricia o vanidad, peor aún cuando se posee un arma que viene cargada de vidas truncadas o mutiladas, como las famosas balas de cañón, que algunos con gracia exhiben sin tener en cuenta el desastre que pudieron haber causado.

Entre los tantos intentos de habilitar el departamento maldito, como lo denominan, trajeron una médium, quien tomando reliquias al azar las colocaba sobre la mesa en determinadas noches, reunida parte de la familia, debido a que otros no querían saber nada con ello y procedía a comunicarse con los espíritus del más allá, hubo espectros buenos que manifestaban bondad, dejando en el ambiente una sintonía melodiosa y apabullante a la vez, pero no expresaban su voluntad de marcharse porque allí estaba su vestido, por ejemplo. Otros en cambio gritaban y lanzaban gemidos horribles acompañados de fulgores inexplicables que dejaban exhausta a la mujer. La señora, a pesar de la buena paga, abandonó la tarea, no aguantó más tanto horror y amor contradictorios.

Según la médium, comentó después en los círculos que se movía, las balas de cañón hablaban por sí mismas, emitían gritos aterradores, angustiantes, las otras armas de fuego, mosquetes y pistolas de mecha transmitían estertores y agonías, las armas blancas aullidos entrecortados, bramidos y silencios sepulcrales atronadores. Los vestidos, algunos reían y otros lloraban, continuaba diciendo que en sus sesiones vio batallas, asesinatos, bailes y velorios, todos impregnados en los objetos interrogados.

Lo sorprendente del caso es que los espíritus convocados estaban todos relacionados de alguna manera con la familia propietaria de los objetos y en algunas ocasiones enemigos de otra formaban pareja con los adversarios, se entrecruzaban los dominios del dolor y desesperanza con los días felices venideros. 

Los espíritus continúan en el lugar, ¿desea usted alquilar el departamento? Está muy barato, se lo aseguro.

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